30/9/11

ERMITAS SANTIAGUISTAS DE ESTEPA


La mayoría de las ermitas estepeñas abiertas al culto tuvieron su origen en los tiempos en que la villa estuvo bajo el dominio de la Orden de Santiago. Las actas de los visitadores de dicha Orden, de finales del siglo XV y principios del XVI, mencionan en los arrabales de la villa las ermitas de San Cristóbal, de San Sebastián, de la Vera Cruz, de Santa Ana, de la Concepción y de Santiago; en el recinto amurallado o junto al mismo se encontraban también las ermitas pertenecientes a los dos hospitales de la villa: la de Santa María de la Asunción y la del Corpus Christi, también llamada del Cristo de la Sangre.

En general, el origen de estos santuarios se basa en mitos o leyendas, transmitidos documentalmente o por tradición oral hasta nuestros días y que pueden ir desde su construcción para conmemorar un acto milagroso o santificar un lugar concreto y real asociado a la vida de un Bienaventurado hasta ubicarlas en zonas con la existencia de aguas con poderes milagrosos o curativos o en espacios designados por la voluntad divina, lo que le otorga un marcado localismo.

Otra de las causas de la construcción de numerosas ermitas es el progresivo culto a los santos, en especial a partir del siglo XV, cuando el hombre sintió la necesidad de tener protectores contra los males que más directamente le aquejaban: peste, plagas, sequías, enfermedades que diezmaban a la población, etc. Estas amenazas determinaron a los vecinos a hacer votos colectivos a los santos en cuya intervención divina en la vida diaria se creía constante. Así, las advocaciones de estas ermitas no difieren mucho de las de otros territorios pertenecientes a las órdenes militares, como sucede con las dedicadas a San Cristóbal, a menudo situadas en un cerro próximo a la villa queriendo invocar el auxilio y protección de viajeros y caminantes, y también las dedicadas a San Sebastián, considerado protector por excelencia frente a la peste, o a San Juan situadas a menudo en barrios extramuros habitados la mayoría de las veces por comunidades judías y árabes hasta su expulsión.


Nota común a casi todas ellas es que en cada una había fundada una cofradía, generalmente de igual título que el templo; así por ejemplo, la cofradía de San Sebastián, la del Corpus Christi, la de Santa Ana, etc. Este tipo de cofradías, de carácter piadoso-benéfico, abundaron en su época, siendo su finalidad garantizar la salvación de sus miembros mediante la práctica de la caridad y hermandad. Sus funciones se limitaban al correcto cuidado de los bienes y cuentas de la institución, la atención a las reparaciones del santuario, celebración de la festividad del santo bajo cuya advocación se constituían y el mantenimiento de comidas y otros actos de la hermandad.

El estudio de las ermitas santiaguistas de los siglos XV y XVI situadas en los territorios santiaguistas parte de las características comunes de este tipo de edificios: reducido tamaño y austeridad. La decoración es un elemento prácticamente inexistente dominado una concepción funcional del espacio. El material empleado era el mampuesto. El ladrillo se encontraba en arcos, suelos, cubiertas, coros, pórticos, torres e incluso muros. La piedra se empleaba como refuerzo de esquinas y los interiores solían estar encalados. La práctica ausencia de contrafuertes en los muros estaba íntimamente unida a las cubiertas de los templos realizadas en materiales poco pesados (madera, ladrillo). Por último, su situación podía ser alejada de los núcleos urbanos, lo que explica la presencia constante de una persona encargada de su cuidado y conservación.

(Ermita de Santiago en Azuaga, Badajoz)

(Ermita de San Blas en Azuaga, Badajoz)

En los territorios bajo la jurisdicción de la Orden de Santiago, en todos los santuarios había una figura especial para el mantenimiento surgida como expresión máxima de la devoción y piedad popular, el santero. Era el encargado de la limpieza y el cuidado de las ermitas, especificándose así en los libros de visitas, que aluden a los santeros como figuras imprescindibles para impedir que las ermitas se encuentren sucias, maltratadas o ruinosas. Además mantenía el santuario abierto a los fieles y vigilaba sus bienes y ornamentos. Atendía en definitiva los quehaceres propios de un edificio religioso: tocar las campanas para llamar a los feligreses; encendían la lumbre para calentar el edificio para que el capellán oficiara la misa o encendía las lámparas en los altares mayores.

El santero por su trabajo recibe una retribución en metálico, no muy elevada, lo necesario para su manutención. A menudo disponía de una tierra próxima donde cultivar lo necesario para su sustento, entregada no siempre de forma gratuita. Finalmente, se les proporcionaba vivienda, que solía estar adosada o muy cercana al edificio. De pequeñas dimensiones, a veces extremadamente pobres, limitándose a pequeños cobertizos donde refugiarse de las inclemencias del tiempo o podía vivir en el interior de la ermita. Así, junto a la ermita de la Vera Cruz se edificó la casa del santero, que quedaba dentro de este recinto religioso y de un patio que la rodeaba, y lo mismo sucedía con la ermita de la Concepción: Tenía un patio grande con un pozo y un corral en que había una bodega debajo de tierra, y junto a ella la casa del ermitaño.

El cargo de santero podían desempeñarlo hombres, mujeres y muy frecuentemente matrimonios. Eran nombrados por los hermanos, si existía cofradía, y el mayordomo. La elección recaía sobre personas muy devotas, que optaban por ese medio de vida como forma de servir a Dios y vivir más intensamente la fe.

Las ermitas obtenían ingresos económicos de la agricultura y la ganadería. Así pues las ermitas aumentaban en la medida de lo posible sus tierras a lo largo del siglo XVI. A partir de unas tierras iniciales, la mayoría se adquirían a particulares, auspiciadas por el fortalecimiento económico, optando los mayordomos por invertir en bienes inmuebles y terrenos cultivados. Casi todas las ermitas contaban también con algunas cabezas de ganado y el arrendamiento de casas, bienes inmuebles cuya cotización asciende con el correr de los años, era otra fuente de ingresos de las ermitas.


Las limosnas y mandas de los testamentos son ingresos presentes en todas las partidas de las ermitas. Los fieles, guiados por el sentimiento cristiano de ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, legan parte de sus bienes o conceden limosnas esperando obtener a cambio su intercesión ante la divinidad en el supremo momento de la muerte. Los feligreses contribuyen a sufragar los gastos de las ermitas. En ocasiones los donativos no son pecuniarios, sino en especie: viñas, tierras e incluso grano. Igualmente la celebración de oficios religiosos, en cumplimiento de lo establecido en los testamentos, reportó importantes ingresos a la hacienda de las ermitas.

Los beneficios obtenidos se ven mermados con los gastos emanados de atender las necesidades del santuario, el buen estado del edificio o los derivados del mantenimiento y conservación de puertas y campanas. A veces, los gastos son tan elevados que el alcance de la cuenta de los mayordomos resulta negativo. No sólo el cuidado arquitectónico de la ermita produjo importantes gastos, sino también la decoración, la talla de las imágenes, el alumbrado o los salarios de los trabajadores. Los clérigos cobraban por oficiar las ceremonias y recoger la limosna; y santeros, lavanderas, escribanos y alcaldes cobraban sueldos de las rentas de las ermitas. Por todo ello, el control económico de las ermitas fue una preocupación constante de los visitadores.

(Carta de confirmación otorgada por los visitadores de la Orden de Santiago al concejo de Moratalla)

Una fuente documental relevante son los libros confeccionados por los visitadores, designados temporalmente para inspeccionar de forma personal las villas, bienes y propiedades bajo la jurisdicción de la Orden de Santiago. La figura del visitador, por tanto, nace por la necesidad de controlar las posesiones diseminadas por extensos territorios. Su papel es velar por el buen funcionamiento de la Orden, pues constituyen el vínculo de unión entre sus órganos directivos y el resto de la institución. Cuando concluían la visita, debían presentar, en el Capítulo General, un libro en el que se examinase el estado material de las distintas propiedades (iglesias, hospitales, ermitas, casas, bastimentos, mesas maestrales…) y el espiritual de sus súbditos, analizando el comportamiento moral de sacerdotes, comendadores, santeros, etc.

La forma de realizar la visita era siempre la misma: descripción de los edificios; relación de ornamentos litúrgicos, ropas y joyas; inventario de las propiedades; revisión de los libros de cuentas, con la enumeración del cargo e ingresos de las ermitas, la data o el desembolso de los mayordomos, y el alcance o diferencia entre ambas cantidades; y, finalmente, la relación de los mandatos, alusivos tanto a los aspectos materiales de las iglesias como el estado espiritual de los feligreses, sacerdotes, santeros y mayordomos. También siempre con idéntica estructura: denuncia las transgresiones de la conducta moral de los fieles o el mal estado de los edificios, exposición de las medidas correctoras de los denunciados e imposición y fijación de penas en caso de incumplimiento.

Por tanto, de estos documentos se destacan tres aspectos fundamentales: artístico o descripción de los edificios y ornamentos; económico o inventario de bienes; y religiosos, en su doble vertiente de delación y condena de las desviaciones y constatación de los usos y preferencias devocionales.

Cuando la población comienza a sentarse en las faldas del cerro de la villa de Estepa, a pesar de la seguridad precaria que suponía vivir fuera de la muralla y la proximidad aún de la frontera con el territorio bajo control musulmán, comenzaron a consolidarse los distintos arrabales de la ciudad nueva, mientras la Villa intramuros se iba despoblando. Los arrabales estepeños tenían en común que se encontraban en una encrucijada de caminos, proximidad de agua (manantiales, pozos, etc.) y la existencia de un lugar de culto. La consolidación de los arrabales llegaría con la conquista de Archidona (1468) y de Granada (1492), alejándose definitivamente el peligro de la zona fronteriza de Estepa. La población comenzó a asentarse en el Arrabal de la calle Ancha, cerca de las murallas de la villa, donde surgieron las ermitas de San Sebastián, Concepción y del Cristo de la Sangre. Al oeste de la ciudad la población se asentó en torno a la ermita del Cristo de la Vera-Cruz, arrabal que contaba con un manantial y del que algunos historiadores afirman que en la época musulmana existía una población, baños e incluso una mezquita. Al este la ermita de Santa Ana y su manantial aglutinó a la población que se asentó a espaldas de las murallas. La otra ermita extramuros se situó en el cerro cercana al camino que dirigía a Gilena para recibir a los viajeros bajo la advocación de San Cristóbal. La villa intramuros contaba desde la conquista cristiana con ermitas dedicadas a los patronos de la villa, Santa María de la Asunción y Santiago Apóstol.

-Ermita y Hospital de la Asunción: Su fundación está vinculada al hospital de Santa María de la Asunción, situado intramuros de la villa, y se encontraba a cargo de la cofradía del mismo nombre. Hacia el año 1616 se edificaron ermita y hospital de nuevo en su actual emplazamiento, aunque la ermita tuvo que reedificarse en 1646 por encontrarse en estado ruinoso. El edificio del hospital disponía de un buen local para la asistencia de pobres enfermos que eran atendidos merced a los bienes propios de la cofradía que lo fundó.

(Iglesia y Hospital de la Asunción en calle Mesones, 1616)

-Ermita-Capilla de Santiago Apóstol: La iglesia se debió erigir en torno a 1390 con la advocación de Santiago Apóstol bajo el patrocinio y decorada con las armas del maestre santiaguista Lorenzo Suárez de Figueroa. Según se describe en las Actas debía ser más bien una capilla dedicada al apóstol en el interior del castillo de Estepa. Santiago Apóstol fue patrono de la Orden y de las Españas, recibió una especial veneración como consecuencia de influencia oficial y por su carácter bélico emanado de la leyenda apócrifa de su lucha contra los musulmanes.


-Ermita de San Cristóbal: San Cristóbal era protector de los transportistas y de los viajeros, de ahí que en toda ciudad se le construyera una ermita, iglesia o capilla para que los viajeros pudieran implorarle su protección antes de realizar su viaje o cuando paraban para descansar. La Ermita de San Cristóbal de Estepa estaba situada junto a una vereda que conducían hacia los pueblos cercanos de Gilena y Pedrera y situada extramuros.


-Ermita de la Vera Cruz: Según se desprende de las actas de los visitadores santiaguistas, se trataba de un edificio con cubierta de madera de pino y realizado a base de ladrillo; en su capilla mayor, cerrada con reja de madera, había un altar sobre cinco gradas y encima un crucifijo de bulto redondo; a la derecha de este altar, en un hueco a guisa de hornacina, estaba colocada la imagen de Nuestra Señora de los Remedios. A finales del siglo XVII, a impulso de la expansión de la devoción rosariana en la villa, se crearon cofradías con título del rosario en casi todas las iglesias estepeñas mediante las cuales ejercitar dicha práctica devocional; así, una de estas corporaciones rosarianas, la hermandad del rosario de Los Remedios, sita en esta ermita, se constituyó formalmente en 1701 con la preceptiva aprobación del vicario. En 1733, dicha corporación rosariana solicitó la agregación de la cofradía de la Vera Cruz que desde tiempo inmemorial existía en la ermita, aunque por entonces había decaído bastante. Esta hermandad del rosario se encargó de costear a lo largo del siglo XVIII las cuantiosas obras de ampliación y reforma del templo, al que convirtieron en una joya del barroco, como aún hoy día puede verse. Como consecuencia de este proceso, el templo fue perdiendo paulatinamente la denominación de ermita de la Vera Cruz para pasar a llamarse ermita de los Remedios.


-Ermita de la Concepción: Se edificó en la calle Ancha, cerca de la ermita y hospital de la Sangre. Por los informes de los visitadores de la Orden de Santiago sabemos que el edificio primitivo tenía una sola nave que se cubría de madera de pino y el exterior a dos aguas. En 1576 se modificó añadiéndole una capilla mayor abovedada y en el altar mayor, sobre tres gradas, una imagen de Nuestra Señora, metida dentro de la pared. En 1740, el VII Marqués de Estepa, don Juan Bautista Centurión, y su esposa, en cumplimiento de una penitencia que les fue impuesta, volvieron a edificar la iglesia. Numerosos monarcas medievales manifestaron su devoción por la Inmaculada Concepción de María, como Fernando III el Santo y Jaime I el Conquistador, y han portado su estandarte en sus campañas militares. Desde el siglo XIV existen en España referencias de cofradías creadas en honor a la Inmaculada. La más antigua, en Gerona, data de 1330. En el siglo XVI se revitalizará este fervor con un ingente número de cofradías constituidas bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de María, hermandades consagradas a las labores caritativas y la asistencia social.


-Ermita de San Sebastián: La iglesia, de menor dimensión que el templo actual y de una sola nave, se asentaba sobre el terreno más rocoso y estable. El templo seguía la simbología cristiana con la cabecera hacia el oriente, “allá donde sale el sol”. En el año 1568 se acordó reconstruir la iglesia bajo los planos, traza y presupuestos que formó el italiano Vicente Boyol. El culto a San Sebastián es muy antiguo y es protector contra la peste y contra los enemigos de la fe.


-Ermita de Santa Ana: Esta ermita tenía el cuerpo del templo cubierto con madera tosca de pino y caña junta, mientras que la capilla mayor era abovedada. El altar mayor, sobre tres gradas, tenía una imagen de la santa titular. En la segunda mitad del siglo XVI los visitadores mandaron alargar el edificio y en 1576 se empezaron las obras para hacer realidad dicho mandato. En dicha ermita tenía su sede una cofradía dedicada a la santa, celebrándose unos solemnes cultos en honor de su titular. La ermita fue reformada a finales del siglo XVIII, con cargo fundamentalmente a los fondos de la hermandad. Se conserva la tradición de que en el mismo lugar en el que esta la ermita existía un pequeño oratorio dedicado a San José, que por estar en terreno montuoso se llamó San José del Monte. Esta tradición da nombre a uno de los altares de la actual ermita.

El culto a Santa Ana siempre ha tenido relación con la maternidad, la genealogía y el linaje matrilineal, así como la fecundidad y la propiciación de las cosechas. También existe una correlación entre la madre de la Virgen y el conocimiento como agente de transmisión cultural dentro de la familia, por ello se representa en muchas ocasiones la escena en la que Santa Ana enseña a leer a su hija, Cabe señalar también que el culto a Santa Ana se profesa en muchas ocasiones en relación con el dogma de la Inmaculada Concepción, por su papel implícito en el mismo. Los monarcas españoles dedicaron conventos, iglesias y capillas a la santa, como la iglesia que Alfonso X el Sabio construyó en su honor en Triana o el convento que mandó construir el rey Jaime I el Conquistador.


-Ermita de la Sangre y Hospital del Corpus Christi: La ermita se edificó cerca de la muralla de la villa, en el arrabal, junto a la torre que está a espaldas de la desaparecida ermita de la Concepción, camino de la Iglesia Mayor, en la llamada Cuesta de la Sangre. Dicha ermita era aneja a un hospital de pobres transeúntes titulado del Cuerpo de Dios regentado por una cofradía del mismo nombre. A mediados del siglo XVII la ermita y el hospital fueron trasladados, manteniendo la misma advocación, al emplazamiento que todavía hoy ocupa, a expensas de Juan Martín Formáriz. En el altar mayor se encontraba una pintura en lienzo, procedente de la antigua ermita, del Stmo. Cristo de la Sangre y otras pinturas de imágenes que adornaban este altar. En 1692 los fieles que iniciaron la devoción del rosario en esta ermita obtuvieron licencia del vicario general para poder efectuar procesiones por las calles de la villa y en 1702 se constituyeron formalmente como Hermandad del Rosario del Carmen. En la segunda mitad del siglo XVIII, la cofradía del Rosario inició las obras de reforma que le daría al edificio su aspecto actual. La imagen de la Virgen pasó a presidir el altar mayor desde su camarín y la pintura del Santo Cristo de la Sangre quedó en uno de los retablos laterales del templo. La iglesia comenzó a denominarse como ermita de Nuestra Señora del Carmen y en 1728 la hermandad del Rosario consiguió la agregación de las corporaciones santiaguistas que hasta entonces habían tenido su sede en la ermita: la hermandad del Santo Cristo de la Sangre y la cofradía del Corpus Christi. Durante las reformas del siglo XVIII, Diego Márquez realiza para el altar mayor de la iglesia la imagen del Stmo. Cristo de la Sangre que existe en la actualidad y el antiguo lienzo fue colocado en las escaleras de acceso al camarín.


Con el crecimiento de la población, laderas abajo del cerro de San Cristóbal, y el abandono del recinto amurallado, algunas ermitas cambiaron de ubicación, caso de las de La Asunción y de Corpus Christi, y otras desaparecieron, como la ermita de San Cristóbal, que dio origen a la fundación del convento franciscano en los primeros años del siglo XVII, aunque parece ser que el edificio fue conservado como sacristía y oratorio del nuevo convento. Otra ermita, la de San Sebastián, en cambio, se convirtió en parroquia en el siglo XV (1541) precisamente debido al crecimiento de la población en los arrabales.

Mediado el siglo XVIII, la fiebre constructiva y el gusto por las artes que se apoderó de los habitantes más conspicuos de la villa, hizo que las modestas construcciones que hasta entonces habían sido estas ermitas se convirtiesen en las suntuosas y artísticamente decoradas iglesias que aún hoy pueden verse. Algunas de ellas, además, cambiarán de nombre a raíz precisamente del surgimiento de nuevas devociones y el progresivo abandono de las antiguas, tales son los casos de la ermita del Santo Cristo de la Sangre, que pasó a llamarse de Ntra. Sra. del Carmen, y de la ermita de la Vera Cruz, que se llamó desde entonces de Ntra. Sra. de los Remedios.

Las autoridades eclesiásticas siempre mostraron interés por ejercer el control sobre estos edificios eclesiásticos y las prácticas piadosas que en ellos se llevaban a cabo. Así, por ejemplo, para el caso de la diócesis de Sevilla, a partir de la Reconquista, surge la figura del prior de las ermitas, encarnada en un miembro del cabildo metropolitano cuya misión era el control y vigilancia de la administración de las ermitas existentes en la Archidiócesis.

En los territorios pertenecientes a las órdenes militares, el control de las ermitas se llevaba a cabo mediante las visitas periódicas que realizaban los visitadores; para el caso del territorio de Estepa se conocen las visitas que realizaron a estos templos durante el tiempo que estuvo bajo su jurisdicción; con la desmembración del territorio estepeño de la Orden de Santiago y la creación de una jurisdicción eclesiástica exenta, el control de las ermitas fue llevado a cabo por la vicaría general, cabeza visible de dicha jurisdicción, sin excluir la posibilidad de que éstas fuesen visitadas por visitadores de los arzobispados limítrofes (Sevilla, Córdoba y Málaga) en casos excepcionales, como sucedió a comienzos del siglo XVIII (1709), en que tenemos constancia que la visita pastoral realizada al territorio de la vicaría estepeña por un delegado del arzobispo de Sevilla, don Juan Clemente Mahius y Príncipe, incluyó también todas las ermitas estepeñas con objeto de comprobar su estado.

Obras de consulta:
-La arquitectura religiosa en la Azuaga santiaguista (azuaga.es)
-La Ermita de San Antonio Abad de Estepa. Jorge A. Jordán Fernández. Editorial La Serranía. Ronda 2011.