Las autoridades judías no podían por sí mismas ejecutar esa sentencia; por eso, cuando amaneció, llevaron a Jesús ante el procurador romano de Judea, de nombre Pilato, y se lo entregaron. Para los judíos se había hecho Hijo de Dios y según la ley judía debía morir, pero no recaía en la ley romana y Pilato lo consideraba por tanto inocente. Pero los judíos reclamaron que había permitido ser aclamado Hijo de David que según ellos iba a ser su rey, lo que sí entraba dentro de la Lex Julia, al querer ser rey e ir contra el Emperador. Pilato tiene la obligación de atender esta acusación y le pregunta a Jesús por su realeza, pero al no obtener nada claro, se lo manda a Herodes, por ser Jesús, el galileo, su súbdito. Herodes se mofa de él y se lo devuelve. Pilato sigue sin encontrar causa alguna para su muerte y lo equipara con un criminal o ladrón, como Barrabás, y como tal plantea castigarlo con la flagelación y luego soltarlo. La propuesta era, a quién de los dos quería el pueblo que soltase, a Barrabás o a Jesús. La plebe prefiere a Barrabás, a la vez que grita que Jesús sea crucificado.
Mateo y Marcos nos dice que: "Y habiendo hecho flagelar a Jesús, lo entregó (Pilato) para que lo crucificaran". Lucas es más explícito, y cuando está explicando los esfuerzos de Pilato para salvar a Jesús, al final nos cita una frase del Prefecto: "Le castigaré y luego le soltaré". Juan nos afirma que Jesús fue flagelado durante los juicios de Pilato. El relato de San Lucas nos dice que Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, y les dijo: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré». Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: «¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!» Éste había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habló de nuevo, intentando librar a Jesús, pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícale, crucifícale!» Por tercera vez les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho éste? No encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; así que le castigaré y le soltaré». Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y sus gritos eran cada vez más fuertes. Finalmente, Pilato, queriendo complacer a la gente, soltó a Barrabás, condenó a Jesús, mandó azotarle y lo entregó para que fuera crucificado.
Al sufrimiento del espíritu, tristeza, angustia y soledad de Getsemaní, siguió el dolor corporal y físico de la flagelación, en un contexto saturado de toda clase de vejaciones y desprecios.
La flagelación ha sido usada en todos los tiempos y todas las épocas, aunque más especialmente por los judíos. El reo lo sufría en la Sinagoga ante tres jueces y recibía trece azotes con un látigo armado de tres correas. En Grecia y Roma, la flagelación era más atroz aún y más infamante que la fustigación, golpeado con la fusta, y sólo se aplicaba a los esclavos y criminales condenados a morir en la cruz, ocurriendo muy frecuentemente que el reo falleciese de los azotes.
La flagelación era un preámbulo legal a toda ejecución, excepto en los ciudadanos romanos condenados a decapitación. En este caso, eran fustigados. Esto se hacía, según Tito Livio, en el mismo lugar del suplicio, inmediatamente antes de la decapitación. Los condenados a crucifixión eran flagelados habitualmente durante el trayecto que había entre el lugar donde se dictaba la sentencia y el del suplicio. En el caso de Jesús se llevó a cabo en las dependencias del tribunal. Esto sólo se hacía en los casos en que la flagelación era sustitutiva de la pena capital, pero en el caso de Jesús la flagelación no fue la legal que precedía a toda ejecución y que se daba en el trayecto, camino del suplicio.
Una vez la orden de castigo fue dada, Jesús fue atado con cuerdas gruesas y resistentes. Las manos por encima de la cabeza, quedando así, casi suspendido de la parte alta de la columna o del techo. De esta manera quedaba inutilizado, para que no pudiera defender algunas partes del cuerpo con los brazos, y para que en el caso de shock, no cayera al suelo.
El instrumento utilizado para la flagelación, fue el flagrum taxillatum, que se componía de un mango corto de madera, al que estaban fijos tres correas de cuero de unos 50 cms., en cuyas puntas tenían dos bolas de plomo alargadas, unidas por una estrechez entre ellas; otras veces eran los talli o astrágalos de carnero. El más usado era el de bolas de plomo.
El número de latigazos, según la ley hebrea, era de 40, pero ellos por escrúpulos de sobrepasarse, daban siempre 39. Pero Jesús fue flagelado por los romanos, en dependencia militar romana, por tanto more romano, es decir, según la costumbre romana, cuya ley no limitaba el número. Sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida, por dos razones: una, para poder mostrarle al público para que éste se compadeciera, que era la intención de Pilato, y la otra, para que en caso de condena a muerte, llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo vivo: era le ley.
El reo quedaba irreconocible en su aspecto y sangrando por todo el cuerpo. Todas las partes del cuerpo de Jesús fueron objeto de latigazos. Eso sí, respetaron la cabeza y la parte del corazón, porque hubiera podido morir, como les había sucedido con otros. Y en este caso tenían una consigna: no matarlo. Así lo había mandado Pilato: "Le castigaré y luego le soltaré".
Las correas de cuero del flagrun taxillatum, cortaron en mayor o menor grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los muslos, las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre el cuerpo de Jesús, hicieron toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equímosis y llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax, provocaron, sin duda, lesiones pleurales e incluso pericarditis, con consecuencias muy graves para la respiración, la marcha del corazón y el dolor.
Pero si en la parte externa Jesús quedó irreconocible por las heridas y por la sangre, en el interior de su organismo sufrieron también lesiones muy graves órganos vitales, como el hígado y el riñón. Los golpes fuertes sobre la zona renal, instauraron sin duda, una disfunción en los riñones. Lo mismo podemos decir sobre el hígado, donde provocaron también una disfunción del mismo. A esta disfunción o insuficiencia hepato-renal, junto a mayor pérdida de sangre, fueron acompañadas de cambios electrolíticos y de otros parámetros biológicos con todas las consecuencias gravísimas para la supervivencia.
La disminución de la volemia por la nueva y abundante pérdida de sangre, aumentaron más gravemente la disnea o dificultad respiratoria, comenzada en Getsemaní. Esta disnea se aumentó todavía más, si cabía, por los golpes en la espalda y en el pecho que afectaron a órganos respiratorios y que además la hicieron dolorosa. Una hipercadmia muy seria estaba instaurada. Jesús tenía graves síntomas de asfixia. La hipotensión arterial comenzada en Getsemaní y aumentada con la desnutrición y la nueva pérdida de líquido corporal y de sangre, le dejaron materialmente sin fuerzas. Jesús no se tenía. Sin duda cayó, al desatarle las cuerdas, sobre el charco de sangre que había salido de su cuerpo. No olvidemos, que todo esto recayó sobre una dermis y epidermis sumamente sensible al dolor después de la hemathidrosis.
Mateo y Marcos continúan narrando los hechos tras la flagelación, los soldados del gobernador llevaron a Jesús dentro del atrio, esto es, al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía. Le desnudaron y le vistieron de púrpura con la túnica de un soldado, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha. Hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza, y puestos de rodillas le hacían reverencias. Juan narra como fue llevado de nuevo ante Pilato, que llevó a Jesús de nuevo ante el pueblo llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! (Ecce Homo). Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle.
Entre los romanos, al flagelado que había sido condenado a muerte se le estimaba carente de todo derecho como persona y de toda consideración como humano, y quedaba totalmente a merced de los verdugos; a menudo se desmayaba bajo los golpes y no raramente perdía la vida. Jesús aquella noche fue de Herodes a Pilato, acabó convertido en deshecho humano, varón de dolores, como había escrito el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta».
Aunque los Evangelios no lo refieran expresamente, María, además de las referencias que le darían las personas allegadas, pudo ver a su Hijo, maltrecho y desfigurado, en alguno de sus traslados de unas a otras autoridades, y cuando Pilato lo presentó ante la muchedumbre, y cuando ésta gritó que lo crucificara... Tuvo que oír a Pilato que lo iba a castigar, que lo entregaba para que lo azotaran..., y luego ver en qué había quedado el hijo de sus entrañas. Sin duda, la espada de que le había hablado el anciano Simeón, le iba atravesando el alma.
A finales del siglo XV y XVI surge el nacimiento de las cofradías penitenciales. Entre 1450-1570 se desarrollaron dos devociones principalmente: la Vera Cruz y la Sangre de Cristo. Muchas de ellas incluían la flagelación en sus desfiles o en el templo como penitencia pública. También se inflingía a menudo como penitencia en los conventos. En principio estas cofradías normalmente sólo llevan un Crucificado o alguna imagen de la Virgen, pero la evolución de las mismas llevará a que, tras el Concilio de Trento y en la época barroca, se promueva la presencia en los desfiles procesionales de los momentos más significativos de la Pasión de Cristo, dando lugar a los pasos de misterio, lo que por supuesto influirá en la iconografía de la Flagelación. Del elegante y esbelto Cristo manierista del XVI se busca el realismo naturalista en el Cristo del barroco del siglo XVII y XVIII, que recree los azotes y el dolor en el cuerpo de Cristo con violentos movimientos del tronco para mover a los fieles a la compasión.
En Estepa la recreación de la flagelación de Cristo nace en el siglo XVI como parte de los desfiles de la cofradía de la Vera Cruz en la tarde del Jueves Santo, con cabildos celebrados como organización entre 1512 y 1520. En el siglo XVII se funda la Hermandad de la Santa Caridad hacia 1649, y en 1666 se bendice el paso del Stmo. Cristo de la Columna, también llamado de los Azotes, con capilla propia en la ermita de la Vera Cruz. La primera imagen del siglo XVII fue sustituido en el siglo XVIII por la actual imagen del Stmo. Cristo Amarrado a la Columna de Andrés de Carvajal y Campos. El Cristo fue representado probablemente como el anterior, por su posición abrazado a una columna alta pero desde atrás, iconografía común en el siglo XVI y XVII pero no en el siglo XVIII donde se prefería representar a Cristo atado a una columna baja. Junto a la imagen procesionaba un grupo de disciplinantes o hermanos de sangre que flagelaban su espalda como penitencia. La imagen es titular de la Archicofradía de Paz y Caridad con capilla propia en la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios.
En el barroco se plasmó también el pasaje de Cristo recogiendo sus vestiduras tras ser azotado. Jesús había sido desatado de la columna y, caído en tierra exhausto, se dispone a buscar sus vestiduras esparcidas por el suelo o a descansar. Se trata de un tema original, de inspiración ignaciana, que parece ser representado por primera vez por Alonso de Mena, a principios del siglo XVII, para Alcalá la Real, Jaén, sin contar con precedentes. Este tema aparece de nuevo en José de Mora, que ejecutó el que se conservaba en la Iglesia del Salvador de Jaén, perdido en el incendio de 1936, y otro, también perdido, en el Convento de la Merced de Jaén. A su hermano Diego de Mora se le atribuye el que se encuentra en la clausura de las Carmelitas Calzadas de Granada. En la centuria siguiente el escultor vallisoletano Luis Salvador Carmona realiza una nueva versión, esta vez de pie, para Salamanca en 1760 y Andrés de Carvajal mantiene el modelo de los Mora en el Cristo del Mayor Dolor de Antequera en 1771. Navarro Arteaga ha realizado recientemente una nueva versión de esta iconografía para la Sagrada Columna de Sevilla.
Cristo recogiendo la túnica. José de Mora. Granada (desaparecido en 1936) |
Cristo del Mayor Dolor. Carmelitas Calzadas. Granada. Diego de Mora |
Cristo del Mayor Dolor. Iglesia de San Sebastián. Antequera. Andrés de Carvajal. |
Cristo recogiendo sus vestiduras. Salamanca. Luis Salvador Carmona |
Cristo de la Púrpura. Navarro Arteaga. Sevilla |
Esta misma iconografía fue representada por el antiguo Cristo de las Penas, también llamado en los documentos como Cristo de la Humildad o de la Humildad y Paciencia. El Cristo fue realizado en papelón en el siglo XVI y cedido por la cofradía de la Asunción junto a una Dolorosa en 1674 a la Hermandad de las Lágrimas de San Pedro para que procesionara junto a la imagen del apóstol en la tarde del Miércoles Santo. El Cristo pasó a ser propiedad de la hermandad y ocupó una de las hornacinas del retablo que se levantó en la capilla hacia mediados del siglo XVII.
El interés de la Hermandad de San Pedro en procesionar con un Cristo de la Columna se debe principalmente al canon de representación del apóstol en el barroco. La iconografía penitencial del apóstol en sus lágrimas se suele acompañar de la figura del gallo, y algunas veces también se le representa enfrentado “a la figura doliente de Cristo flagelado”, como si de la recreación de una visión de Pedro se tratase.
Zurbarán. ca. 1650. Palacio Arzobispal de Sevilla |
A mediados del siglo XVIII la Hermandad de San Pedro se interesa por un Cristo que representaba también el momento posterior a la flagelación y que se encontraba en la Ermita del Carmen. Este interés se debe al estado en el que se encontraba el antiguo Cristo de la Columna que dificultaba la procesión. La imagen nueva del Santo Cristo de las Penas fue encargada por el presbítero D. Rodrigo de Melgar para un retablo realizado por el maestro astigitano Guerrero en 1744. El presbítero Melgar accede a la petición de la hermandad pero a condición de que sólo saliera del templo para la procesión de San Pedro. La nueva imagen del Santo Cristo de las Penas se representó con un pequeño detalle que la distanciaba de la iconografía de su predecesor. En este caso Cristo apoya su cabeza sobra su mano derecha y a la vez extiende el brazo izquierdo para sostener la caña, lo que nos señala que nos encontramos en el momento en el que los soldados aprovechando el dolor del flagelado comenten un nuevo escarnio sobre Él. Así lo cuenta Mateo “entonces los soldados del Procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Le desnudaron, le pusieron una túnica roja y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; se arrodillaban ante él y se burlaban diciendo: “Salve, Rey de los judíos”. Le escupían, le quitaron la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de reírse de él, le despojaron de la túnica, le pusieron sus vestidos y le llevaron a crucificar.” Marcos añade que le adoraban. Juan escribe dos detalles: “pusieron sobre su cabeza una corona que tejieron de espinas(...) y le daban bofetadas.” Se cumple lo profetizado por Isaías: “Ofrecí mi espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí mi rostro como pedernal.” La imagen del Santo Cristo de las Penas representa, por tanto, la burla de los soldados a Jesús tras la flagelación.
La caña, junto a la corona de espinas y el manto púrpura, es parte de la teatralidad del barroco en la que se busca alcanzar el mayor realismo en la representación del pasaje. A las imágenes del Santo Cristo de las Penas, tanto la del siglo XVII como la del siglo XVIII, y a la imagen del Santo Cristo de la Humildad y Paciencia se le suele añadir corona de espinas y manto granate, lo que las sitúa en estos casos en el pasaje mencionado, aunque el Cristo de las Penas del siglo XVII y la Humildad y Paciencia del siglo XVIII hablarían justo del momento anterior. Como prueba de este realismo se puede mencionar también la crudeza con la que se representa las huellas del flagelo en la espalda del flagelado, que en el Cristo de la Humildad y Paciencia llegó incluso a llevar postizos de cuero para aumentar la veracidad de las llagas de las heridas.
Espalda del Stmo. Cristo de la Humildad y Paciencia |
Espalda del Santo Cristo de las Penas (s. XVIII) |
En todas estas representaciones asociadas a la flagelación de Cristo aparece un elemento central que señala claramente a este pasaje. Se trata de la columna a la que Jesús fue atado y sometido al flagelo. En la capilla franciscana del interior de la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén se venera la reliquia de la columna de la flagelación. Se tienen testimonios de ella ya en el año 333, y en el siglo XVI Bonifacio de Ragusa, que era custodio de Tierra Santa, encontró en el pretorio la columna hecha pedazos por la toma de la ciudad por los turcos y la destrucción del Cenáculo. Fue recogida por él y conservada en el Santo Sepulcro. Otros trozos fueron mandados como reliquias a iglesias y personas devotas. Las reliquias más famosa se encuentran en la iglesia de San Jorge de Constantinopla que Santa Elena mandó traer desde Jerusalén en el siglo III-IV y en Santa Práxedes en Roma, venerada desde 1233. Los frailes del convento del Santo Sepulcro acogen en la vigilia del Triduo Pascual el rito de la veneración de la Columna de la Flagelación donde cantan el himno “Salve, Columna nobilis”, que explica cómo la sangre inocente de Abel encontró cumplimiento en la sangre de Cristo, que redimió al mundo.
La columna de la flagelación en Constantinopla, Jerusalén y Roma |
Artículos consultados:
-La flagelación: cómo, cuándo y porqué. P. Constancio Cabezón o.f.m. Catholic.net
-El proceso jurídico de Cristo. La flagelación. J. Olivera Ravasi. Infocatolica.com
-La Pasión de Cristo explicada por un médico fisiólogo. Dr. Santiago Santidrian. Primeros Cristianos.
-Y fue azotado el Hijo de Dios. La Pasión. El Correo de Andalucía. 2017
-La flagelación en el arte. Cortés Soler, J. Cofradía de la Columna. Zaragoza
-Miércoles Santo en la Columna de la Flagelación. P. Noel Muscat, o.f.m. CMC-Terrasanta.com
-La humildad de Jesús: "Cristo caído recoge sus vestiduras" de José de Mora. Sánchez Guzmán, R. Fernández Paradas, A. Asociación Nártex.
-Orígenes, desarrollo y difusión de un modelo iconográfico. Jesús recogiendo sus vestiduras después de la flagelación (siglos XV-XX). Sánchez Guzmán, R. Fernández Paradas, Cuadernos de Bellas Artes /04. Ed. La Laguna, Tenerife. 2012
-"El Cristo de la Tarama". Devociones de Estepa. 2009
-El Cristo de la Columna de la Asunción. Devociones de Estepa. 2016
-Humildad y Paciencia. M. Caballero Páez. Boletín Blanca y Colorá. Hdad. del Dulce Nombre. 2010
-VI Encuentro Nacional de HH y CC del II Misterio Doloroso. Devociones de Estepa. 2014
-Las imágenes del Cristo de la Humildad y Paciencia en Estepa (I). El Señor de la Humildad y Paciencia de la Ermita del Carmen. Alberto Jordán, Jorge. Revista Pasión y Glorias. 2020
-Las imágenes del Cristo de la Humildad y Paciencia en Estepa (II). El Señor de la Humildad y Paciencia de la Ermita de la Asunción. Alberto Jordán, Jorge. Revista Pasión y Glorias. 2021