1. Origen de las congregaciones de la Vía Sacra
El nacimiento de las hermandades y cofradías se sitúa alrededor del siglo XV. Fueron grupos de laicos los que se unieron con dos funciones principales: la de apoyarse mutuamente en momentos difíciles como enfermedades y muertes, y la de experimentar la Pasión de Cristo representando los padecimientos en la calle. Las primeras imágenes que salieron a las calles fueron los Crucificados y Dolorosas, mientras que los cofrades se dividían en “luz” acompañando a las imágenes con cirios, y los de "sangre", que se autoflagelaban. En el siglo XVI surgieron numerosas cofradías penitenciales que encontraron en el Barroco de la siguiente centuria los medios necesarios para rodearse de arte y boato para su imaginería procesional, así como de artes aplicadas, canto, música y escenificaciones teatrales. Las procesiones manifestaban al pueblo la pasión y muerte de Cristo con la intención de que los fieles buscaran la contrición de sus pecados y la conversión de sus almas.
Aparecieron también organizaciones más elaboradas y espirituales, en el terreno de lo individual más que en el colectivo, como la Escuela de Cristo, las congregaciones o las órdenes terceras. Los fieles encontraban en estas fórmulas protagonismo y distinción, y la jerarquía el control de los fieles. Estas nuevas organizaciones surgieron en las parroquias, en contrapeso a las cofradías penitenciales, pero derivadas de la religiosidad de las órdenes religiosas. Estas nuevas asociaciones fueron erigidas en torno a los misterios de la Pasión del Señor como congregaciones de Vía Sacra, extendiendo el culto a Cristo en la Pasión a lo largo de todo el año. La mayoría se organizaron en torno al Crucificado, se concretan en cultos devotos, y a veces solemnes, en torno a la festividad de la Invención de la Santa Cruz en mayo y, en menor medida, en la Exaltación de la Santa Cruz en septiembre, pero no son los únicos momentos del año, pues en realidad fue la Cuaresma el tiempo más propicio para esa otra manifestación, más fervorosa pero impactante, que constituía el rezo callejero del vía crucis.
Todas las Vías Sacras tuvieron unos orígenes sencillos. Eran congregaciones minoritarias; en algunos casos reducidas a doce miembros, encargados de recorrer el camino y de realizar las estaciones, buscando la conversión personal, pero a la vez el testimonio ejemplarizante. Cuando tenían lugar en Cuaresma, no era raro que los hermanos se disciplinaran, aunque por lo común no a la vista del público, lo que parece bastante extendido en el siglo XVII. No se trataba, en puridad, de un acto colectivo, como el protagonizado por las cuadrillas de disciplinantes en las procesiones de Semana Santa, tan denostadas por la autoridad eclesiástica, sino más bien la expresión de un sentimiento de expiación personal. Pero en su dimensión pública sí que coincidían con las cofradías penitenciales. Y es que las vías sacras extendieron la actividad procesional al conjunto de la Cuaresma –generalmente los viernes–, pero también practicaron este ejercicio público en otras épocas del año, institucionalizando aún más la devoción del vía crucis.
La eficacia espiritual de este ejercicio estaba muy extendida y consistía en la creencia de que cualquiera, por muchos y graves pecados que haya cometido, podrá tener esperanza de perdón de ellos, ofreciendo al Señor la imitación de su Pasión. Reflexiones de este tipo fueron moneda corriente en las visiones, meditaciones o escritos de personajes como Sta. Brígida, Stas. Paula y Eustaquia, S. Ildefonso, Sta. Gertrudis, Sta. Catalina, S. Alberto Magno, el padre Cristóbal de Castro, Enrique Suson... Esta práctica expiatoria se asimilaba a las cofradías de penitencia y sangre, pero con un trasunto más elaborado, transido de meditación y de elección personal, más místico, en suma, al entroncar con abundantes milagros y apariciones, hechos insólitos que constituían un buen medio para instruir al pueblo, proponiendo siempre edificantes ejemplos a imitar.
2. La Vía Sacra y el rezo del Vía Crucis
Las hermandades de Vía Sacra se caracterizaban por el rezo del vía crucis, pero no en el interior de los templos, sino al aire libre, a través de trazados urbanos y sobre todo campestres, concluyendo en pintorescos parajes, elevados, a las afueras de la ciudad. De trecho en trecho eran jalonados por cruces e incluso oratorios que recordaban las catorce, inicialmente doce, estaciones de la “vía sacra” recorrida por Jesucristo en Jerusalén, desde su condena a muerte hasta el depósito de su cadáver en el sepulcro. Precisamente con frecuencia estas sendas dolorosas acababan en una ermita con título del Sto. Sepulcro y/o sobre un montículo denominado significativamente de la “Resurrección”. Según la tradición medieval, el ejercicio del Vía Crucis, Vía Sacra o Via Calvariae tuvo su origen en la misma Virgen María, “volviendo después de haber dejado a su amantísimo Hijo en el sagrado Sepulcro, traspasada de dolor, por los mismos pasos que aquel inocentísimo Cordero dio con la pesada Cruz a cuestas en beneficio del linaje humano, y por redimir al hombre, hasta el Monte Calvario, donde entregó su voluntad”. La Vía Sacra es el espacio que recorrió Nuestro Señor bajo el peso de la Cruz, es decir, desde el palacio de Pilatos, donde fue condenado a muerte, hasta el lugar del Calvario donde fue crucificado. Así, hacer sencillamente la Vía Sacra, es recorrer el mismo espacio; hacerla en espíritu y en verdad, hacerla como cristiano; es andar durante ella penetrado de los sentimientos que debe inspirar un camino santificado por los pasos de Jesucristo.
El origen del ejercicio y rezo del Vía Crucis se remonta a los reyes de Sicilia, Roberto y Sancha, que entregaron en el siglo XIV los Santos Lugares a los religiosos franciscanos. La práctica de este rezo se extendió con gran rapidez. En España, de la mano de la orden franciscana, tuvo gran aceptación y pronto empezó a recrearse el camino hacia el Calvario en lugares agrestes. En Andalucía tenemos el primer precedente en el de Scala Coeli de Córdoba fundado por el dominico San Álvaro de Córdoba, hacia 1425, que construye capillas para meditar sobre la Pasión de Cristo, después de un viaje que realizó a Jerusalén. Después, en Sevilla, en 1521, el Marqués de Tarifa, también, tras haber visitado los Santos Lugares establece un vía crucis que comenzaba en la Casa de Pilatos, donde estaba el Pretorio y la capilla de las Flagelaciones, para finalizar en el templete de la Cruz del Campo.
El trazado de los caminos requería, además de las licencias eclesiásticas y municipales, la sanción de la orden franciscana, que ejercía una función tutelar sobre la práctica de la Vía Sacra, ya que en definitiva se había encargado de promoverla y extenderla, hallándose presente en la erección de los itinerarios. Los itinerarios de las vías sacras solían comenzar en puntos de la periferia de la ciudad y se extendían, alejándose de ella, hasta parajes campestres y elevados, para acentuar el sentido de subida y sacrificio, de purificación del alma, en definitiva, de ascesis personal. Era esencial ese carácter ascensional en estos recorridos, razón por la que concluían en lugares elevados. Con especial precisión se contaban y señalaban los pasos entre una estación y otra, tratando de reconstruir de la manera más exacta posible el itinerario de la Ciudad Santa.
Los hermanos de la Vía Sacra meditaban sobre la Pasión completa. Aún más, la senda de penitencia se completaba con algunas oraciones jubilosas, en memoria de la Resurrección, y con diversos rezos marianos en el descenso. Era una forma particular de asentar el espíritu de conversión, en una transformación espiritual en la que claramente se pasa de la muerte a la vida, todo ello bajo un horizonte simbólico de gran calado, donde la realidad martirial añade una emotividad nada desdeñable. De este modo, el Monte Santo es una representación de la Nueva Jerusalén y, como tal, testimonia la Resurrección de Cristo.
Los sumos Pontífices concedieron a todos los que practicaren el ejercicio de la Vía Sacra, con las condiciones requeridas, las mismas indulgencias que a los que visitan personalmente los santos lugares de Jerusalén. La Vía Sacra era un ejercicio propio del Tercer Orden Seráfico, enriquecida con varios tesoros de gracias, indulgencias, confirmadas con bula especial por Inocencio XI e Inocencio XII.
3. Ejercicio y ceremonia de la Vía Sacra
La Vía Sacra era una asociación de intereses primordialmente espirituales, que transfería a la vida de los seglares, mediante símbolos, ritos, gestos y actitudes, el carisma propio del franciscanismo. El desarrollo del ejercicio y su ceremonia, tal y como lo practicaban los terciarios franciscanos, se puede dividir en varias partes:
a) Fase de preparación: Se realizaba en la iglesia, comenzando con un acto de arrepentimiento y el rezo de la oración «Nada soy Dios mío...», a lo que seguía el recuerdo de los últimos días de la vida de Jesús (llegada a Jerusalén, última cena, lavatorio, institución de la Eucaristía, oración en el huerto de Getsemaní, prendimiento, comparecencia ante Anás, Caifás, Pilato y Herodes, azotes, coronación de espinas, sentencia de muerte y entrega de la cruz), concluyendo con una oración. Nótese, por tanto, que la mayor parte del proceso pasionista se rememoraba a través de la Palabra y no mediante la contemplación de obras de arte (pinturas y esculturas) o dramatizaciones pseudo-teatrales. A continuación, los hermanos se persignaban ante el Santísimo e invocaban al Espíritu Santo, para terminar esta fase con un acto de confesión general y el rezo del «Yo pecador» y del «Señor mío, Iesu Christo», oración con la que se ganaban cuarenta días de indulgencia.
b) Estaciones previas: Eran tres estaciones que, para poner en situación, se realizaban antes de llegar hasta la imagen de Ntra. Señora, punto en el que comenzaba realmente la vía dolorosa que seguía el camino. Estas estaciones, con sus correspondientes oraciones, se ofrecían por los que estaban en pecado mortal, por las almas del purgatorio y por la Iglesia Católica, respectivamente, terminando, como puede observarse, bajo el patrocinio de la Virgen María, llamada a acompañar en todo momento al cristiano que se acercara a la ladera del Calvario, como hiciera en su día en Jerusalén. Este era el momento, si no se había hecho en el templo, de aplicar todo el ejercicio para determinadas intenciones, con el rezo de una estación del Santísimo (seis padrenuestros, avemarías y glorias), con que se ganaban las mismas indulgencias que en la Porciúncula, Roma, Jerusalén y Santiago. Como se observa, tampoco podía faltar la devoción sacramental.
c) Vía dolorosa: Constaba de catorce estaciones, en cada una de las cuales se obtenían treinta indulgencias plenarias y se sacaban dos ánimas del purgatorio, cumpliendo ciertos requisitos. Una meditación sobre el pasaje de la pasión correspondiente y una oración de ofrecimiento, con adoración de rodillas ante la cruz que la señalaba, componían cada estación. Se sucedían con las siguientes distancias:
1. Estancia ante Pilatos en el Pretorio. Meditación sobre los azotes, coronación de espinas, burlas y escarnio, presen tación al pueblo, sentencia, etc.
2. La cruz es puesta sobre los hombres de Jesús (a 26 pasos).
3. Primera caída (a 80 pasos).
4. Encuentro de Jesús con la Virgen y S. Juan (a 60 pasos y 3 pies).
5. Simón de Cirene ayuda a llevar la cruz (a 61 pasos y 1,5 pies).
6. La Verónica enjuga el rostro de Jesús (a 91 pasos y medio pie). Reflexión sobre la Sta. Faz.
7. Segunda caída, en la Puerta Judiciaria (a 336 pasos y 2 pies).
8. Alocución a las mujeres de Jerusalén (a 348 pasos y 2 pies).
9. Tercera caída en la falda del Calvario (a 161 pasos y 1,5 pies).
10. Despojo de las vestiduras (a 18 pasos). Meditación sobre la desnudez de Jesús, su ofrecimiento de la Pasión, etc.
11. Jesús clavado en la cruz (a 12 pasos).
12. Crucifixión y muerte en la cruz (a 14 pasos). Consideraciones sobre la sangre de Cristo, el letrero sobre la cruz, las siete palabras, la expiración o la lanzada.
13. El cuerpo de Jesús es depositado en los brazos de María (a 13 pasos). Meditaciones sobre María en el Calvario y el descendimiento de Jesús.
14. Jesús amortajado a la puerta del sepulcro (a 30 pasos).
Las meditaciones se realizaban con el dramatismo propio de la elocuencia barroca, acentuando los padecimientos de Jesús y los dolores de su Madre, como síntesis vivencial de todo lo contemplado a lo largo de las estaciones.
d) Ejercicios finales: Se desarrollaban una vez terminada la senda dolorosa. De rodillas, se hacía oración de alabanza, se rezaba el padrenuestro y se repetía tres veces la palabra «Jesús» (obteniendo mil años de indulgencia por cada vez). A continuación se visitaba la iglesia de la abadía, entonando una nueva oración de alabanza al Santísimo y a la Virgen María, el padrenuestro y el avemaría (para ganar indulgencia plenaria), a lo que seguía una plática por uno de los canónigos, disciplinas y mortificaciones, así como la oración del santo sudario (para sacar un alma del purgatorio), concluyendo con una nueva oración. Esta etapa del ejercicio se considera fundamental, destacando dos aspectos: en primer lugar, la intervención clerical y en segundo, por la práctica de una autoflagelación recoleta y controlada, alejada del espacio amplificador de la calle y más cercana a la mortificación doméstica.
e) Regreso: Como colofón a este piadoso ejercicio de la vía sacra se regresaba a la ciudad, recitando por el camino la Corona de Nuestra Señora, por la que se obtenían nuevas y abundantes indulgencias.
El proceso es claro, aislarse del mundo para alcanzar un vigor espiritual, con el que regresar de nuevo al mundo; este era, sin duda, el valor trascendente del periplo de alejamiento y posterior retorno a la ciudad (esto es, lo mundano); una concepción muy cercana al espíritu de las órdenes religiosas y, en particular, a la naturaleza intrínseca del monacato. El siglo XVIII fue su época de gran esplendor.
4. La Vía Sacra y las cofradías penitenciales
Via Dolorosa. Jerusalén |
Las cofradías penitencias y las congregaciones de Via Sacra practicaron ambas una penitencia pública, pero con una dimensión y profundidad diferente. La Vía Sacra exigía un compromiso personal, inspirado desde una decidida dirección espiritual. Se trataba de una asociación selecta, tanto en números de hermanos como en general en el de fieles que asisten, con un transfondo claramente espiritual. La vía sacra ofrecía la posibilidad de una penitencia personal, practicada en comunidad o individualmente, en una bella conjunción con la naturaleza. Por tanto, su práctica devenía en comunitario ejercicio de hermandad o en ascética mortificación personal.
Los cortejos de las vías sacras eran simples: los hermanos –por lo general, hermanos de luz, sin descartar la presencia de disciplinantes–, a lo sumo el estandarte y tal vez la imagen de un Crucifijo a la cabeza, sobre sencillas andas o más bien en las manos de algún fraile o clérigo. Dado su discurrir con frecuencia nocturno y por lugares apartados, el uso de cirios o de faroles se hizo indispensable. Sin embargo, el paso del tiempo introdujo un patrimonio más rico y diversificado. Las imágenes titulares de estas populares cofradías, cuando las había, recibieron culto preferentemente en las funciones celebradas en sus templos-sede. De este modo, culto solemne y ejercicio piadoso se complementaban a la perfección.
Las Vías Sacras representaban el deseo de una vuelta a los orígenes, pero lo cierto es que con el tiempo estas congregaciones también se «urbanizaron» y organizaron cortejos procesionales típicamente barrocos, donde no faltaba la imagen religiosa puesta en andas. Presentaba un cortejo propio de cualquier estación penitencial barroca, con la salvedad de que no se desarrollaba durante la Semana Santa, sino en algún día de Cuaresma. Por consiguiente, estas cofradías acabaron moviéndose en los mismos parámetros formales que las cofradías penitenciales.
Via Dolorosa. Jerusalén |
En el ocaso del Antiguo Régimen aquellas cofradías de Vía Sacra ya no eran lo que fueron en origen: un revulsivo devocional dirigido a metas más altas, es decir, propiciador de actitudes de conversión personal expresadas a través de la meditación y de la mortificación, todo ello dentro de la más genuina corriente ascética de la España del Siglo de Oro.
Cabe pensar que en las primeras décadas del siglo XIX aquellas cofradías –las pocas que persistían– conservaban su renombre, pero a la vez se nos presentan plenamente incardinadas en la religiosidad «tradicional» del pueblo, despojadas ya del vigor espiritual de sus orígenes. Lo que sí es seguro es que aquéllas que se mantenían vivas derivaron hacia los modelos asistenciales propios del mutualismo, especializándose en la atención a sus afiliados, en los casos de enfermedad y de muerte.
Algunas de estas congregaciones han llegado a nuestros días como cofradías penitenciales. Es el caso de la Cofradía del Calvario, que era llamada “de la Vía Sacra” en sus orígenes dieciochescos. En Granada surgieron once o doce hermandades de la Vía Sacra, la primera en 1633 fundada por la Orden Tercera franciscana que recorría las cruces y capillas que llevaban hasta la del Santo Sepulcro del Sacromonte.
5. La Vía Sacra de Estepa
En 1705, D. Lorenzo de Andújar Ferrer Centurión y Arostigui, Vicario General y Juez Eclesiástico ordinario de la villa de Estepa entre 1685 y 1708, solicitó a todas las cofradías de la villa que presentaran sus documentos. Por ello conocemos la existencia de 29 cofradías en aquel año en Estepa. En esta lista de hermandades y cofradías se nombra la Hermandad de la Vía Sacra. Debió tratarse de una congregación fundada a finales del siglo XVII o principios del siglo XVIII que tenía su sede en la Iglesia del Convento de Santa Clara de Jesús de las hermanas clarisas. La congregación habría surgido bajo la protección de la Orden Franciscana, cuya segunda orden (femenina) estaba en la villa desde 1599 y la primera (masculina) desde 1603. La Orden Tercera Franciscana debió establecerse por los primeros años del siglo XVII, pero su libro más antiguo está fechado en 1686. A esta orden tercera pertenecieron, e incluso ejercieron como sus hermanos ministros, algunos de los más destacados miembros de la familia Centurión, como don Juan Bautista, séptimo marqués de Estepa, que fue ministro de la corporación entre 1740 y 1743, y lo mismo su esposa, doña María Luisa Centurión, en la sección femenina de la misma.
La Vía Sacra estepeña debió contar con el permiso de la Orden Franciscana, quienes habrían elegido el trazado de su camino para el ejercicio y rezo del Vía Crucis y habrían permitido que residiera en el Convento de las clarisas. La congregación realizaba el ejercicio con la imagen del Crucificado que se encuentra frente al cancel de la portada de la iglesia. Este Crucificado está datado en el siglo XVII, realizado en pasta de maíz, de origen hispano-americano. Sus rasgos son bastante arcaizantes y está provisto de un paño de pureza de tela anudado mediante lazo ostentoso. Es posible que fuera el Crucificado que durante el siglo XVII ocupaba un lugar en el altar mayor. En los años veinte o treinta de siglo XVII fue donado un Crucificado para la cabecera de la iglesia por el hermano de Sor Ana de San Gabriel, que se encontraba en las Indias. Su retablo se realizaría en torno a 1715, igual que algunos de los retablos de la nave, por el ensamblador antequerano Antonio de Ribera. La imagen de la Dolorosa y San Juan que conforman el Calvario del retablo se realizarían en los años centrales o mitad del siglo XVII. La Magdalena, arrodillada a los pies de Cristo, parece de principios del siglo XVIII. El retablo está rodeado por una cenefa de talla y una cartela superior, dos ángeles sostienen una corona sobre el Crucificado y a la vez descorren un cortinaje de madera tallada.
La Vía Sacra formaba parte de las procesiones de la Semana Santa de principios del siglo XVIII, realizando el rezo del Vía Crucis en la mañana del Viernes Santo cuando se recogía la Cofradía de Jesús Nazareno y se terminaban los Oficios Divinos de ese día. La Vía Sacra volvía al convento de las clarisas en torno a las dos de la tarde, momento en el que salía la Cofradía del Santo Entierro desde el Convento de la Victoria. En el interior del reciento amurallado existía la calle denominada Vía-Sacra, posiblemente situada junto al convento de clarisas. Este no era el único ejercicio del Vía Crucis que se realizaba en Estepa en el siglo XVIII, ya que en 1780, con licencia del vicario, se colocó un Vía Crucis formado por sillares de piedra y con las estaciones en azulejo desde la salida del pueblo hasta la Ermita de San Antonio Abad, durante unos 997 metros o, lo que es lo mismo, 1321 pasos que se supone separaba el pretorio de Pilatos del Monte Calvario.
La situación montañosa y amurallada de la villa ofrecía a la congregación una ubicación que recordaba a los extramuros de la ciudad de Jerusalén, lugar donde se desarrollaron los acontecimientos del Drama Sacro. El paisaje, por lo tanto, era propicio para la imitación de dicho "drama", que la congregación de la Vía Sacra se encargaba de asimilar en su procesión, de forma que se desarrollara con el mayor y más exacto realismo posible. El cerro de la villa, donde está situado el Convento, sería la estación final obligada de esta manifestación penitencial y donde se rezarían las últimas estaciones del vía crucis pasionista.
Artículos y obras consultadas:
-Una forma alternativa de la piedad popular: las cofradías de Vía Sacra en Granada. M.L. López-Guadalupe Muñoz. Universidad de Granada. 2013
-Vía Sacra, su origen y disposición y lo que se deve meditar en ella... Van Der Hammen y León, Lorenzo. Granada, 1656.
-Via Sacra. Cuyo santo exercicio, es propio del tercer orden seraphico. R. P. Fr. José Monteys. 1699. Google Books.
-Clausura. Monasterio de Santa Clara de Jesús. Ed. Ayuntamiento de Estepa, 1999
-Hermandades de la Vía Sacra. La Granada Eterna. 2013
-Via Crucis. Devociones de Estepa. 2011
-Via Crucis en Jerusalén. Devociones de Estepa. 2011
-Via Crucis en Roma. Devociones de Estepa. 2011
-Via Crucis a la Cruz del Campo. Devociones de Estepa. 2011
-Historia del Via Crucis. Devociones de Estepa. 2011
-Via Crucis a la Ermita de San Antonio Abad. Devociones de Estepa. 2009
-Estepa y la devoción al Crucificado. Devociones de Estepa. 2018