Viernes Santo, 5 de la tarde, mediados de los 90:
Son las 5 de la tarde, la portentosa imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno se dispone para atravesar el dintel de la portada que antaño daba la bienvenida a la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y que por avatares de la historia hoy en día abre y cierra las puertas de nuestra Semana Santa en San Sebastián, dicha puerta guarda lo que para mí es el sentimiento más grande que se puede tener, una devoción incapaz de ser explicada.
Entre los muros de San Sebastián se percibe un diálogo que sólo se es capaz de intuir, la mirada del hijo con la madre, donde él le dice a ella que no se preocupe ni tenga pena, que ya está todo cumplido, que el pueblo de Estepa los espera con el corazón encogido por verlos pasar entre azahares y aromas de olivo, que no llore ni tenga pena, que esa pesada carga no tiene comparación con el llanto de una madre.
Y mientras tanto un pequeño de 8 años espera en la puerta para ver lo que aún su prematura edad no le dejaba entender, sólo contemplar y deleitarse con lo que allí ocurría.
Sólo el paso entre vítores y el anhelo de que un año más Jesús se pasea por Estepa, aquel pequeño no lograba entender muy bien lo que allí ocurría:
-¿La abuela donde está?- le pregunta el chavalín a su abuelo con incertidumbre
No terminó de hablar cuando él y su abuela se cruzaron las miradas, el pequeño se extrañó al verla:
-Abuelo ¿qué hace ella hay al “laito” del Señor?
-Está alumbrando – le respondió con una sonrisa pues sabía que el pequeño no entendería lo que quería decir aquella palabra nueva para él, “alumbrando”.
El chaval si querer hacer más preguntas no se conformó con aquella respuesta pues esperó que arriaran el paso para ir directamente a preguntárselo a ella.
El paso cae a tierra, la banda termina de tocar, se apresura y le pregunta:
-¿Abuela por qué estás aquí y no vienes a ver la procesión, que la Virgen ya va a salir? – le preguntó el pequeño. Mas no tuvo la respuesta que él quería tan sólo obtuvo silencio y una mirada, él ya intuyó que aquello que estaba haciendo su abuela seguía sin entenderlo pero que la situación era seria y tenía un sentido que no conseguía comprender.
Pues sí, tuvo que pasar un tiempo hasta que comprendí lo que aquella palabra “alumbrar” quería decir, con el tiempo me dí cuenta de que es la forma más hermosa y solemne de demostrar la devoción, el fervor y el amor que se le profesa a la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, es tal la devoción y el compromiso que se le tiene a dicha imagen que ni los achaques de la edad le impiden a mi abuela que cada Viernes Santo coja su sitio al lado del paso y acompañe a Nuestro Padre Jesús hasta donde sus cansadas piernas le dejen haciendo algunos años el recorrido completo. Aquel pequeño tiene ya 20 años, veinte años de profunda devoción hacia Jesús Nazareno, sintiendo a Jesús como un ejemplo a seguir y una forma de vida.
Dedicado a Carmen González Yerlas (la comina) – mi abuela-
Son las 5 de la tarde, la portentosa imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno se dispone para atravesar el dintel de la portada que antaño daba la bienvenida a la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y que por avatares de la historia hoy en día abre y cierra las puertas de nuestra Semana Santa en San Sebastián, dicha puerta guarda lo que para mí es el sentimiento más grande que se puede tener, una devoción incapaz de ser explicada.
Entre los muros de San Sebastián se percibe un diálogo que sólo se es capaz de intuir, la mirada del hijo con la madre, donde él le dice a ella que no se preocupe ni tenga pena, que ya está todo cumplido, que el pueblo de Estepa los espera con el corazón encogido por verlos pasar entre azahares y aromas de olivo, que no llore ni tenga pena, que esa pesada carga no tiene comparación con el llanto de una madre.
Y mientras tanto un pequeño de 8 años espera en la puerta para ver lo que aún su prematura edad no le dejaba entender, sólo contemplar y deleitarse con lo que allí ocurría.
Sólo el paso entre vítores y el anhelo de que un año más Jesús se pasea por Estepa, aquel pequeño no lograba entender muy bien lo que allí ocurría:
-¿La abuela donde está?- le pregunta el chavalín a su abuelo con incertidumbre
No terminó de hablar cuando él y su abuela se cruzaron las miradas, el pequeño se extrañó al verla:
-Abuelo ¿qué hace ella hay al “laito” del Señor?
-Está alumbrando – le respondió con una sonrisa pues sabía que el pequeño no entendería lo que quería decir aquella palabra nueva para él, “alumbrando”.
El chaval si querer hacer más preguntas no se conformó con aquella respuesta pues esperó que arriaran el paso para ir directamente a preguntárselo a ella.
El paso cae a tierra, la banda termina de tocar, se apresura y le pregunta:
-¿Abuela por qué estás aquí y no vienes a ver la procesión, que la Virgen ya va a salir? – le preguntó el pequeño. Mas no tuvo la respuesta que él quería tan sólo obtuvo silencio y una mirada, él ya intuyó que aquello que estaba haciendo su abuela seguía sin entenderlo pero que la situación era seria y tenía un sentido que no conseguía comprender.
Pues sí, tuvo que pasar un tiempo hasta que comprendí lo que aquella palabra “alumbrar” quería decir, con el tiempo me dí cuenta de que es la forma más hermosa y solemne de demostrar la devoción, el fervor y el amor que se le profesa a la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, es tal la devoción y el compromiso que se le tiene a dicha imagen que ni los achaques de la edad le impiden a mi abuela que cada Viernes Santo coja su sitio al lado del paso y acompañe a Nuestro Padre Jesús hasta donde sus cansadas piernas le dejen haciendo algunos años el recorrido completo. Aquel pequeño tiene ya 20 años, veinte años de profunda devoción hacia Jesús Nazareno, sintiendo a Jesús como un ejemplo a seguir y una forma de vida.
Dedicado a Carmen González Yerlas (la comina) – mi abuela-
Escrito por Juan Fernández Robles
Boletín “Cruces y Luces” 2009