1. Introducción
2. Las hermandades de Ánimas en Estepa
La creencia en la existencia del Purgatorio surgió durante el tránsito de la Edad Antigua a la Media y se consolidó con posterioridad al concilio de Trento, en los siglos XVII y XVIII, seguramente como respuesta a la doctrina protestante, claramente posicionada en contra de su existencia; a partir de entonces, la Iglesia Católica promovió la realización de actos piadosos a favor de las “benditas ánimas del Purgatorio” para que éstas alcanzasen definitivamente la salvación eterna. Fruto de este movimiento eclesial fue la aparición de corporaciones religiosas, de carácter netamente parroquial, cuya finalidad primordial era promover este tipo de actos de culto bajo el título genérico de Cofradías de las Benditas Ánimas del Purgatorio, las cuales ofrecían sufragios por el eterno descanso de dichas almas y se popularizaron especialmente a partir de siglo XVII. Estas cofradías, junto con las sacramentales, serían exceptuadas en los distintos expedientes de supresión de hermandades y cofradías que se promovieron en los últimos decenios del siglo XVIII en los reinos de España debido a que “en el día contribuyen a mantener el culto divino y la devoción de los templos, que sin estos cuerpos decaerían mucho por la gran pobreza a que se han reducido casi todas la fábricas de dichas parroquias”. Actualmente, la creencia en la existencia del Purgatorio como lugar de paso hacia el Cielo se encuentra muy debilitada, tanto en la religiosidad popular como a nivel teológico.
Tenemos noticia de la existencia de varias corporaciones religiosas con este título en la villa de Estepa; la más antigua de ellas fue la fundada en la parroquia de San Sebastián de cuya fecha de fundación exacta nada sabemos con certeza, aunque parece ser de las más antiguas cofradías que se fundaron en la villa; la corporación es citada en unas cuentas de fábrica de las parroquias estepeñas correspondientes al año 1625, en las que aparece como receptora de limosnas procedentes de dicha fábrica; dos años antes, en 1623, hay un repartimiento de gastos en la fiesta del Corpus “a todas las cofradías de esta villa” en el cual no aparece la de Ánimas, por lo que es posible que su fundación pueda situarse entre ambas fechas; esta cofradía se vio exceptuada de la real orden que suprimía las cofradías estepeñas en 1790, y continuó existiendo, al parecer con bastante vigor, durante buena parte del siglo XIX, como lo prueban unos autos seguidos contra su hermano mayor, el presbítero don José Mª de Reina, el año 1846 en razón de la aprobación de las cuentas de dicha corporación. En dichos autos se define a la hermandad como “una asociación de personas piadosas que ejercen sus caritativos oficios a favor de las almas de los difuntos”.
Otra cofradía de Ánimas existió en Estepa, de la cual hemos tenido noticia a través de unos autos dirimidos ante el Vicario Andújar a comienzos del año 1696; según consta en dichos autos, la cofradía era de reciente fundación y se había instituido en la iglesia del convento de La Victoria de Estepa con el título de Hermandad de Ánimas de San Francisco de Paula por un grupo de personas seglares y los religiosos mínimos, cuyos miembros seculares pagaban de limosna dos maravedís cada viernes del año y la comunidad se obligaba a asistir al entierro de los hermanos con el estandarte de la cofradía y seis frailes. Por otra parte, una lista de las cofradías estepeñas existentes en 1705, recoge dos corporaciones con el título de Bacineta de las Ánimas, sitas respectivamente en las ermitas de la Vera Cruz y Santa Ana; tanto estas dos hermandades como la anterior es muy posible que tuvieran una existencia efímera.
3. Evolución histórica de la capilla de Ánimas de San Sebastián
Abierta al lado de la epístola del templo y separada de la nave de éste por una verja de hierro, la capilla tiene una anchura de 5 metros, una profundidad de 2 metros y una altura de 6 metros y medio, siendo la más pequeña de todas las que posee el templo.
La capilla fue edificada a comienzos del siglo XVIII a expensas del presbítero estepeño don Pedro Salvador de Reina, quien hizo donación de la misma a la cofradía de las Benditas Ánimas de la parroquia, obligándose dicha cofradía, desde el fallecimiento de don Pedro, a decir perpetuamente una misa cantada con responso el día de Santa Teresa de Jesús, 16 de octubre, de cada año en dicha capilla, y señalando don Pedro como sitio para la sepultura de su cuerpo “en el que están los pies de los sacerdotes diciendo misa en dicha capilla”; estas disposiciones las dejó escritas el fundador de la capilla en su testamento, otorgado en Estepa el día 9 de enero de 1717 ante el escribano José Borrego, en el que también dispuso se dijesen cien misas rezadas en dicha capilla en sufragio de las benditas ánimas y por el alma de sus padres y abuelos.
De don Pedro Salvador de Reina apenas sabemos que falleció en Estepa, siendo enterrado en la parroquia de San Sebastián “en sepultura propia” el 12 de agosto de 1719 y que perteneció a varias cofradías y hermandades estepeñas: a la hermandad sacerdotal de San Pedro, que organizó su entierro; a la venerable orden tercera de San Francisco de Asís, de la que fue ministro entre 1695 y 1697 y después coadjutor; a la hermandad de la Oración en el Huerto, según consta en su testamento; y, naturalmente, a la hermandad y cofradía de las Ánimas Benditas de San Sebastián.
Aunque no podemos asegurarlo, parece que desde los años ochenta del siglo XIX la capilla se convirtió también en bautismal, pues así se deduce de las palabras de Aguilar y Cano en su Memorial: “frente a la capilla de Jesús, en la nave opuesta, está la de Ánimas, en la que hoy existe la pila bautismal”.
En los años cincuenta del pasado siglo se fomentó en esta capilla el culto al Señor Cautivo y, finalmente, tras la fundación de la hermandad de los Estudiantes en 1957, pasó a convertirse en la sede de dicha corporación.
4. El patrimonio artístico de la capilla
La ornamentación artística de esta capilla guarda estrecha relación con las vicisitudes que ha vivido a lo largo de su historia.
De su pasado como capilla de Ánimas aún quedan el retablo y la decoración de las cuatro pechinas que sostienen su cúpula, cada una de ellas con un relieve en madera representando el símbolo de la muerte, en forma de calaveras sobre tibias cruzadas, decoración propia de este tipo de capillas. En cuanto al retablo, he aquí cómo lo describe un inventario de año 1884:
Retablo tallado y dorado, perfectamente conservado, consistiendo en cuatro columnas hábilmente trabajadas, en el pedestal de cada cual colocado un ángel y entre las mismas columnas las imágenes de Santo Domingo y Santa Rita. En el centro, la imagen de Jesucristo Crucificado levantado de en medio de un grupo de figuras rodeadas de llamas.
Se trata, pues, de una típica representación de las benditas ánimas, cuyo canon se fijó a finales del XVI: las ánimas son liberadas por ángeles y ofrecidas a Cristo, siendo representadas como cuerpos abrasados por el castigo del fuego y anhelantes de la remisión de sus pecados.
La ejecución del retablo puede fijarse en los primeros decenios del siglo XVIII, recordando en su factura los trabajos de los talleres ecijanos, de los que tantas muestras hay en la localidad; se remata el retablo con un medallón en relieve representando a san Pedro, en recuerdo del fundador de la capilla. Este retablo mantuvo la misma configuración hasta los años cincuenta del pasado siglo en que desaparecieron dos de los cuatro ángeles y posteriormente, en la década de los setenta, cuando perdió toda la figuración correspondiente a las ánimas benditas.
Por lo que se refiere a la imagen principal, la del Crucificado, es posible que se trate de la misma que hoy preside el retablo, es decir, el Santísimo Cristo del Amor, aunque no pueda afirmarse con rotundidad, dado que los historiadores del arte que hasta el momento se han ocupado de la imagen ofrecen datos contradictorios; así, los autores del Catálogo, allá por el año 1953, afirmaron que se trataba de “una notable imagen” del comedio del siglo XVIII y de escuela sevillana; por su parte los de la Guía Artística, en los años ochenta, coinciden en señalar la imagen como de escuela sevillana pero adelantan la fecha de su ejecución “hacía 1700”; más recientemente, Ezequiel Díaz ha atribuido la realización de esta obra escultórica al imaginero antequerano Diego José Márquez, quien lo habría efectuado en la década de los ochenta del siglo XVIII, por lo que cabría situarla entonces en la órbita de la escuela granadina.
En cuanto a las dos pequeñas esculturas secundarias, de apenas medio metro de altura y que completan la figuración del retablo, aún es mayor la discrepancia, no ya en cuanto a su autoría, de la que ni siquiera se habla, sino en cuanto a su identificación; de esta manera, en el inventario de 1884, se dice que representan a santo Domingo de Guzmán y a Santa Rita; en otro inventario de 1904 se dice que corresponden a San Vicente Ferrer y Santa Gertrudis; y por su parte, en el Catálogo de 1953 se afirma que son Santo Tomás de Aquino y Santa Escolástica; como puede verse, se trata de un abanico de posibilidades demasiado amplio como para asegurar nada al respecto y todavía menos en la actualidad, en que ambas imágenes han perdido parte de sus atributos de representación; lo único que puede afirmarse claramente es que una de las esculturas representa a un santo dominico y la otra a una santa religiosa, por más que sospechemos que los titulares de ambas imágenes pudieran estar relacionadas con la onomástica de los progenitores de don Pedro Salvador de Reina.
Respecto a su función como bautismal, en la capilla estuvo hasta no hace mucho la pila “y sobre ella un magnífico cuadro de Jesucristo Crucificado representando los siete sacramentos en los siete ríos de sangre que salen de su costado”, típica representación de Cristo como Fuente de la Vida, al parecer, y según la Guía Artística, fechable en el siglo XVIII; hacia 1924 se incluyó otro cuadro “representando el Bautismo del Señor”.
(Sigue agradecimientos, fuentes y bibliografía)
Boletín “Los Estudiantes”, 2013
Jorge A. Jordán Fernández
Doctor en Historia