La advocación de Nuestra Señora de Gracia tiene sus orígenes en el saludo que el arcángel San Gabriel pronunció a María en Nazaret anunciándole la buena nueva: “Alégrate, favorecida –agraciada-, el Señor está contigo” (Lc 1,28), que podemos encontrar también en el Ave María: “Dios te salve María, llena eres de Gracia”. El emisario de Dios presenta a María, una joven nazarena, los planes de maternidad y de salvación que Dios tiene sobre ella. Esta advocación que recuerda la Anunciación a la Virgen subraya la preferencia de Dios sobre María: Madre del mediador Jesús, es también madre del autor de la gracia y dispensadora de gracia.
En este título la Iglesia reconoce el lugar que ocupa María en la obra de la redención como madre de la Gracia, es decir, madre de Cristo, y, por el ejercicio de esa maternidad, extensible a todo el género humano, María es reconocida como mediadora de todas las gracias. “Por su amor materno, dice el Concilio Vaticano II, cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz”. Este cuidado y protección hace que el pueblo cristiano le reconozca como abogada, auxiliadora, socorro o mediadora.
Este reconocimiento, si bien es verdad que ha sufrido un largo proceso de prudencia en la exposición del magisterio eclesial, toma carta de ciudadanía en el capítulo 8 de la Constitución dogmática Lumen Gentium, donde se expone ampliamente la función de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, explicando cuidadosamente el significado y contenido de la “mediación” de la Virgen en la economía de la gracia. Dice el Concilio: “La función maternal de María para con los hombres de ningún modo oscurece ni disminuye la única mediación de Cristo, sino que muestra su eficacia. En efecto, cualquier influjo salvador de la Santísima Virgen en los hombres nace, no de alguna necesidad objetiva, sino del beneplácito divino y deriva de la superabundancia.”
Virgen de Gracia. Carmona |
Pero el culto de María bajo el nombre de Nuestra Señora de Gracia se relaciona principalmente con la Orden de San Agustín, situándose el comienzo de esta advocación en la orden a finales del siglo XVIII. San Agustín fue reconocido a lo largo de todo el medievo como “Doctor de la Gracia”, es decir, como el teólogo que de manera más clara trató, teológicamente, la economía de la Gracia, el don de Dios entregado en el Hijo. Agustín estudió, como ningún otro Padre de la Iglesia, al hombre bajo el efecto del pecado y al hombre bajo el efecto de la gracia sacramental. Esto dio pie para que algunos escritores vincularan el título mariano “de Gracia” a la vida y labor de San Agustín.
Prueba de ello es que ya en el Capítulo General de Orvieto (1284) se reza la oración “Benedicta tu”, que constaba de tres salmos y tres lecciones, en honor de la Virgen de Gracia. La advocación es el título más antiguo en el culto mariano de la Orden, acompañándose posteriormente de otras advocaciones como Socorro, Consolación y Correa o Buen Consejo. Durante el siglo XIV, XV y XVI se fundaron numerosos conventos agustinos bajo el nombre de Gracia como Perpiñán (1317), Lérida (1329) y Fraga (1382) en la provincia de Aragón; o el femenino de Madrigal de las Altas Torres (1350) en la provincia de Castilla. En Valencia se levantó una capilla del desaparecido claustro del convento hacia 1370, contando con el patrocinio del rey Enrique II de Castilla. Las primeras cofradías organizadas en honor a la Virgen de Gracia surgieron en los conventos de Valencia y Lisboa hacia 1401.
La mayor difusión de esta advocación entre los conventos agustinos se produjo a partir del siglo XVI, dedicando conventos bajo este título en Italia y extendiéndose por Asia y América del Sur durante las misiones agustinas. En los conventos se extendió la leyenda según la cual la Virgen de Gracia habría impedido que el Papa quitara a la Orden el hábito blanco que se vestía entonces en su honor. En el siglo XVII llega a ser considerada como propia de la Orden, formalizándose en 1807, cuando el Papa Pío VII, a instancias del P. José Menocchio y del Vicario General, concedió a la Orden de San Agustín facultad para incluir en su propia liturgia la festividad en honor de la Virgen Nuestra Señora de Gracia, con Misa y Oficio propios. Se celebraría el 25 de marzo, en clara alusión a la escena de la Anunciación del ángel a María, tal y como se representa, por ejemplo, en el altar mayor de la iglesia del monasterio de Madrigal de las Altas Torres. No obstante, en el calendario litúrgico de la Orden de San Agustín la festividad se celebra el 8 de mayo.
Esta advocación no es exclusiva de la Orden de San Agustín. La Orden de los Siervos de María siempre ha mantenido esta conmemoración de función maternal y el papel mediador de la Virgen, teniendo asignada misa propia. Los franciscanos, mínimos, jerónimos y trinitarios descalzos también tienen conventos dedicados a Ntra. Sra. de Gracia.
La iconografía de Nuestra Señora de Gracia se representa bien en la Anunciación, o bien en la Maternidad acompañándose del Niño Jesús. María se alegra por encargar a su Hijo, que llevará a cabo la redención de los hombres y ella será así la Madre corredentora, la “Mediadora de todas las Gracias”, como “Madre de la Gracia”, que es Cristo. Esta advocación resalta la cualidad divina que Dios puso en María.
La devoción a Ntra. Sra. de Gracia en la villa de Estepa se remonta a la antigua ermita de San Cristóbal, situada en el extremo occidental del cerro homónimo junto a un camino o vereda que dirigía hacia la fortaleza medieval que fue reconstruida por la Orden de Santiago, a la que se le había encargado el control de la villa desde 1267. El primer dato que se conserva sobre la ermita de San Cristóbal data de finales del siglo XVI con motivo de la llegada a estepa de los padres franciscanos y su interés por levantar el convento en torno a esta ermita. Sin embargo, la construcción de la ermita se puede situar en la época santiaguista, lo que la situaría a finales del siglo XV o principios del XVI.
Hacia 1590 los franciscanos intentaron fundar el convento a las afueras de la población, pero no fue hasta 1602, tras la fundación del cenobio de monjas clarisas, cuando su presencia fue justificada y recibió el apoyo de D. Juan Bautista Centurión, marqués de Estepa. En 1614 el Concejo les donaba los terrenos para la huerta y les entregaba la Ermita de San Cristóbal, inaugurando su nueva iglesia en 1646. La ermita pasó pues a manos de los frailes pero con la condición de que en el cuerpo de la iglesia habían de hacer un altar y tabernáculo para San Cristóbal y que habían de permitir que los devotos sacasen en procesión la imagen el día del Corpus. La devoción a la Virgen de Gracia existía ya en la ermita de San Cristóbal junto a la del santo protector de los viajantes y transportistas. En el siglo XVIII con la construcción del retablo barroco la imagen de San Cristóbal fue situada en el ático del retablo, siendo la dedicación del templo y del retablo mayor a Ntra. Sra. de Gracia, que posee camarín propio.
La norma generalizada entre las órdenes mendicantes, a raíz de su institucionalización apostólica, era la de aprovechar devociones antiguas ya establecidas en las villas donde se asentaban y acomodarlas a su manera de pensar. Esto fue lo que pudo haber pasado en un primer momento entre la Orden de San Agustín y la devoción establecida a la Virgen de Gracia; y en Estepa pudo haber ocurrido igual entre la Orden de San Francisco de Asís y la devoción existente con anterioridad a San Cristóbal y la Virgen de Gracia. Los franciscanos a principios del siglo XVII en Estepa eran foráneos del lugar, por lo que al tomar la ermita decidieron mantener las devociones principales que allí había y así no molestar a los feligreses que acudían a la ermita. Las advocaciones principales a la Virgen María en la Orden franciscana son la Inmaculada Concepción, cuya defensa y propagación del dogma fue reconocida por Pío IX en 1854, y Nuestra Señora de los Ángeles, que era la advocación a la que estaba dedicada la Porciúncula o primera capilla que fue dada a San Francisco de Asís para los Hermanos Menores.
La imagen de Ntra. Sra. de Gracia que se venera en el camarín del altar mayor de la iglesia conventual de los padres franciscanos es una talla de candelero para vestir, datada a finales del siglo XVIII y relacionada con la obra del antequerano Miguel Márquez. La Virgen sostenía entre sus brazos la imagen del Niño Jesús, pero debido a una restauración poco afortunada la imagen del Niño fue retirada dejando la iconografía histórica de esta imagen incompleta. El retablo mayor del templo se relaciona con la obra del taller lucentino de Francisco José Guerrero a mediados del siglo XVIII y el camarín de la Virgen está rematado por una cúpula semiesférica y dividida en secciones adornadas con molduras doradas. Ntra. Sra. de Gracia, situada sobre un trono de madera policromada y acompañada de ráfaga, corona y cetro de plata, bendice desde el altar a todos los estepeños y foráneos que acuden a la iglesia y al convento franciscano que están bajo su advocación.
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