-Lunes Santo: Hermandad de Las AngustiasCon toda la ilusión de un nuevo Domingo de Ramos hemos preparado a nuestros Titulares para la Solemne Veneración que tendrá lugar mañana día 28 de marzo. #DomingoDeRamos #SemanaSanta2021 #semanasantadeestepa pic.twitter.com/PZt1TOTCAT
— Hdad. La Borriquita de Estepa (@hdborriquita) March 27, 2021
El dolor está en sus ojos, en su angustia prepara el duelo. La vida se le escapa y llena de amargura su ser. Recoge en su vientre al que se hizo verbo viviente para acunarlo en la despedida que clama al cielo por respuesta. Contempla el horror de la muerte en sus propios brazos y abraza un cuerpo llagado de sufrimiento que hace el propio aún más doliente. Sufrir corpóreo por sufrir anímico. En el gesto de su boca se lamenta la muerte porque su figuración no es plena, su representación volátil, su escenario temporal. Deja que tu alma sufra al verla porque en sus lágrimas está el bálsamo de tu pena, que su encarnación fue temporal para hacerse eterna, y su misión perfecta. (“Muerte Vencida”)
Todo está consumado. La tierra tiembla, se rompe, se desquebraja, se parte. Trizas se hacen los surcos que se abren en el alma del que oye el golpe del vibrante tambor que lo acompaña. ¡No ves que derrama amor por los que ya no están! Su sangre, agua viva, son ríos que corren para nuestras venas, fiebre salvadora de locura juvenil que ayuda al desvalido. Amor pudo haberse llamado porque no puede haber más amor en entregar la vida por los demás. Deja que la muerte hiele tu cuerpo con su falsa, que el ardor de la vida más allá aguarda. (“Muerte Vencida”)
Tantos eran, y son, que llenaron su camino, pero sólo uno nació puro y blanco. Fue hecho así desde que fue imaginado y atreviose a destacar entre los demás para llevar en sí la semilla divina. La blancura de sus pétalos le hacía brillar en la sierra como una estrella radiante del firmamento que guía a los caminantes en la noche, lumbre blanca encendida de la madrugada a la que se acerca el que tiembla de frío, como en aquella en que lo vio nacer. A más morado en el que se tornan los demás, más blancura encierra en su corazón que se muestra dolorido. Blanca es la pintura de su pureza, que irradia en la savia de sus venas y en la suavidad del tacto de su mirada. Se preguntan los demás cómo es posible que con tanto dolor que tuvo que soportar vista el lirio de blanco, si con sus propios ojos vio su marchitar y con sus manos lo sostuvo ya seco. La blancura no está realmente en el color de sus pétalos ni en los surcos transparentes que deja el sufrimiento en su mejilla, sino en la luz que guarda en su corazón ante el regalo que a los demás lirios hizo. Luz de nuestro mundo. (“Lirio Blanco”)
Sin embargo, Zabala había realizado un retablo inconcluso cuya hornacina central estaba vacía. No sabía que el toque de las campanadas de un reloj haría que su obra se completase cada noche del Miércoles Santo. El barroco en la piedra de su boceto daría paso a la madera y a la policromía, al terciopelo y al bordado, a las flores y a la cera, a la orfebrería y a la pintura, entre el incienso penetrante de las más puras esencias de Tierra Santa. El barroco se reformaría y renovaría para protegerse en un altar neogótico, en cuya hornacina se situaría el misterio de la muerte de Cristo en el Calvario con María en su Amargura, San Juan y María Magdalena a los pies de Cristo. Mientras, la gloriosa Virgen del Carmen desde su ático contemplaría como la villa de Estepa espera a su Hijo en la cruz para acompañarlo por las calles estepeñas. (“El retablo del Calvario”)
Y ahí estaba María, junto a la Cruz acompañando a su Hijo, al igual que tantas madres que siguen junto a la cruz de sus hijos, ya estén enfermos, desvalidos o perdidos, siendo el regazo de su amargura. Son corazones que velan sin consumirse y que aguantan el puñal que les atraviesa, dolor en carne propia por el sufrimiento de sus hijos. ¿De dónde sacan esa fuerza de voluntad, esa perseverancia, esa ternura maternal? Pues son madres, como María que es Madre de Dios, Madre de los hombres y Madre de la Iglesia que está al pie de la Cruz. Y ahí, Stabat Mater de Amargura, junto a la Cruz, acompañando a su Hijo, como lo escribió un fraile franciscano en el medievo: “Estaba la Dolorosa, Al pie de la cruz, llorosa, donde pendía el Hijo, su alma gemía de dolor y una espada traspasó su pecho afligido”. (“Stabat Mater de Amargura”)
La palabra de esa trama verde se vuelve ungüento denso y milagroso que da sentido a la forma de sentir y vivir del barrio, que se toma desde que se reciben las aguas del bautismo entre los muros de su iglesia, y desde allí se reparte entre sus calles y plazas. Se bebe de las aguas frías de la fuente del Llanete, que entre las palmeras y la arboleda proporciona el descanso al caminante que por calle Roya se aproxima. Se ve en el risco que protege el león enigmático que dejó San Marcos en el mirador de la campiña. Se huele en el barrio que llaman de los Cristos en recuerdo a una familia, pero cuyo único Cristo verdadero, fruto de la tarama verde, recibe con amor en su mirada a sus hijos que constantemente le desgarran la piel a latigazos. Y hasta allí llega el aroma de la flor de la plazuela. (“Churreteros”)
Toque de un martillo plateado.
Corona dorada sobre un ancla.
Voz rasgada que el aire atraviesa.
Exhalación de amor, lívida carga.
Contoneo silencioso en la iglesia.
Valares en movimiento en un acorde afinado.
Brazos que se anudan a la parihuela.
Bambalina que acaricia el dintel de piedra.
Rayo de sol que en la malla se enhebra.
Terciopelo verde de oro bordado.
Azahar que te recibe en la plazuela.
Perfume de la vida en tu esencia.
(“La mano que mueve la Esperanza”)
Un costal de matices se teje entre las sombras, cuando la luna sublima su redondez con cristal de plata, y el cantar amarillo de brillantes trompetas va marcando el sendero peregrino. El aire se deleita en un bello aria de amor; se amontonan cadencias que edifican silencios en la paz caudalosa del dolor ennochecido. Es el momento malva de lo gozosamente sentido en esa dulce soledumbre de un rostro que mira tan despacio bajo su humilde cansancio. Una mirada que imanta y enamora, un caminar lento entre el blancor de los tapiales, unos ojos de sándalo remansando en los párpados, una voz callada en la hermosura amatista de unos labios. (“Abril”)
Oraciones de ánimas se escuchan, los hermanos se recuerdan. Se encienden velas y alguna mariposa, temerosa, arde flotando en el aceite que consume. Luz perpetua que brilla en el descanso eterno.
Días de melancolía, de lágrimas y de un lamento más que previsible. De un hasta luego que falta, de despedidas inesperadas y de una visita obligada. Ella cerca la estrechez entre la intimidad y el consuelo. Ella extiende su manto oscuro para compartir su tristeza y darle compaña a la nuestra. Ella alumbra el camino a los que más queremos en las noches oscuras del mes. Junto a Ella cientos de recuerdos de personas que habitan ya en la gloria. No se extiende la desesperanza porque vive en Ella las flores de la primavera, las mañanas inmaculadas de nubes rosáceas y el calor de las tardes eternas de los rayos del sol. (“Días de Luto”)
Como guardianes tienes a los pardales que vuelan bajo para velar su cuerpo y entre vuelo y vuelo dejan escapar el susurro que quiebra el silencio con su acento. Desesperadamente los asustas en vano porque no haces fija lo que se te escapa entre los dedos. Retienes sin poder su cuerpo y dejas escapar un suspiro porque no consigues lo que pretendes a tu lado. Fíjate que el pelícano de su remate abre su pecho y con su sangre alimenta. Comprende de una vez, Muerte, lo que en él encierra y cesa en tu pantomima porque eso es lo único que te espera. (“Muerte Vencida”)