8/6/13

MIÉRCOLES SANTO DEL BARROCO

El 22 de marzo de 1791 la Hermandad de San Pedro presentó la reforma de sus estatutos para adecuarse a la política de los Borbones iniciada en 1789. Este documento no es sólo un inventario de los bienes de la hermandad, también es una aproximación al aspecto de la salida procesional de la hermanad a finales del siglo XVIII.

Ntra. Sra. de los Dolores vestía de ordinario un manto de terciopelo negro y una toalla de olán fino. Su cabeza aparecía tocada por una corona con su resplandor de plata sobredorada. Estos eran los bienes que para la Virgen había costeado la Hermandad, mientras que por donación del que fuera Vicario de la villa, Manuel Bejarano y Fonseca (1738-1777), tenía la Virgen otro manto de terciopelo negro bordado de oro y plata, una estola compañera del anterior y una toalla de gasa de seda bordada. Esta indumentaria era la que se le ponía en su salida procesional el Miércoles Santo, además de sustituir el corazón de plata sobredorada con una gran piedra roja engarzada, siete cuchillos y unos tembleques guarnecidos con rubíes de inestimable valor. Este corazón ricamente engastado no iba sobre el pecho como el “de diario”, sino que lo llevaba la Dolorosa entre sus manos entrelazadas. Esta postura de las manos entrelazadas era muy habitual en las imágenes de la Virgen, hasta que de nuevo por influencia de la “sevillanización” de la Semana Santa se hizo que se sustituyeran por otras manos separadas, como las conocemos en la actualidad.

La Virgen hacia su recorrido sobre unas andas de madera doradas y plateadas, sin que refleje el documento que llevara palio. Estas parihuelas fueron también donadas por el Vicario Bejarano y eran custodiadas junto con el resto de las alhajas por sus herederos. En la actualidad, el corazón se conserva en la Casa-Palacio de los Marqueses de Cerverales, estrechamente vinculados desde la creación de este título a la Hermandad de San Pedro.

La segunda imagen que formaba parte del cortejo sacro era la del Señor de las Penas, que representa a Jesucristo sedente y en actitud meditabunda tras haber sido salvajemente flagelado. La Hermandad poseía una de estas representaciones desde su fundación hecha de papelón, material deleznable que tiende a deformarse con facilidad ante cualquier eventualidad adversa, fundamentalmente la humedad. A este inconveniente de tipo técnico se suma su relativa categoría artística y estética, por lo que fue sustituida en el siglo XVIII por otra tallada en madera y de gran calidad. La efigie que cita el documento es esta última, aunque se muestre el texto parco en detalles: sólo nos dice que era de madera y que llevaba tres potencias de plata y corona de espinas labrada con el mismo metal. Es una de las representaciones más populares de cuantas salieron de las manos de los imagineros andaluces del Barroco, guardando gran similitud entre ellas en cuanto a la composición, con ligerísimas variantes y que a veces aparece bajo la advocación de Cristo de la Humildad y Paciencia o como Cristo de las Penas, que es el que ostenta el de la Hermandad de San Pedro. Por lo general, representa el momento inmediatamente posterior a la flagelación de Jesús, desnudo y sentado sobre un escabel junto a la columna, conservando alrededor de su cuello las cuerdas con las que fue atado, mientras que la cabeza se apoya unas veces sobre una mano, bien en la palma, bien en el dorso, otras sobre las dos entrelazadas. Suele llevar la corona de espinas, poco antes de que Pilato lo presente al pueblo diciendo: “Ecce Homo”.

La Hermandad del Dulce Nombre de nuestra localidad conserva una análoga, en cuyo interior se descubrió hace pocos años una inscripción que remitía su realización al escultor antequerano Diego Márquez en 1772, prolífico autor de numerosas obras repartidas por casi todos los templos ostipenses durante el siglo XVIII. La de San Pedro que cita el documento es la que se encuentra actualmente en un retablo junto al púlpito de la Iglesia de Ntra. Sra. del Carmen, pues está tallada en madera y tiene igualmente tres potencias de plata, aunque la corona de espinas argéntea original se ha perdido y ha sido sustituida por otra más humilde. Es de gran calidad artística, guardando buenas proporciones anatómicas y presenta la particularidad con respeto a otras afines, de que en la mano izquierda sostiene la caña a guisa de cetro real que le dieron los guardias romanos en son de burla. Sobre el dorso de la otra mano apoya la mejilla, acentuando su semblante melancólico.

La razón de que el Señor de las Penas no se encuentre en su sede de Ntra. Sra. de la Asunción y sí, en cambio, en la Iglesia de Ntra. Sra. del Carmen se debe a la donación de la imagen a este templo efectuada por D. Rodrigo de Melgar, aquel clérigo que la custodió a su casa cuando sobrevino la crisis sobre la Hermandad en 1750. Paradojas de la vida, este dato lo obtenemos precisamente del inventario que la Hermandad del Carmen y Cofradía del Corpus Christi ejecuta para este mismo expediente en el que consta el de San Pedro; reza textualmente que en el panteón del Carmen se encuentra un “armazón enque estaba el Sr. de las penas en casa del Sr. Melgar”.

Volviendo al documento, añade que el Señor de las Penas ostentaba dos cordones trenzados con hilo de oro, que al presente aún conserva, alrededor del cuello de Nuestro Señor, como hemos visto en otros cristos en el trance de la flagelación. Para la procesión iba sobre unas andas de madera doradas. Todos estos bienes y los que siguen habían sido costeados por la Hermandad.

Continúa el inventario con la efigie de San Pedro, al que se le cita como Señor San Pedro de penitencia. Todo lo que concierne a los orígenes de esta imagen se halla cubierto por un halo de misterio, pues no se conoce su autor, ni su lugar de procedencia ni siquiera cómo y cuándo llegó a Estepa, si es que vino de fuera. Según la leyenda fue traída de Italia, algunos dicen que por el Vicario Bejarano, insinuación que se ha convertido prácticamente en una afirmación, sin más argumento que sus rasgos estilísticos, próximos al manierismo, esto es, hacia la segunda mitad del siglo XVI.

Siendo hasta la fecha poco probable concretar su lugar de origen , es posible sin embargo rebatir sus orígenes italianos, en primer lugar porque en la escultura italiana el empleo de la madera es muy escaso, prefiriéndose otros materiales como el bronce y sobre todo la piedra, como el famoso mármol de Carrara; en segundo lugar, ateniéndonos a su hechura, la imagen de San Pedro es una imagen de cuerpo entero pero de vestir, por lo que el cuerpo no está trabajando, sino simplemente esbozado, como mero nexo de unión de las manos, cabeza y pies, estos sí, primorosamente entallados, pues son las únicas partes del cuerpo que se ven, quedando el resto cubierto por los ropajes. Es, por tanto, una imagen de candelero. La escultura italiana, pensemos sólo en Miguel Ángel, siente especial predilección por el estudio anatómico y es poco probable que elaborara una efigie como esta de San Pedro. Por el contrario, el empleo de la madera en escultura es de gran profusión en la España barroca, pensadas para ser exhibidas por las calles. Las últimas investigaciones vinculan estrechamente nuestro San Pedro al ámbito escultórico de Pedro de Mena y sus seguidores, lo cual supondría de ser cierto, retrasar la data de su ejecución hasta mediados del siglo XVII, en pleno Barroco. En cualquier caso, sus orígenes siguen siendo un enigma y el debate continúa abierto.

Al igual que la Virgen de los Dolores, la imagen de San Pedro tenía dos atuendos, uno de ordinario y otro para la procesión. Las primera indumentaria era una túnica de damasco azul, que iba guarnecido con un ribete de plata fino, una capa de tercianela de color pajizo orlada por un galón de oro falso. Iba ceñido con un cíngulo de colonia ancha y collareja. El Miércoles Santo llevaba una túnica azul confeccionada con tela de oro, también ribeteada con un galón de oro fino. La capa era de la misma tela que la túnica, pero de color rojo, con su correspondiente galón áureo. Completaban la indumentaria un cíngulo de colonia ancha afelpada y otra collareja.

Como puede comprobarse, San Pedro ya lucía los colores con los que se viste hoy día y que constituyen una de las señas de identidad de la Hermandad. El padre Ribadeneira describe en una obra suya el aspecto físico de San Pedro basándose en el presunto “retrato” que el papa San Silvestre enseñó al emperador Constantino, junto a otro de San Pablo. Francisco Pacheco se inspira en esta descripción y en su Arte de la Pintura, indica como debe representarse la indumentaria de San Pedro “ha de tener color azul, ceñido, y el manto anaranjado o de color ocre (…)”. De esta forma aparece vestido San Pedro en numerosos retratos, con ligeras variantes en los tonos de la túnica que puede ser de un gris azulado claro, añil o azul oscuro, y del manto, ocre o anaranjado. Ejemplos tenemos de Velázquez, Murillo o Zurbarán, por nombrar sólo a los pintores más eminentes del Siglo de Oro español. La indumentaria de nuestro San Pedro sustituye el manto por una capa y en cuanto al tinte, la ropa de ordinario parece ajustarse más a este patrón, con la capa pajiza, cercana al ocre que estipulaba Pacheco. Probablemente, la Hermandad eligió para la procesión el color rojo por ser más llamativo y a la postre es el que ha trascendido en el tiempo.

San Pedro hacía su recorrido la tarde del Miércoles Santo sobre un trono, tal como lo denomina el inventario, tallado en madera y tan reciente que se hallaba aún sin dorar. Junto a San Pedro se ubicaba una columna sobre la que se posaba el gallo cuyo canto hiriente provocó las lágrimas de arrepentimiento del Apóstol. No menciona si el gallo era disecado o si se trataba de una pequeña escultura. El gallo sobre una columna o pilar acompañando al Santo, o entre éste y Cristo, es una representación iconográfica empleada con frecuencia ya desde los primeros siglos de la Iglesia, especialmente en sarcófagos paleocristianos. Aún en el siglo XVII se conservaba en la basílica Lateranense una columna de pórfido con un gallo de bronce encima, que era creída por algunos la misma desde la que el gallo del Evangelio había cantado para dolor de Pedro. Durante el Renacimiento, se difundió la imagen de San Pedro arrodillado frente a Cristo atado a la columna y con el gallo sobre ella o en una ménsula que se apoya en la pilastra, a partir de una obra de Pedro Romana, discípulo de Alejo Fernández. Se buscaba un mayor efecto dramático uniendo ambos episodios, el de la flagelación del Señor y el del arrepentimiento de San Pedro. En obras similares posteriores la figura del gallo sobre la columna fue desapareciendo, hasta que Juan del Castillo pinta hacia 1630-40 una nueva versión en la que Cristo aparecía atado a una columna baja de forma abalaustrada, al parecer inspirada en la pilastra que se venera en la iglesia romana de Santa Práxedes, considerada como la “verdadera” en la que Jesús fue azotado; la llevó a Roma el cardenal Colonna en 1223. Sobre esta columna baja volvió a aparecer el gallo en algunas obras pictóricas y escultóricas. En el paso de San Pedro, además de remedar esta iconografía, la columna tendría la función práctica de dar más realce al gallo.


El inventario declara que entre los enseres poseía la congregación dieciocho horquillas de hierro cuyas astas eran de madera para llevar los pasos, quizás repartidos en seis por cada uno de ellos, aunque esto no es posible asegurarlo con total certeza. Más aún teniendo en cuenta que para abrir la comitiva, la Hermandad contaba con una Santa Cruz que iba sobre unas parihuelas lignarias, si bien podían ser lo suficientemente livianas como para no necesitar las horquillas. Esta humilde Santa Cruz es el antecedente de las lujosas cruces de guía contemporáneas, no obstante la hermandad conserva entre sus bienes patrimoniales una antigua cruz de guía, de la primera mitad del siglo XX, que era transportada por medio de una carretilla.

Tras la enumeración de las imágenes y sus correspondientes aderezos, prosigue el inventario con las insignias y otros enseres utilizados para la procesión. Tras la Santa Cruz aludida, doce hermanos llevaban sendos bastones de madera con el escudo de la Hermandad de hierro, arropando al Hermano mayor quién a su vez blandía un cetro de madera. Estos debían ser seguramente los que componían el cabildo o junta de gobierno de la Hermandad. Otros hermanos enarbolaban dieciséis banderas, catorce de ellas de tafetán en color morado, con las astas de madera y rejoncillos de hierro y otras dos, de mayor tamaño, con las insignias del Sr. San Pedro. Asimismo, iba un palio de damasco morado con cenefa de terciopelo del mismo color y flecos de hilo de oro y seda, con seis varas de madera, pieza antes muy usada en las procesiones hoy prácticamente desaparecida. Termina el inventario en lo concerniente a la procesión con el acompañamiento “musical”, si se le puede llamar así: una campanilla de metal y, siguiendo la costumbre de entonces, una trompeta de latón iba anunciando el cortejo. La Hermandad proporcionaba la túnica para el trompetero.

Bibliografía:
La Hermandad de San Pedro en la Semana Santa del Barroco. José Javier Mateos Llamas. Lº Aniversario de la reorganización de la Hermandad de San Pedro, Estepa. 2003