Es el semanario estepeño La Voz de Estepa el que nos proporcionará la mayor parte de los datos sobre cómo era la Semana Santa de aquel tiempo y sobre las hermandades y cofradías existentes entonces.
1. Los cultos cuaresmales
No hemos visto muchas noticias relativas a este aspecto destacado de las cofradías, por lo que no podemos concluir gran cosa sobre su existencia o no, aunque nos inclinemos a pensar más bien en esto último, dado que los cultos que se realizaban por las hermandades de gloria o las sacramentales sí que eran recogidos puntualmente por el periódico. Las únicas noticias que hemos encontrado se refieren, por un lado, a la hermandad de Jesús Nazareno que en 1895 celebró un quinario “costeado por una familia devota en acción de gracias” celebrado en la iglesia de San Sebastián “en las tardes de los domingos de Quincuagésima, primero, segundo y tercero de Cuaresma y el día de San José”, noticia que ciertamente contradice lo afirmado por García Almansa en el sentido de que hasta 1904 no se celebraron quinarios en honor del titular de la hermandad. La otra noticia se refiere a la novena que en febrero de 1883 y 1884 se le dedicó al Cristo de la Humildad y Paciencia en la iglesia de Santa María y que hemos de suponer a iniciativa de la hermandad del Dulce Nombre, si bien es posible que sea esta función la que se instituyó en tiempos del teniente de vicario don Joaquín Téllez tras la epidemia del cólera morbo que asoló Estepa a mediados de siglo.
Evidentemente, sí que se celebraban cultos en las dos parroquias durante la Semana Santa, los cuales se iniciaban con la función de las Palmas el Domingo de Ramos, palmas que, según “costumbre inmemorial” eran costeadas por el ayuntamiento estepeño, leemos en sus actas capitulares, y que el año 1890 fueron cincuenta. El Lunes Santo había un jubileo circular en la iglesia de La Asunción con “comunión general a las ocho y media, y desde esa hora misas rezadas hasta las once y media” y por la tarde el rezo de “la estación mayor al Santísimo Sacramento y Letanías de los Santos”; estas funciones eran costeadas por la hermandad o asociación josefina, que tenía su sede en dicha iglesia. El resto de la Semana, del Martes al Sábado Santo, se celebraban oficios solemnes en las dos parroquias. Antes, durante la Cuaresma, había “ejercicios espirituales” en los templos de La Asunción, El Carmen y Los Remedios y se celebraba una novena a la Virgen de los Dolores en San Sebastián, La Asunción y los Remedios.
2. Las cofradías en su estación de penitencia
Cuatro eran las corporaciones que realizaban estación de penitencia durante la Semana Santa estepeña de finales del siglo XIX: Al amanecer del Jueves Santo, desde la iglesia de Los Remedios y tras predicarse el llamado “sermón de Azotes”, salía la procesión de la hermandad del Cristo a la Columna con los pasos siguientes: la Santa Cruz, la Santa Cena, el Cristo amarrado a la Columna y Ntra. Sra. de los Dolores.
El Jueves Santo por la tarde y después de predicarse el “sermón del Dulce Nombre”, a eso de las cuatro, salía desde la iglesia de la Concepción esta hermandad en procesión con los siguientes pasos: la Santa Cruz, el Dulce Nombre de Jesús, el Cristo de la Humildad y Paciencia y Ntra. Sra. de los Dolores.
El Viernes Santo, a las 5 de la mañana, se predicaba en la iglesia de San Sebastián el sermón “de Pasión”, y a continuación salía el desfile procesional formado por los pasos de Jesús Nazareno, la Magdalena, la Verónica, San Juan y Ntra. Sra. de los Dolores.
A las 3 de la tarde del mismo Viernes, y también en la iglesia de San Sebastián, se predicaba el sermón “de Soledad”, y una hora más tarde salía la procesión de esta hermandad con los pasos del Cristo de la Salud, el Santo Entierro de Cristo y Ntra. Sra. de la Soledad; en esta estación penitencial, además iban “cuatro jóvenes figurando los cuatro Doctores de la Iglesia y una joven representando a la Verónica”.
Los cuatro desfiles procesionales llevaban acompañamiento musical, bien por alguna de las dos bandas de música que entonces había en la localidad, o bien por la capilla de música. A las cuatro procesiones también asistían los romanos, acerca de los cuales, publicaba el periódico el 29 de marzo de 1890, la siguiente nota:
La hermandad del Santo Cristo Amarrado a la Columna, además de los que ya tenía, ha uniformado varios romanos que, a caballo, harán el prendimiento en la Plaza de Los Remedios.
Con estos elementos, los “vistosos y adornados pasos” y los hábitos de color de los penitentes, los desfiles procesionales de Estepa ofrecían un buen golpe de vista y prestaban “el atractivo posible en ceremonias de esta clase”.
Una dirigida por don Miguel Borrego y la otra por don Antonio Rodas, ambas con el título de municipal.
3. Algunos aspectos criticados de aquella Semana Santa
Esta última frase, a medio camino entre el elogio y la censura, tomada del periódico del día 17 de marzo de 1883, nos sirve para adentrarnos en la crítica que desde esta publicación ejercieron algunos de sus redactores a determinados aspectos de las hermandades y cofradías que no les gustaban. Un tema recurrente sobre el que ejercer la crítica era el de los demandantes a los que se dedicaban lacerantes comentarios:
Señor alcalde: en nombre de la tranquilidad turbada de los vecinos y para evitar, en cuanto sea posible, ciertos sobresaltos, indigestiones, sustos y otros excesos, llamamos la atención de su autoridad acerca del infinito número de sablazos, apabullos y sangrías que en esta época del año sufren los atribulados contribuyentes de parte de los demandantes de cofradías y hermandades.
Y sobre todo a la proliferación de los mismos pues se dice también que raro era el día en que “no tropieza uno con dos, cuatro, seis y hasta ocho individuos armados con la consabida taza de ‘sangrador’ que le espetan por las narices”.
Unos años después, en 1885, un redactor, dándose ya por vencido en cuanto a su intención de que desapareciera la figura del demandante, nos dejó una crónica sobre otros aspectos de la Semana Santa que tampoco le gustaban, a juzgar por los términos tan críticos que utilizó en la misma, empezando por la costumbre de cantar saetas:
En cambio, la costumbre de cantar saetas es una bonita costumbre. Si señor: ¿por qué negarlo? ¡vaya si lo es! Porque las cantan con un estilo... Aún recuerdo aquella que dice: En la calle La Amargura// hay una piedra redonda// donde Jesús puso el pie// para subir a la gloria. Lo que quiere decir que si Jesús no hubiera encontrado piedra donde hacer hincapié, de seguro se queda en tierra. Y no vayan ustedes a creerse que la citada saeta constituye una excepción. Nada de eso: como ésta son casi todas.
Continúa su acerba crítica arremetiendo contra los romanos:
Algunos han comparado a nuestras legiones con las comparsas ridículas de una opereta bufa. Otros, de gusto un tanto churrigueresco, se han impresionado ante el aspecto marcial de los guerreros y ante el brillo del oro y la percalina de sus trajes chillones y carnavalescos. Los incrédulos han tenido materia bastante para emplear el ridículo. La generalidad se ha lamentado de que semejantes profanaciones tengan lugar en la semana más grande del año y que más santos recuerdos encierra para los verdaderos católicos.
Y finaliza su artículo lanzando sus críticos dardos contra otras figuras que formaban parte de los cortejos procesionales:
Aquel Judas grotesco que linterna en mano oficiaba de payaso en una de nuestras procesiones ha desaparecido. El año que se supriman los romanos y todos esos mamarrachos que sirven más bien para mover a risa que a devoción, entonces el culto no perderá nada y el respetable clero de este arciprestazgo dará una prueba más de su reconocida ilustración.
De las palabras de este articulista, cuyo nombre ignoramos, podemos sacar como conclusión que la Semana Santa de Estepa de su época era más parecida a lo que hoy pueda ser la de pueblos cercanos como Puente Genil o Herrera. Se refiere aquí, a nuestro entender, entre otros, a los figurantes que hacían de la Verónica y los Doctores de la Iglesia en la procesión del Santo Entierro, como hemos visto más arriba. que a los actuales desfiles procesionales de nuestro pueblo. Nótese, finalmente,la pequeña pulla que lanza a la clerecía local...