Mi nombre es Abdel Rahmân, que quiere decir, “Sirviente del Misericordioso”.
Me siento poeta al que gusta componer bellos romances y loas, y además, soy trovador que se deleita acompañando sus versos con el sonar de las cuerdas de la citara, al compás de armoniosos acordes.
Nací en el seno de una familia que desde muchas generaciones atrás, ha vivido en la pequeña pero preciosa medina de Istabba, fronteriza con el reino cristiano, y edificada al amparo de su alcanzaba con el auxilio que le brindan las recias torres y murallas de la fortificación, que la defiende en la cumbre de un gallardo Cerro, situado entre sierras y campiñas, en un privilegiado lugar de mi hermosa Al-Andalus.
Ese día, era el miércoles veinticuatro del caluroso mes de Muhárram, del año 638 de la Hégira del Profeta Mahoma; (en el calendario cristiano, el miércoles día 15 de agosto de 1240).
Las tropas cristianas mantenían su asedio cercando el castillo, y desde hacía tiempo, habían establecido el real de su campamento en el lugar llamado “La Coracha”, en la parte oriental de la fortaleza, por donde ésta es más inexpugnable y difícil de conquistar por lo abrupto del terreno. Allí hallábase la fuente adonde en tiempos de paz, tras salir por un portillo abierto en el muro, bajábamos a recoger el agua para el consumo de las personas –entre seis y ocho mil hombres de guarnición-, animales y casas de la medina; mas ahora es imposible hacerlo por el cerco cristiano, y los aljibes están ya casi secos, así como vacíos los odres y las tinajas de aceite, y sin grano los silos del cereal. Pasamos muchas pecuarias y grandes calores además del hambre y la sed por la falta de reservas.
En mi casa tenemos un patio con una pequeña almunia, que cuando había abundancia de agua, en las tardes primaverales y del estío, allí gozaba al escribir mis versos de amor bajo la fresca sombra que generosos me brindan los naranjos, limoneros y parras, donde también me gusta componer alabanzas a todo lo bello, oyendo el rumor que el agua susurra cuando a chorros sale inquieta y saltarina por los surtidores de la pétrea fuente, emitiendo notas y sonidos que parecen musicales, mezclándose con los gorjeos de ruiseñores, palomas y otros pajarillos que hasta allí vienes a chapotear y beber para calmar la sed de la canícula.
Luego, el agua vuelve a caer mansamente chorreando por sus tazas, fundiéndose y rompiendo sus gotas la quietud y el sosiego del espejo que forma tan cristalino y vivificante líquido, que de la fuente retorna otra vez a correr por las acequias y canalillos del vergel, regando los arriates colmados de las más bellas y variadas flores y platas.
Por las noches bajo los blancos resplandores que la luna ofrece en las horas previas a la meditación; los jazmines se abren, la albahaca, las rosas y los claveles parecen reventar brotando y esparciendo sus delicadas fragancias en el cálido aire que inunda el espacio, despertando los sentidos del poeta, que parecen estar adormecidos; y entonces, con tristeza canto:
¡Ay, mi Istabba hermosa y blanca!
La pena está en mi garganta
Y aún así, te hago canción.
¿Qué será del trovador sin poder vivir en ti?
Si siempre te llevo en mí:
¡muy honda en mi corazón!
Tales efluvios sirven de bálsamo al alma inquieta por la melancolía, y al cuerpo cansado por el trabajo, que recuperan así la placidez de la paz y quietud sosegadoras que inducen al reparador descanso nocturno.
Desde mi pequeño oasis de paz, suelo oír al Almuecín que desde el alminar de la cercana mezquita junto a la Alcazaba, propaga a los vientos su voz potente convocando a los fieles para el rezo de las oraciones a Alá. Ese día, oí su llamada, y en el mismo huerto me dispuse a orar en voz baja el salat al-duhà que es la plegaria que se reza a media mañana.
Pedí a Dios para que terminara pronto nuestra angustiosa situación.
Después, con el sopor del caluroso día y oyendo correr el agua, caí en una especie de letargo bajo la benéfica sombra de la parra. En mi aturdimiento, pensaba que a causa de la guerra tal vez tendría que verme obligado a abandonar mi querida medina de Istabba; y pensando en ello con tristeza, quedé dormido.
Tras un rato de ensueños y quimeras, me despertó un enorme griterío acompañado de estruendos y sonidos de chirimías, dulzainas y otros instrumentos y atabales. Salí de mi casa y corrí hasta un lugar elevado, desde donde pude ver al mismo rey don Fernando cabalgando al frente de sus tropas, sobre su hermoso corcel blanco, en cuya silla llevaba sujeta una pequeña imagen de María; la madre del Dios de los cristianos.
Me siento poeta al que gusta componer bellos romances y loas, y además, soy trovador que se deleita acompañando sus versos con el sonar de las cuerdas de la citara, al compás de armoniosos acordes.
Nací en el seno de una familia que desde muchas generaciones atrás, ha vivido en la pequeña pero preciosa medina de Istabba, fronteriza con el reino cristiano, y edificada al amparo de su alcanzaba con el auxilio que le brindan las recias torres y murallas de la fortificación, que la defiende en la cumbre de un gallardo Cerro, situado entre sierras y campiñas, en un privilegiado lugar de mi hermosa Al-Andalus.
Ese día, era el miércoles veinticuatro del caluroso mes de Muhárram, del año 638 de la Hégira del Profeta Mahoma; (en el calendario cristiano, el miércoles día 15 de agosto de 1240).
Las tropas cristianas mantenían su asedio cercando el castillo, y desde hacía tiempo, habían establecido el real de su campamento en el lugar llamado “La Coracha”, en la parte oriental de la fortaleza, por donde ésta es más inexpugnable y difícil de conquistar por lo abrupto del terreno. Allí hallábase la fuente adonde en tiempos de paz, tras salir por un portillo abierto en el muro, bajábamos a recoger el agua para el consumo de las personas –entre seis y ocho mil hombres de guarnición-, animales y casas de la medina; mas ahora es imposible hacerlo por el cerco cristiano, y los aljibes están ya casi secos, así como vacíos los odres y las tinajas de aceite, y sin grano los silos del cereal. Pasamos muchas pecuarias y grandes calores además del hambre y la sed por la falta de reservas.
En mi casa tenemos un patio con una pequeña almunia, que cuando había abundancia de agua, en las tardes primaverales y del estío, allí gozaba al escribir mis versos de amor bajo la fresca sombra que generosos me brindan los naranjos, limoneros y parras, donde también me gusta componer alabanzas a todo lo bello, oyendo el rumor que el agua susurra cuando a chorros sale inquieta y saltarina por los surtidores de la pétrea fuente, emitiendo notas y sonidos que parecen musicales, mezclándose con los gorjeos de ruiseñores, palomas y otros pajarillos que hasta allí vienes a chapotear y beber para calmar la sed de la canícula.
Luego, el agua vuelve a caer mansamente chorreando por sus tazas, fundiéndose y rompiendo sus gotas la quietud y el sosiego del espejo que forma tan cristalino y vivificante líquido, que de la fuente retorna otra vez a correr por las acequias y canalillos del vergel, regando los arriates colmados de las más bellas y variadas flores y platas.
Por las noches bajo los blancos resplandores que la luna ofrece en las horas previas a la meditación; los jazmines se abren, la albahaca, las rosas y los claveles parecen reventar brotando y esparciendo sus delicadas fragancias en el cálido aire que inunda el espacio, despertando los sentidos del poeta, que parecen estar adormecidos; y entonces, con tristeza canto:
¡Ay, mi Istabba hermosa y blanca!
La pena está en mi garganta
Y aún así, te hago canción.
¿Qué será del trovador sin poder vivir en ti?
Si siempre te llevo en mí:
¡muy honda en mi corazón!
Tales efluvios sirven de bálsamo al alma inquieta por la melancolía, y al cuerpo cansado por el trabajo, que recuperan así la placidez de la paz y quietud sosegadoras que inducen al reparador descanso nocturno.
Desde mi pequeño oasis de paz, suelo oír al Almuecín que desde el alminar de la cercana mezquita junto a la Alcazaba, propaga a los vientos su voz potente convocando a los fieles para el rezo de las oraciones a Alá. Ese día, oí su llamada, y en el mismo huerto me dispuse a orar en voz baja el salat al-duhà que es la plegaria que se reza a media mañana.
Pedí a Dios para que terminara pronto nuestra angustiosa situación.
Después, con el sopor del caluroso día y oyendo correr el agua, caí en una especie de letargo bajo la benéfica sombra de la parra. En mi aturdimiento, pensaba que a causa de la guerra tal vez tendría que verme obligado a abandonar mi querida medina de Istabba; y pensando en ello con tristeza, quedé dormido.
Tras un rato de ensueños y quimeras, me despertó un enorme griterío acompañado de estruendos y sonidos de chirimías, dulzainas y otros instrumentos y atabales. Salí de mi casa y corrí hasta un lugar elevado, desde donde pude ver al mismo rey don Fernando cabalgando al frente de sus tropas, sobre su hermoso corcel blanco, en cuya silla llevaba sujeta una pequeña imagen de María; la madre del Dios de los cristianos.
Su cabeza iba ceñida con regia corona, el cuerpo cubierto por bruñida armadura de hierro, y de su real cintura, colgábale una hermosa espada que parecía estar hecha de la más pura plata y el mejor y más reluciente oro del mundo.
Comprendí entonces con pesar, que la fortaleza de Istabba después de una dura resistencia, aquél día se vio en la necesidad de entregarse por capitulación, obligada por la sed y el hambre.
El rey cristiano marchaba escoltado por una multitud de guerreros de infantería bien pertrechados, que vitoreaban al monarca, y por caballeros de su real séquito portando estandartes cristianos y blasones castellanos, montados en hermosos y recios caballos.Todos ellos se dirigían hacia el centro de la medina, subiendo por un empinado carril después de haber hecho su entrada en ella por una de sus puertas: la llamada “El postigo de la villa”, en el lado de Oriente.
El rey cristiano marchaba escoltado por una multitud de guerreros de infantería bien pertrechados, que vitoreaban al monarca, y por caballeros de su real séquito portando estandartes cristianos y blasones castellanos, montados en hermosos y recios caballos.Todos ellos se dirigían hacia el centro de la medina, subiendo por un empinado carril después de haber hecho su entrada en ella por una de sus puertas: la llamada “El postigo de la villa”, en el lado de Oriente.
Tras tomar las llaves que le fueron entregadas por el cadí y el alcalde de la fortaleza, dirigióse después junto a su séquito hasta la mezquita o aljama, la cual mandó consagrar para el rito cristiano, bajo el nombre de la Señora Santa María.
Su real persona fue magnánima con los habitantes de la población, y después de entregar la villa a sus caballeros, firmó real cédula por la cual nos permitía seguir habitando en nuestra querida Istabba; a la que tanto amo, y que por ella muero.
El estruendo y la algarabía que esta tarde me despertó del ensueño con banda de música y ruidos de multitud, no era otra cosa más que los murmullos de los fieles estepeños, y el repicar de campanas que hoy, quince de agosto de 2007, acompañaban
la procesión de Nuestra Señora la Virgen de la Asunción, en su recorrido por las calles de la ciudad de Estepa, de la que fue proclamada Patrona en un día como el de hoy; un miércoles 15 de agosto del año del Señor 1240, fecha en la que el Santo rey don Fernando III la liberara para siempre del dominio árabe.
Muy bello fue el mágico hechizo, mientras duró el hermoso sueño.
El estruendo y la algarabía que esta tarde me despertó del ensueño con banda de música y ruidos de multitud, no era otra cosa más que los murmullos de los fieles estepeños, y el repicar de campanas que hoy, quince de agosto de 2007, acompañaban
la procesión de Nuestra Señora la Virgen de la Asunción, en su recorrido por las calles de la ciudad de Estepa, de la que fue proclamada Patrona en un día como el de hoy; un miércoles 15 de agosto del año del Señor 1240, fecha en la que el Santo rey don Fernando III la liberara para siempre del dominio árabe.
Muy bello fue el mágico hechizo, mientras duró el hermoso sueño.
Escrito por Antonio Rodríguez Crujera
Ilustración Freddy Cabello
Revista de Feria de Estepa, 2007
Blog Desde la alcazaba