Relicarios de la Catedral de Sevilla |
Por lo tanto, las reliquias se pueden considerar como los objetos o restos asociadas a los santos o con una persona considerada santa pero aún no canonizada, y pueden ser clasificados en tres grados:
-1er grado: Constituye el cuerpo entero o cada una de las partes en que se haya dividido, aunque sean muy pequeñas.
-2º grado: designan a los ropajes y objetos que pudieran haber pertenecido al santo en cuestión durante su vida (rosario, cruz, etc). También objetos asociados con el sufrimiento de un mártir.
-3º grado: cualquier objeto que ha estado en contacto con una reliquia de primer o segundo grado.
En los primeros años del cristianismo, como consecuencia de las persecuciones comenzaron a conservarse y a tenerse en gran estima los objetos relacionados con los que habían muerto por la fe. Los cuerpos de los mártires llegaron a ser tan preciados y dignos de veneración para aquellos primeros cristianos, hasta el punto de exponer muchas veces su propia vida, precipitándose en la arena de los anfiteatros para recogerlos. Recogían asimismo la sangre derramada, empapándola en esponjas, paños o cualquier otra materia absorbente. Esta reliquia era llamada sangre de los mártires.
Otra manera de obtener estas reliquias era mediante la compra, generalmente pagando en plata. Una vez obtenidas de una forma o de otra las preparaban con perfumes y ungüentos y las envolvían en ricos tejidos, sobre todo en dalmáticas enriquecidas con oro y púrpura. Muchas de estas reliquias de cuerpo entero se encuentran todavía en las catacumbas, en lugares especiales para su enterramiento llamados loculi. Una vez envuelto el cuerpo en la dalmática, buscaban un enterramiento digno y lo decoraban, convirtiéndolo en santuario para sus oraciones. Las asambleas estaban presididas por el cuerpo de un santo como reliquia y las personas particulares también hacían lo imposible por conseguir una reliquia. De ahí, que se llegara a parar sumas considerables por el cuerpo de un mártir.
Así lo hace constar Baronio en sus notas al Martirologio romano cuando dice: Christianos consuevisse redimere corpora sanctorum ad sepeliendum ea, acta diversorum matyrum saepe testantur ("Los cristianos acostumbraban recuperar los cuerpos de los santos para darles sepultura, dando fe de los hechos de los distintos mártires").
Los restos de los mártires estuvieron también ligados al sacrificio eucarístico, celebrando los misterios sobre su tumba. No se concebía un altar si no era enterramiento de un santo y en el año 269 el papa san Félix I promulgó una ley para asegurar esta costumbre. Las primeras basílicas construidas después de las persecuciones fueron erigidas encima de las criptas donde yacían los cuerpos de los mártires. Más tarde, algunos de estos cuerpos fueron trasladados a las ciudades para depositarlos en los templos suntuosos construidos para recibirlos. Es más, el quinto concilio de Cartago (397) decretó que no sería consagrada ninguna nueva iglesia que no tuviera una reliquia en su altar.
En la segunda mitad del siglo IV empezó la práctica de fragmentar los cuerpos de los santos para repartirlos. Varios teólogos apoyaron la teoría de que, por pequeño que fuera el fragmento, mantenía su virtud y sus facultades milagrosas. Así las reliquias se convirtieron en instrumento de prestigio y fuente de ingresos. Además, se comenzó a crear copias de las reliquias, que por haber estado en contacto con la original mantenían también su virtud en tercer grado. Todo esto favorecería el terreno artístico pues algunos autores creen que el inicio de las imágenes está precisamente en ser receptáculo para las reliquias. Es a partir del siglo IV, cuando aparecen los primeros documentos que reflejan el juramento sobre las reliquias de los santos, como el juramento de los ciudadanos de Rávena y San Gregorio ante la tumba de San Apolinar.
Se conservan documentos de los primeros siglos de la Iglesia cristiana que recoge la costumbre de venerar a los mártires a través de sus reliquias, como la Carta de los fieles de la Iglesia de Esmirna, del año 156 A.D: "Tomamos los huesos, que son más valiosos que piedras preciosas y más finos que oro refinado, y los pusimos en un lugar apropiado, donde el Señor nos permitirá reunirnos". San Jerónimo (siglo IV) esbozó en su Carta a Ripparium las razones por las que se veneran las reliquias: “No rendimos culto y no adoramos por temor a hacerlo a las criaturas en vez de al Creador, pero veneramos las reliquias de los mártires para adorarle más a El, dueño y Señor de los mártires”. San Gregorio de Nyssa (siglo IV) describe en su Panegírico a San Teodoro Mártir el significado y la vivencia de tocar las reliquias: “Sólo los que han experimentado la felicidad de tocar las reliquias y han obtenido sus peticiones pueden saber cuán deseable es y qué gran recompensa”. San Agustín (siglo V) en su libro La Ciudad de Dios dice: “Está claro que quien tiene afecto por alguien venera lo que queda de ésa persona tras su muerte, no sólo su cuerpo sino partes de él e incluso cosas externas, como sus ropas. Entonces, en memoria de ellos [los santos] debemos de honrar sus reliquias, principalmente sus cuerpos, que eran templos del Espíritu Santo”.
Sin embargo, las reliquias se convirtieron en un negocio, comerciando con ellas o falsificándolas para engañar a los creyentes. Por eso, San Agustín condena los excesos cometidos con las reliquias, denunciando a impostores vestidos como monjes que vendían reliquias falsas. En el año 604, el Papa San Gregorio prohibió definitivamente la venta de reliquias y la perturbación de tumbas en las catacumbas, pero el comercio de reliquias continuó, surgiendo incluso en el siglo IX una asociación consagrada a la venta y regulación de reliquias.
En la Edad Media los Papas impulsaron una serie de campañas militares entre 1096 y 1291, llamadas Cruzadas, que fueron apoyadas por los reyes cristianos con la intención de restablecer el control de Tierra Santa y liberar estos territorios del dominio musulmán. Durante las cruzadas también se animó a luchar para localizar y poner en veneración las reliquias de los santos que habían quedado en estos lugares.
Las reliquias se guardaban, en los primeros siglos, en los sepulcros o altares que las contenían. A partir del siglo VI se usaron cajas o estuches llamados relicarios, del latín reliquiae, para exponerlas a la veneración de los fieles. También estuvieron en uso los llamados encólpium en los primeros siglos de la iglesia, que tenían carácter privado y consistían en cajitas o medallas con figuras o inscripciones que se podían llevar colgadas del cuello. De esta época, eran comunes ciertas botellitas que sólo contenían algodón empapado en aceite bendecido o tomado de las lámparas que ardían junto al sepulcro de algún mártir. A partir del siglo IX empezaron a colocarse además sobre el altar relicarios en forma de cajas o arquetas. Esta forma de relicario continuó en los siglos posteriores hasta la época de arte ojival siendo preferidas las arquetas más o menos capaces y ricas, según la magnitud de las reliquias y la magnificencia del donante y aprovechándose con frecuencia para el objeto arquetas de uso profano. Ejemplos de estas arquetas se pueden encontrar en la catedral de Oviedo o en el Monasterio de Silos. El relicario tomó desde el siglo XIII formas muy variadas y artísticas, siendo las principales arquetas y templetes, ostensorios, bustos y estatuas.
Muchos de estos relicarios y sus reliquias propiciaron las peregrinaciones a los santuarios donde se veneraban y también viajaban a diferentes lugares para permitir la veneración. Los fieles pasaban tiempo en oración en la presencia de las reliquias y meditaban en la vida de santidad del santo, para pedir su intercesión u ofrecer acción de gracias por algún favor recibido. Algunas veces se les permitía a los fieles tocar el relicario o recibir la bendición con la reliquia. Finalmente, una estampa o trozo de tela que había tocado a la reliquia se convertía en una nueva reliquia de tercer grado que podía ser llevada a casa para la veneración desde el respeto y la oración.
Lignum Crucis en el Corpus de Sevilla del siglo XVIII |
A comienzos del siglo XIII, en el IV Concilio de Letrán, se prohibió la veneración de reliquias sin "certificado de autenticidad", frenando así la comercialización de reliquias en la Edad Media, pero manteniendo su veneración reglada: “Como quiera que frecuentemente se ha censurado la religión cristiana por el hecho de que algunos exponen a la venta las reliquias de los Santos y las muestran a cada paso, para que en adelante no se la censure, estatuimos por el presente decreto que las antiguas reliquias en modo alguno se muestren fuera de su cápsula ni se expongan a la venta. En cuanto a las nuevamente encontradas, nadie ose venerarlas públicamente, si no hubieren sido antes aprobadas por autoridad del Romano Pontífice”. (Cap. 62). Las órdenes religiosas surgidas en lo largo de la Edad Media fueron grandes impulsoras de la veneración de reliquias y las esparcieron por la cristiandad. También aparecieron las primeras colecciones de reliquias, mantenidas por obispos, iglesias o personas ilustres.
En el siglo XVI con el ataque de los protestantes a los santos y sus reliquias, surge en la Iglesia católica una nueva defensa de la invocación a los santos junto a la veneración de las reliquias y las tumbas de los santos que se asegurará en el Concilio de Trento de 1563. Tras el concilio, gente particular, gente de la nobleza, religiosos y los mismos reyes se desvivían por adquirir y acumular reliquias que en alguno de los casos llegaron a constituir colecciones magníficas que implicaban grandes obras de arte. Destaca de esta época la colección de reliquias de Felipe II que se conservan en el Monasterio de El Escorial en Madrid.
Las reliquias se pueden clasificar en dos tipos: aquellas relacionadas con Jesucristo y la Pasión o aquellas relacionadas con los santos. Muchas de estas reliquias se veneran en tercer grado, es decir, por estar en contacto con una reliquia de primer o segundo grado. De ahí, que se hallen varias reliquias iguales.
1. Reliquias relacionadas con Jesucristo.
-Cruz: Jesús fue crucificado y murió en la Cruz. La cristiandad consideró auténtica la encontrada en Tierra Santa por Santa Elena, madre del emperador Constantino I. Fracciones y astillas pertenecientes a la Vera Cruz están esparcidas por toda la cristiandad consideradas como Lignum Crucis. Ejemplos de estos trozos se pueden encontrar en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén o en el monasterio de Santo Toribio de Liébana.
Lignum Crucis de Santo Toribio de Liébana |
-Cáliz: Se venera el cáliz de la Última Cena y también un cuenco donde José Arimetea recogió la sangre de Cristo: Santo Catino de Génova o Santo Cáliz de Valencia.
Santa Espina de la Catedral de Sevilla |
-Sábana o mortaja: Se venera el sudario que se encuentra en la Capilla de la Sábana Santa de Turín, el cual envolvería el cuerpo de Cristo después de morir.
-Sudario del rostro: Pañuelo que envolvería la cabeza de Cristo después de muerto. Se encuentra en la catedral de Oviedo. Estudios aseguran que tanto la sábana de Turín como el sudario de Oviedo estuvieron en contacto con el mismo cuerpo.
-Velo de la Verónica: Son varias iglesias las que dicen guardar dicho velo con el Santo Rostro, como la catedral de Jaén o la basílica de San Pedro.
-Clavos de la Cruz: Fueron encontrados por Santa Elena. Varias iglesias aseguran custodiar uno de ellos, como la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén o la catedral de Notre Dame.
-Letrero de la Cruz o INRI: Se conserva en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, aunque se encuentra muy deteriorada.
-Esponja: Un pedazo de la esponja con la que dieron de beber a Jesús en la cruz, se presume está guardada, junto con parte de su sangre, en la basílica de San Andrés de Mantua.
-Columna de la flagelación y azotes: Al parecer existen varios lugares donde se dice estar dicha columna, o fragmentos de esta, por ejemplo en el Santo Sepulcro en Jerusalén, o en la basílica de Santa Práxedes en Roma. Por su parte los azotes o flagelos, se cree que se conservan en la catedral de Anagni, y en la iglesia Santa María in Via Lata en Roma
Sagrada Columna de Santa Práxedes, Roma |
-Sandalias: Se atribuye que lo que queda de las sandalias de Jesús están en la Basílica del Santo Salvador (Prüm) en Alemania.
-Pesebre y pañales: Pedazos de madera de lo que tal vez era parte de una cuna se exhiben en un relicario en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Con respecto a los pañales que lo envolvieron, se dice que unos están en un gran cofre de la Catedral de Aquisgrán, Alemania y trozos pequeños en la Catedral de la Seo Vieja de Lérida.
-La Santísima Sangre: Reliquias que contenían un gota de la sangre de Cristo derramada durante la Pasión fueron muy populares en la Edad Media. Algunas iglesias que dicen poseer esta reliquia son la Sainte Chapelle de París o la Santa Sangre de Brujas.
2. Reliquias relacionadas con santos: Son numerosísimas y se encuentran repartidas por toda la cristiandad, como los huesos de San Pedro en las grutas de la Santa Sede del Vaticano, el cuerpo de San Andrés en Constantinopla, los restos de Santiago en Santiago de Compostela o las reliquias de Santa Águeda en Catania, entre muchas.
Relicario de San Juan Pablo II en Sevilla |
-Las reliquias en la Iglesia: autenticidad y conservación. Vatican.va
-¿Por qué los católicos veneran reliquias? ACI Prensa. 2018
-Los católicos y las reliquias. Catholic.net
-El Vaticano prohíbe el comercio de las reliquias y establece nuevas normas para su exposición. ACI Prensa. 2017
-El Vaticano prohíbe el comercio de reliquias y su exposición en lugares paganos. Madrid Press. 2017
-Las reliquias: fe y negocio en la Edad Media. National Geographic. 2016
-Reliquias en Sevilla. García Bautista, JM. El Correo de Andalucía. 2017
-El Lignum Crucis de Estepa. Devociones de Estepa. 2015