“España, todo corazón, con el rancio abolengo que los pueblos y civilizaciones dejaron en su paso, es la nación mariana por excelencia. Dígalo, si no, Pío IX, cuando en 1854, al declarar el Dogma de la Inmaculada Concepción, erigió un monumento a María en la Plaza de España, en Roma, frente a nuestra embajada.
El mapa de España es toda una constelación luminosa de santuarios marianos; donde quiera que se alza un pueblo, hay por lo menos un templo dedicado a la Santísima Virgen.
Y dentro de nuestra patria, Andalucía; “la tierra de María Santísima”. El corazón andaluz, por ser el más delicado, el más sensible, es el más apto para el amor. Nuestro corazón, con esa sensibilidad exquisita que le distingue, se vuelca por completo en María, porque en Ella, después de Dios, encuentra el objeto de sus predilecciones, y ve en la celestial señora la dignificación del género humano: en la “esclava del Señor”, a su propia Reina; en la Inmaculada, su Virgen, y en la Madre divina, a su madre de los cielos.
Una ciudad blanca, a la ladera de un cerro, se destaca en las mismas entrañas en Andalucía: Estepa. Pudiéramos decir de ella que es el corazón mariano de la tierra andaluza. El corazón, que es el órgano del amor, “que no se concibe sino amando algo”; que es lo más delicado y tierno de nuestro ser. Este pueblo es todo mariano, con numerosos templos dedicados a Nuestra Señora; uno, a su madre Santa Ana, y otro a su esposo San José. Bien pudiera afirmarse, en buena geografía mariana, que Estepa limita al Norte con la Milagrosa; al Este, con el Carmen; al Sur, con Santa María y Nuestra Señora de Gracia; y al Oeste, con los Remedios; y en su centro el templo dedicado a Nuestra Patrona la Virgen de la Asunción. Y dos templos dedicados a Ella cayeron en la memoria de los tiempos: el de Ntra. Sra. de la Victoria y el de la Concepción.
Nuestro pueblo, en todas las épocas del año, honra a María. Si sabe alegrarse y festejar con radiante esplendidez todas esas típicas fiestas, en las que la sagrada liturgia se parangonan con las manifestaciones bulliciosas y regocijantes de nuestro carácter andaluz, llora también cuando llega el momento en que, afligido por la Pasión y Muerte de su Hijo Divino, se desvanece llena de amargura al pie de la Cruz.
He ahí la cualidad más sublime del corazón estepeño: la sensibilidad de pasar de la risa al llanto, del júbilo a la tristeza; y lo mismo que antes estaba lleno de euforia, ahora, en los días grandes de la Semana Mayor, recoge su alma, y lacerando su corazón, medita día tras día, sobre las escenas sublimes de la Pasión, que tan fielmente reflejan nuestros desfiles procesionales.
El pueblo, ante el resplandor de la luz de la cera de los palios, se conmueve con el Valle de lágrimas que derrama la madre al conocer que su hijo está cautivo; con los Dolores Servitas de la madre que ve como su hijo es negado y coronado de espinas; con los Dolores de la madre que acude en busca del Nazareno; con la Amargura de la madre al pie de la cruz; con las Angustias de la madre que recoge al hijo, ya muerto, de nuevo en su regazo, y con la Soledad de la madre en el entierro de su hijo. Pero Ella sabe y confía, y nos enseña, la Esperanza en la Victoria que supone la Resurrección de su Hijo; y así reina llena de Paz en el mundo la vemos como madre Milagrosa de los Remedios, Concepción Inmaculada, de Gracia, del Carmen, en su Asunción a los cielos y de niña junto a la abuela Santa Ana.
Y si es verdad que al pasar el Nazareno vuelca su corazón hacia Él, no es menos cierto que el estepeño sabe que detrás va la Virgen. La Virgen en su “paso” cuajado de flores blancas, y de cera mortecina, que hace más vivas esas lágrimas que corren por sus mejillas, que dan color de muerte a su divino rostro. María es la que preside nuestras procesiones, y es el broche de oro que cierra nuestros desfiles.
Que este amor que le profesamos nos sirva para alcanzar en la otra vida la bienaventuranza, y que se propague a nuestros hijos, por todo la eternidad y para mayor gloria y honra del pueblo de Estepa.”
El mapa de España es toda una constelación luminosa de santuarios marianos; donde quiera que se alza un pueblo, hay por lo menos un templo dedicado a la Santísima Virgen.
Y dentro de nuestra patria, Andalucía; “la tierra de María Santísima”. El corazón andaluz, por ser el más delicado, el más sensible, es el más apto para el amor. Nuestro corazón, con esa sensibilidad exquisita que le distingue, se vuelca por completo en María, porque en Ella, después de Dios, encuentra el objeto de sus predilecciones, y ve en la celestial señora la dignificación del género humano: en la “esclava del Señor”, a su propia Reina; en la Inmaculada, su Virgen, y en la Madre divina, a su madre de los cielos.
Una ciudad blanca, a la ladera de un cerro, se destaca en las mismas entrañas en Andalucía: Estepa. Pudiéramos decir de ella que es el corazón mariano de la tierra andaluza. El corazón, que es el órgano del amor, “que no se concibe sino amando algo”; que es lo más delicado y tierno de nuestro ser. Este pueblo es todo mariano, con numerosos templos dedicados a Nuestra Señora; uno, a su madre Santa Ana, y otro a su esposo San José. Bien pudiera afirmarse, en buena geografía mariana, que Estepa limita al Norte con la Milagrosa; al Este, con el Carmen; al Sur, con Santa María y Nuestra Señora de Gracia; y al Oeste, con los Remedios; y en su centro el templo dedicado a Nuestra Patrona la Virgen de la Asunción. Y dos templos dedicados a Ella cayeron en la memoria de los tiempos: el de Ntra. Sra. de la Victoria y el de la Concepción.
Nuestro pueblo, en todas las épocas del año, honra a María. Si sabe alegrarse y festejar con radiante esplendidez todas esas típicas fiestas, en las que la sagrada liturgia se parangonan con las manifestaciones bulliciosas y regocijantes de nuestro carácter andaluz, llora también cuando llega el momento en que, afligido por la Pasión y Muerte de su Hijo Divino, se desvanece llena de amargura al pie de la Cruz.
He ahí la cualidad más sublime del corazón estepeño: la sensibilidad de pasar de la risa al llanto, del júbilo a la tristeza; y lo mismo que antes estaba lleno de euforia, ahora, en los días grandes de la Semana Mayor, recoge su alma, y lacerando su corazón, medita día tras día, sobre las escenas sublimes de la Pasión, que tan fielmente reflejan nuestros desfiles procesionales.
El pueblo, ante el resplandor de la luz de la cera de los palios, se conmueve con el Valle de lágrimas que derrama la madre al conocer que su hijo está cautivo; con los Dolores Servitas de la madre que ve como su hijo es negado y coronado de espinas; con los Dolores de la madre que acude en busca del Nazareno; con la Amargura de la madre al pie de la cruz; con las Angustias de la madre que recoge al hijo, ya muerto, de nuevo en su regazo, y con la Soledad de la madre en el entierro de su hijo. Pero Ella sabe y confía, y nos enseña, la Esperanza en la Victoria que supone la Resurrección de su Hijo; y así reina llena de Paz en el mundo la vemos como madre Milagrosa de los Remedios, Concepción Inmaculada, de Gracia, del Carmen, en su Asunción a los cielos y de niña junto a la abuela Santa Ana.
Y si es verdad que al pasar el Nazareno vuelca su corazón hacia Él, no es menos cierto que el estepeño sabe que detrás va la Virgen. La Virgen en su “paso” cuajado de flores blancas, y de cera mortecina, que hace más vivas esas lágrimas que corren por sus mejillas, que dan color de muerte a su divino rostro. María es la que preside nuestras procesiones, y es el broche de oro que cierra nuestros desfiles.
Que este amor que le profesamos nos sirva para alcanzar en la otra vida la bienaventuranza, y que se propague a nuestros hijos, por todo la eternidad y para mayor gloria y honra del pueblo de Estepa.”