Esa madera tallada recibe, como bautismo realista, el encarnado. El prodigo técnico del artista y el Amor de unos fieles, impregnado durante siglos en esa madera, ha llegado a ser en muchos casos tan maravilloso que , aún en nuestros días, permanece oculto el secreto de esa carne de dolor en que cupieron todas las gamas: lo mórbido, lo cárdeno, lo pálido, …
Este realismo impuso una mayor exigencia. Se rebelaba contra las siluetas inmóviles de las imágenes, por airosos que fueran los pliegues de sus estofados ropajes. Se requería que estos fueran reales, que el aire los moviera, que la luz arrancara reflejos a sus bordados de oro; que en el misterio de la noche, al fulgor pálido de los cirios, las vestes compusieran colores vivos. Y así, junto a la imaginería, nació otro arte: el del bordado; de gran riqueza, de magnificencia deslumbradora...; porque el pueblo andaluz quería ver sus imágenes con ropajes de terciopelo, sedas y oro.
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Y desde Andalucía se presta a este arte toda su creadora fantasía. En muchos hogares de estos pueblos blancos, hombres y mujeres, hermanos de las cofradías, inclinados ante un bastidor, tejen pacientemente con hojilla, con canutillo, con lentejuelas de oro, primorosos roleos vegetales y motivos simbólicos o arquitectónicos que se terminan engarzando y dando solidez al majestuoso diseño artístico que sobre terciopelo se está trabajando en los talleres.
El arte del bordado es una modalidad simbólica del criterio estético con el que en Andalucía, muchos hombres y mujeres aprenden por naturaleza a percibir la belleza de un patio bien arreglado o la galanura de una azotea o la elegancia de un jardín o el buen tono de una casa o la prestancia de una calle escondida. Hombres y mujeres que entendemos la Semana Santa también desde la magia palpable de nuestra tierra y la percibimos nueva cada año para gozo del espíritu y satisfacción del sentimiento.