El cambio teológico del cambio de milenio pone el pecado en el centro de la cuestión teológica y, por tanto, entendiendo la penitencia como un acto de obediencia y humillación frente a Dios por nuestros pecados. Más adelante otros predicadores dominicos como Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de Aquino o Enrique Susón ahondan en la cuestión penitencial. A partir de aquí, no tardan de aparecer a finales del siglo XIII movimientos de disciplinantes, penitentes que hacen homenaje a la pasión de Cristo.
Pero es quizás San Francisco de Asís, quien recibe en su propio cuerpo los estigmas de la pasión de Cristo, el definitivo impulsor de la práctica penitencial, pero ahora unida a un segundo elemento: el culto a las reliquias de la Cruz. Recordemos que los frailes franciscanos por aquel entonces pasan a custodiar los Santos Lugares y, por tanto, empiezan a propagar la devoción a las reliquias de la Santa Vera Cruz, Lignum Crucis, Corona de Espinas, etc. En los primeros instantes se empiezan a fundar iglesias y centros asistenciales dedicados o advocados como de la Santa Vera Cruz. Dentro de este contexto, es como en un momento determinado se empezarían a asociar la práctica penitencial –los disciplinantes anteriormente mencionados- y el culto a la Cruz.
Con el final de la Edad Media y, debido a diversos factores, la devoción a la Santa Vera Cruz, introducida por los frailes franciscanos, desemboca en la aparición de las primeras cofradías penitenciales en la Península Ibérica: las hermandades de la Vera Cruz. Las primeras manifestaciones surgen en España ya a finales del siglo XV, especialmente en las ciudades del norte español, libres ya desde hacía tiempo de la ocupación musulmana. Poco a poco, la devoción a la Cruz y la Sangre de Cristo, provoca la rápida expansión de estas asociaciones piadosas por toda la geografía peninsular.
Las cofradías penitenciales, entendiendo como tales en una primera aproximación a las corporaciones de devotos que realizan algún tipo de penitencia dentro de los días de la Semana Santa, vienen a aparecer en la Península Ibérica en algún momento entre mediados y finales del siglo XV. Dentro de ellas, las primeras que aparecen de un modo totalmente autóctono son las hermandades de la Vera Cruz, dedicadas a la contemplación del crucificado y más concretamente de la Santa Vera Cruz. Tras el Concilio de Trento, quien en su última sesión potencia el culto a las representaciones de Cristo y de la Virgen, empiezan a surgir cofradías penitenciales en torno a otros momentos de la Pasión de Cristo que luego el espíritu barroco se encargó de engrandecer desde el punto de vista estético, esquema que sigue perdurando en su esencia hasta nuestros días.
Las cofradías penitenciales que daban culto en sus orígenes a la Santa Vera Cruz, conocidas también como cofradías de la Sangre en referencia a su práctica penitencial (a la sangre derramada por sus disciplinantes) surgen en la Península Ibérica a finales del siglo XV, expandiéndose por toda la geografía peninsular e incluso por la América hispana a lo largo del siglo XVI, ya que, a partir de 1600 la fundación de hermandades de la Vera Cruz decae con rapidez. Muchas de estas cofradías se fundan en los conventos de la Orden franciscana, siempre que existiera alguno en la localidad en cuestión.
El resto de cofradías tomaron como ejemplo a seguir en sus inicios las reglas y el modus vivendi de las hermandades cruceras, tal y como se puede ver por el estudio de las constituciones de distintas cofradías del siglo XVI. El análisis de estas reglas nos aclara la composición de los primeros cortejos de cofrades. Solía abrir el cortejo un sacerdote o fraile con la cruz alzada, siguiendo luego grupos de disciplinantes (los hermanos de sangre) los cuales solían ir rodeados de cofrades con velas (los hermanos de luz) que iban iluminando el transcurrir de la procesión. Solía cerrar el cortejo el pendón de la cofradía para, con el tiempo, ir añadiendo imágenes marianas de la dolorosa y de un crucificado, siempre en sencillas parihuelas portadas por pocos hermanos.
En el caso de Andalucía, la primera hermandad documentada es la de Sevilla, fundada al parecer en torno a 1448. A partir de aquí, empiezan a surgir otras cofradías de esta advocación en toda la provincia y resto de Andalucía. Sin embargo, el auténtico despegue en la fundación de éstas cofradías se vivirá en el segundo tercio del siglo XVI, impulsado por una resolución de Paulo III el 7 de enero de 1536. Transmitida de viva voz, vivae vocis oraculo, al Cardenal del título de Santa Cruz de Jerusalén, D. Francisco de Quiñones, el Papa concede importantes gracias e indulgencias a todos los cofrades de la Vera Cruz que asistieren con penitencia o luz en la procesión del Viernes Santo. A partir del escrito de este escrito de Roma a la cofradía de la Vera Cruz de Toledo, la cofradía de la Vera Cruz se difundió por toda España. Además, por este motivo las hermandades de la Vera Cruz suelen hacer estación de penitencia el Viernes Santo.Fuente consultada.
-La devoción a la Santa Vera Cruz. Francisco Espinosa de los Monteros Sánchez. Cádiz cofrade. 2009