En 1807 Napoleón Bonaparte decide invadir el país vecino de Portugal por negarse a realizar el bloqueo continental contra Gran Bretaña, enemigo hispano-francés durante el siglo XVIII. Francia acuerda con España la invasión militar conjunta y la cesión de los reinos de Portugal a la corona española, pero a cambio las tropas francesas accederían al país lusitano a través de los territorios españoles. La presencia de las tropas francesas en España se había ido haciendo amenazante a medida que iban ocupando diversas localidades españolas, controlando no sólo las comunicaciones con Portugal sino también la frontera francesa y Madrid. Napoleón decidió que la monarquía de Carlos IV era de escasa utilidad y que sería más conveniente la creación de un Estado satélite en manos de su hermano José Bonaparte, después del Motín de Aranjuez y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. Esta situación de incertidumbre incitó a la protesta popular del 2 de mayo de 1808 que fue duramente reprimida por las tropas napoleónicas. Lo sucedido en Madrid se extendió por todo el país como una ola de proclamas de indignación y llamamientos públicos a la insurrección armada que desembocó en la Guerra de Independencia Española. En Cartagena se inicia la insurrección, creándose la primera Junta General de Gobierno, y desde aquí se mandan correos a las demás ciudades para que se unan.
Tras el alzamiento en Sevilla el 26 de mayo de 1808, se constituye la Junta Suprema de España e Indias, que para la defensa de España, ordenó que se hiciera lo mismo en más poblaciones. En Estepa se formó una Junta de Gobierno, presidida por don Benito Jordán Calatayud, que al mismo tiempo ejercía de Corregidor.
Ante las primeras victorias conseguidas por los españoles durante el verano, Napoleón despliega su Gran Armada en los territorios españoles desde noviembre de 1808, obteniendo grandes victorias y obligando a la Junta Central a refugiarse primero en Sevilla y después en Cádiz.
Estepa fue ocupada por las tropas de Napoleón en 1810. Tras la engañosa e innoble invasión, quedó establecida una fuerza militar como guarnición de la villa y la comarca, con don Juan Naghten como comandante militar, y se alojó en ella una columna de tropas a las órdenes del comandante Bourbon Bussec.
Las fuerzas invasoras sometieron a los vecinos de Estepa a todo tipo de vejaciones y humillaciones: sacar a las parturientas a la calle; pedir con amenazas dinero al Ayuntamiento y a particulares, para sufragar gastos de comida para la tropa; hacerles el “favor” a los ganaderos de aprovechar los pastos de la sierra, a cambio de exigirles para comida de los soldados numerosas cabezas de ganado, causando la ruina de muchos propietarios. Y la cólera del pueblo se hizo grande y hubo furor y violencia.
Aguilar y Cano nos relata lo sucedido en su Memorial:
“Los vecinos sufrían individualmente no menores atropellos. El cuartel general de los franceses se había establecido en el pósito y como la guarnición era grande, había alojados en casi todas las casas del Barrio-nuevo. El trato que recibían los pobres dueños de casa, de sus huéspedes, era cruel, contándose como cierto que entre otras atrocidades, colocaban en medio de la calle a las mujeres parturientas ocasionándoles a alguna la muerte. No es extraño, pues, que hubiera tremendas represalias y que un sinnúmero de franceses recibiera oscura muerte tan luego como la ocasión se presentaba para ello.”
Los españoles de las zonas ocupadas utilizaban como método de lucha la guerra de guerrillas como único método de desgastar y estorbar el refuerzo de guerra francés. Se trata de grupos de poca gente, conocedores del terreno que pisan, que hostigan con rápidos golpes de mano a las tropas enemigas, para disolverse inmediatamente y desaparecer en los montes.
Álvarez Chocano en su novela El Relicario describe la guerrilla que actuaba en los terrenos cercanos a Estepa:
“Diez y ocho hombres montaron a caballo, al ocupar los franceses la Andalucía. Los mismos estaban, cuando salieron de ella y huyeron a Francia. Ni uno fue muerto; ni uno fue cogido; y no se pueden contar los choques, siempre funestos a los veteranos del imperio, que sostuvieron aquellos valientes españoles, cuyos nombres deben pasar a la posteridad. Miguel Hidalgo, que fue el comandante, Diego, su hermano, Juan Bermudo, Pedro Caro, Rodríguez el Bolero, Copete (a) Coronilla, el Cordobés, Carpo López, Luis López, Francisco, Pedro y José Quirós, Juan, Francisco y José Guerra, y otros tres eran los individuos de esta partida, naturales del Rubio y de Estepa, y uno del pueblo de Miragenil…
Vestían al uso del país; calzón corto, faja encarnada, botín y zapato de becerro, zamarra de lana larga, sombrero calañés. Montaban ligerísimos y arrogantes caballos, en que llevaban dos escopetas, sable, cuyo manejo aprendieron, cuchillo, pistolas y canana corrida. Todos muy buenos jinetes, todos excelentes tiradores, conociendo los caminos, veredas, lindes y padrones del país, y teniendo los caballos acostumbrados a saltar arroyotes, barrancos y vallados.”
Por todos es sabido que por esta zona abundaban en esos años famosos bandoleros y partidas de caballistas que el trabuco en la montura, las alforjas aviadas, y la “faca” y los “perrillos” listos en la faja, eran expertos salteadores de caminos que cometían sus fechorías muchas veces al amparo de los vecinos que los encubrían en sus casas o en los cortijos en el campo, y otras, en los seguros escondrijos de las agrestes serranías.
Una de esas partidas de malhechores, era capitaneada por un tal “Torralbo”, al cual, no se sabe por qué extraño vínculo –si amoroso o por vocación bandolera –, estaba unida una mujer que los acompañaba en sus correrías delictivas y se dice que su notoriedad era mayor por la crueldad y maldad que ejercía contra sus víctimas;“incitaba a su gente a las mayores crueldades y no se contentaba con menos que mutilar de un modo vergonzoso a los que tenían la desgracia de caer en manos de aquellos forajidos”. La protagonista de nuestro relato quedó en la antigüedad marcada como sinónimo de malas mujeres, y por su unión con Torralbo el capitán de la partida, era conocida con el nombre de “La Torralba”.
Ya se sabe que la leyenda, a veces suele magnificar las “gestas heroicas” de ciertos personajes tristemente célebres, y así se decía que la Torralba tenía una taberna donde engatusaba y emborrachaba con sus artes a algunos soldados franceses, y cuando estos estaban más confiados, los mataba y se deshacía de los cuerpos echándolos a un pozo que había en su patio o corral.
Seguramente, este ardid constituía su peculiar y heroica manera de luchar contra la soldadesca del ejército usurpador de nuestro suelo. ¿Verdad, o leyenda? Lo decían los más viejos. Lo cierto es que la partida del “Torralbo” cometía sus fechorías contra aquellos que podían –franceses o españoles –, sin distinguir nacionalidades, y por ello eran perseguidos por los franceses con especial ahínco. Además, aquellas partidas de bandoleros, también acometían riesgosas y osadas acciones de guerrillas: emboscada, golpe mortal y retirada rápida, combatiendo contra el invasor para diezmar con estratégicos y fulminantes ataques sus efectivos militares. ¿Héroes, o bandidos?
Un desafortunado día para ella, las tropas francesas que los perseguían por los agrestes parajes del santuario de la Fuensanta, en Corcoya, lograron capturar a “La Torralba”, a la que hallaron ciega a consecuencia de las heridas producidas por la perdigonada de un tiro de escopeta que le dispararon unos arrieros del pueblo de La Alameda.
Tras ser apresada, los franceses curaron sus heridas, y cuando estuvieron cicatrizadas, se le sometió a un proceso en el que fue juzgada por el comandante Bourbon Bussec, que la condenó a la pena de muerte.
El fusilamiento de la guerrillera estepeña debió ser en 1812 en la plaza de la Victoria, en el muro lateral de la iglesia. Muro de la vieja iglesia, junto a la puerta lateral que da a la placita de la Victoria. En dicha pared tuvo lugar el fusilamiento, y en ella quedó grabada la inscripción hecha con la sangre de la Torralba. Allí se trasladó a la prisionera que en los instantes anteriores a su muerte, estuvo confortada espiritualmente por fray Rafael Vergara y Vergara, y en el triste acto, ocurrió lo siguiente: cuando el fraile se hallaba junto a la mujer rezando con ella y asistiéndola en sus últimos momentos, esta aprovechó para agarrarse al religioso con todas sus fuerzas, y por picardía o por la locura que le producía el miedo a la muerte, comenzó a dar gritos exclamando que estaba viendo a un santo que suponía era el mismo fraile que la auxiliaba. Como La Torralba astutamente se aferró a los hábitos y no se separaba del fraile, y el pobre clérigo no podía deshacerse de ella, los franceses ya comenzaban a perder la paciencia por el retraso de la ejecución sospechando que todo aquello se trataba de una comedia urdida por la condenada para salvarse. Y por dos veces echaron mano de los fusiles apuntando para dispararlos contra la pareja formada por la desdichada mujer y el asustado clérigo. Hasta que al fin y después de un gran esfuerzo, con dificultad consiguió el fraile liberarse como pudo de la atenazada opresión de los brazos de la mujer, haciéndola apartarse de él.
Inmediatamente después, en la placita resonaron los disparos del pelotón de fusilamiento francés, y la torre fue mudo testigo de cómo La Torralba cayó muerta en el suelo, sobre el que se formó un charco de sangre. Terminado el fusilamiento que pretendía ser un escarmiento ejemplar para subyugar y atemorizar al pueblo invadido, un soldado de acercó al cadáver de la mujer guerrillera, y tras mojar sus dedos en la sangre derramada, en los sillares que todavía quedan en pie junto a la hermosa torre donde se llevó a cabo la ejecución, a modo de epitafio, escribió este corto letrero:
“5em D. r.”
en alusión al 5º de Dragones; regimiento al que pertenecían los soldados que la ejecutaron, queriendo así dejar constancia en la pared y plasmada por muchos años, la indeleble huella roja en memoria del hecho coactivo y de escarmiento ejemplarizante.
Y la dejó. Pues al menos hasta sesenta años después, y aún más –afirma Aguilar y Cano –, todavía podía apreciarse en el muro la leyenda, aunque algo borrosa por el tiempo, no hallándose explicación natural a la fuerza misteriosa por la que la roja inscripción escrita con la sangre estepeña de La Torralba, había resistido al paso del tiempo y de los elementos. La sangre de una mujer fue vertida por la comisión de delitos de bandolerismo en los caminos de Andalucía, pero también fue derramada por combatir en la guerra a su manera, y matar al enemigo contra el que cometía acciones violentas en desesperada defensa del honor y la libertad.
El ajusticiamiento se tornó en militar y político, desde el instante en que su encausamiento fue motivado por luchar en salvaguarda de la Patria, vil y engañosamente invadida por el entonces considerado como el mejor y más poderoso ejército del mundo, combatido y vencido aquí con honra por gloriosos y heroicos militares, pero también por civiles anónimos y valientes, guerrilleros y guerrilleras, muchos de ellos fuera de la Ley, y perseguidos por ella.
En 1629 era entonces alcalde de Estepa don Rafael Machuca Moreno, quien mandó cincelar en la piedra una inscripción en honor y recuerdo a ella y plantar un laurel como símbolo de su valor e inmortalidad histórica. Se trataba de un homenaje rendido por este pueblo a una mujer audaz y temeraria conocida con el sobrenombre de “La Torralba”.
LA INSCRIPCIÓN
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1812 – 1969
UNA MUJER CONOCIDA POR LA
TORRALVA OFRENDÓ SU VIDA EN ESTE
PAREDÓN POR LA INDEPENDENCIA DE
SU PATRIA FRENTE A LOS EJÉRCITOS
NAPOLEÓNICOS
SU CIUDAD NATAL PERPETÚA SU
MEMORIA Y LE DEDICA ESTE LAUREL
COMO SÍMBOLO DE SU VALOR
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Fuentes consultadas:
-La Torralba: historia y leyenda. Artículo de D. Antonio Rodríguez Crujera publicado en su blog y en la Revista de Estepa de 2010.
-Memorial Ostipense, de Antonio Aguilar y Cano 1886, Reedición de 1975.
-Estepa Napoleónica (1810-1812). Díaz Torrejón, FL. II Jornadas sobre Historia de Estepa. Ed. Iltmo. Ayto. de Estepa, 1996
-La Torralba: una mujer a caballo entre la leyenda y la historia en la Estepa de 1812. Jordán Fernández, JA. Anuario de estudios locales. 2011