La Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador, como sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como signo y causa de la unidad de la Iglesia, como actualización perenne del Misterio pascual, como Pan de vida eterna y Cáliz de salvación, la celebración de la Eucaristía es el centro indudable del cristianismo.
En los siglos primeros, a causa de las persecuciones y al no haber templos, la conservación de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes. Esta reserva de la Eucaristía, al cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez más solemnes. Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa diaria. La devoción antigua a la Eucaristía lleva en algunos momentos y lugares a celebrarla en un solo día varias veces, pero se suceden varios concilios que moderan y prohíben las prácticas excesivas.
Las Constituciones apostólicas -hacia el 400- disponen ya que, después de distribuir la comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdun, del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas preciosas para guardar el pan eucarístico.
Ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles, dentro de la misma celebración eucarística, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en las antiguas liturgias, especialmente antes de la comunión. Por otra parte, la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración, suscita también la adoración interior y exterior de los fieles.
La adoración de Cristo en la misma celebración del Sacrificio eucarístico es vivida, como hemos dicho, desde el principio. Y la adoración de la Presencia real fuera de la Misa irá configurándose como devoción propia a partir del siglo IX. En efecto, el pan y el vino, una vez consagrados, se convierten «substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Por eso en el Sacramento está presente Totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como Dios. Estas enérgicas afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a la Presencia real.
En todo caso, conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagrario tiene un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI. El monumento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a generalizarse a principios del siglo XIII. Entre otros muchos, podemos considerar los testimonios de San Francisco de Asís (1182-1226), quien profesa inmensa veneración hacia la Eucaristía, y Santa Clara de Asís (1253), quien defendió su ciudad con un milagro eucarístico.
En 1208 Santa Juliana (1193-1258), primera abadesa Agustina de Mont-Cornillon (Lieja) instituye una fiesta litúrgica en honor del Santísimo Sacramento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento. En 1246 se instituye la fiesta del Corpus por el obispo de Lieja y el cardenal legado para Alemania extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. En 1264 el papa Urbano IV extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante la bula Transiturus, celebrándose en Venecia, Wurtzburgo o Amiens. El concilio de Vienne reafirma en 1314 la bula y para 1324 es celebrada en todo el mundo cristiano.
La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se realiza una «exposición ambulante del Sacramento». Y de ella van derivando otras procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los campos, para realizar determinadas rogativas, etc. En España adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo.
En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento. Al principio, colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio y posteriormente se crean cantos y oraciones. El Santísimo se mantenía velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas, pero en el siglo XIV se defiende la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina». La costumbre prescribe arrodillarse en la presencia del Santísimo. Hacia 1500 muchas iglesias la practican todos los domingos, después del rezo de vísperas. El arraigo devocional de las visitas al Santísimo puede comprobarse por la abundante literatura piadosa que ocasiona.
Nacen también las Cofradías del Santísimo Sacramento a principios del siglo XIII, llegando a finales de este siglo a la mayor parte de Europa. Estas Cofradías aseguran la adoración eucarística, la reparación por las ofensas y desprecios contra el Sacramento, el acompañamiento del Santísimo cuando es llevado a los enfermos o en procesión, el cuidado de los altares y capillas del Santísimo, etc. Surgen congregaciones religiosas centradas en la veneración de la Eucaristía, fundándose la primera en 1328 y aumentando en número en el siglo XIX y XX, y se celebran congresos eucarísticos desde 1881.
Desde la celebración del concilio de Trento (1649-1656), se renovaron devociones antiguas y se impulsaron otras nuevas sobre la veneración debida al Sacramento:
-Las 40 horas: Tiene su origen en Roma en el siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado -cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán durante el siglo XVI un gran impulso. Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su realización y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a toda la Iglesia.
-Procesión eucarística de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.
-Institución en las parroquias de la Hora santa o la exposición del Santísimo diaria o semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos.
-Adoración Nocturna: Iniciada en París en 1848.
-Adoración Perpetua: capilla dedicada en una parroquia a la adoración del Santísimo Sacramento durante las 24 horas.