Poco importan las creencias, religiosas o políticas, ante su presencia. No existe estepeño, hombre o mujer, que en estos doscientos años no haya bajado la mirada ante su paso musitando un deseo, una esperanza o tan siquiera un anhelo. Ni el más rico de los hombres ni el más mísero entre ellos han dudado en este tiempo que no existe nadie mejor en este pueblo a quien dirigir sus plegarias para encontrar un consuelo, un aliento o un desahogo con el que aliviar su pena.
Desde el niño que juega a mayor hasta el anciano que todo lo ha visto y vivido; desde la niña en su primera comunión hasta la abuela que a EL todo lo encomienda: desde la madre que reza por su familia hasta el padre que nunca va a la iglesia; desde el joven desquiciado por su juventud hasta la chica casadera, que no sabe si será este año o el que viene, pero que seguro que EL intercede para que suceda; desde tantos y tantos hogares estepeños esparcidos por el mundo donde nunca falta su grabado y con él su presencia; desde tantas cabeceras de enfermos donde el médico y su medicina pasan a un segundo plano ante la estampa de su figura; donde tantas carteras donde su fotografía, ajada por el tiempo, acompaña a la esposa, los hijos o los padres que ya se fueron; desde todos estos lugares, y desde muchos más que la imaginación no abarca, el pueblo de Estepa lleva doscientos cincuenta años amparado en ÉL, creciendo y transformándose bajo su inhiesta figura, rezándole a diario en las iglesias y en las casas, en las obras y en las oficinas, orgulloso de su prestancia y protegido por su presencia.
Y todo este tiempo no ha servido más que para aumentar el lazo de unión entre el Señor y sus hijos. Para convertirlo en alguien completamente imprescindible en nuestras vidas, en la de todos y cada uno de los estepeños, en nuestra razón de ser y de sentir, en algo sin lo que sería más difícil vivir. Resulta completamente impensable imagina a Estepa sin EL. Llegada esta efemérides deberíamos preguntarnos como habría sido estos últimos doscientos cincuenta años en Estepa sino hubiera estado EL entre nosotros. ¿Hubiera sido Estepa la misma ciudad que es hoy?, y sobre todo ¿Cómo seríamos y cómo se habrían criado las distintas generaciones de estepeños sin su estancia entre nosotros? Sin duda alguna no seríamos los mismos, y seguramente nuestro carácter e idiosincrasia, de la que tanto nos gusta presumir, tampoco sería la misma.
Pero no todo está hecho. Pese a los tiempos que corren en los que a todas palabras relacionadas con el cristianismo se les pone un “a” por delante como signo de modernidad y progresismo, los estepeños debemos seguir confiando en EL, y debemos criar a nuestros hijos, para que ellos hagan lo mismo con los suyos y así otros doscientos cincuenta años más, en la fe y en la creencia de que nuestras vidas serán mucho más fructíferas si a EL nos encomendamos; y con la confianza de que las generaciones venideras gozarán, como ya lo hicieron sus ancestros, de vivir bajo la eterna protección que su figura inspira.
Doscientos cincuenta años. Dos siglos y medio. Doscientos cincuenta Viernes Santo. Más de noventa y un mil días con nosotros. Diez u once generaciones de familias estepeñas. Nueve reyes, una reina, dos repúblicas y un dictador de España. Una guerra de independencia y otra entre hermanos. De la iglesia como poder de estado a un estado aconfesional. De luces y cruces a saetas y sevillanas. Cuanto ha cambiado el mundo, cuanto ha cambiado Estepa, y que poco, gracias a Dios, ha cambiado EL.
Desde el niño que juega a mayor hasta el anciano que todo lo ha visto y vivido; desde la niña en su primera comunión hasta la abuela que a EL todo lo encomienda: desde la madre que reza por su familia hasta el padre que nunca va a la iglesia; desde el joven desquiciado por su juventud hasta la chica casadera, que no sabe si será este año o el que viene, pero que seguro que EL intercede para que suceda; desde tantos y tantos hogares estepeños esparcidos por el mundo donde nunca falta su grabado y con él su presencia; desde tantas cabeceras de enfermos donde el médico y su medicina pasan a un segundo plano ante la estampa de su figura; donde tantas carteras donde su fotografía, ajada por el tiempo, acompaña a la esposa, los hijos o los padres que ya se fueron; desde todos estos lugares, y desde muchos más que la imaginación no abarca, el pueblo de Estepa lleva doscientos cincuenta años amparado en ÉL, creciendo y transformándose bajo su inhiesta figura, rezándole a diario en las iglesias y en las casas, en las obras y en las oficinas, orgulloso de su prestancia y protegido por su presencia.
Y todo este tiempo no ha servido más que para aumentar el lazo de unión entre el Señor y sus hijos. Para convertirlo en alguien completamente imprescindible en nuestras vidas, en la de todos y cada uno de los estepeños, en nuestra razón de ser y de sentir, en algo sin lo que sería más difícil vivir. Resulta completamente impensable imagina a Estepa sin EL. Llegada esta efemérides deberíamos preguntarnos como habría sido estos últimos doscientos cincuenta años en Estepa sino hubiera estado EL entre nosotros. ¿Hubiera sido Estepa la misma ciudad que es hoy?, y sobre todo ¿Cómo seríamos y cómo se habrían criado las distintas generaciones de estepeños sin su estancia entre nosotros? Sin duda alguna no seríamos los mismos, y seguramente nuestro carácter e idiosincrasia, de la que tanto nos gusta presumir, tampoco sería la misma.
Pero no todo está hecho. Pese a los tiempos que corren en los que a todas palabras relacionadas con el cristianismo se les pone un “a” por delante como signo de modernidad y progresismo, los estepeños debemos seguir confiando en EL, y debemos criar a nuestros hijos, para que ellos hagan lo mismo con los suyos y así otros doscientos cincuenta años más, en la fe y en la creencia de que nuestras vidas serán mucho más fructíferas si a EL nos encomendamos; y con la confianza de que las generaciones venideras gozarán, como ya lo hicieron sus ancestros, de vivir bajo la eterna protección que su figura inspira.
Doscientos cincuenta años. Dos siglos y medio. Doscientos cincuenta Viernes Santo. Más de noventa y un mil días con nosotros. Diez u once generaciones de familias estepeñas. Nueve reyes, una reina, dos repúblicas y un dictador de España. Una guerra de independencia y otra entre hermanos. De la iglesia como poder de estado a un estado aconfesional. De luces y cruces a saetas y sevillanas. Cuanto ha cambiado el mundo, cuanto ha cambiado Estepa, y que poco, gracias a Dios, ha cambiado EL.
Un hermano
3 de Diciembre de 2008
Boletín “Cruces y Luces” 2009