Llevaba un lustro caminando por las calles de esta villa, a donde llegó atraído por la calidad de su piedra. Conocía de primera mano la dureza del material, lo que le había ayudado a decidirse por él en sus obras en Sevilla y tierras gaditanas. A sus oídos habían llegado las posibilidades de trabajo que se ofrecían en la zona con las nuevas obras que estaban encargando para las iglesias y las cofradías. Las iglesias se estaban reconstruyendo y ampliando, y las cofradías levantaban portadas, camarines y torres en un simulacro de competición devocional por elevar más alto el amor a sus titulares. Y ese auge en la construcción se vivía también en los pueblos cercanos y en otros grandes pueblos de la zona, por lo que el hecho de estar cerca de las canteras de la villa le ofrecía una mejor opción para promocionar su trabajo entre los clientes que se acercaban. Por eso había decidido buscar hospedaje en la villa y comenzar a trabajar aquí.
En el pueblo se le conocía como el cantero del norte que había acabado la ermita de los Remedios, trabajando en su camarín y sacristía. Tal envergadura de la obra había dejado asombrados a sus hermanos y vecinos y él se sentía agradecido a la familia Blanco que le permitió trabajar en esta obra como sustituto del reconocido cantero Cristóbal García.
En su bolsillo llevaba el boceto de un nuevo encargo. Algo que no le había robado el sueño durante varios meses y que podía llegar a expresar todo lo que su maestría guardaba. Era algo grande, soberbio, que podía haber estado en el retablo mayor de una catedral, pero decidió levantarlo en esta villa. La hermandad le había encargado una gran obra y él le iba a ofrecer un diseño majestuoso que se quedara en el recuerdo de todo aquel que lo viera. No iba a ser una obra sencilla pero llevaba ya más de veinte años en el oficio y quería demostrar que había aprendido mucho de todos los contactos que había tenido en sus obras gaditanas y sevillanas. Muy seguro de lo que había diseñado, entró en la nueva ermita donde había quedado con los hermanos. En la sacristía le esperaba el hermano mayor que estaba deseoso de conocer el diseño. Le mostró el plano y alzado de lo que sería la nueva portada de la ermita y procedió a contarle con todo detalle su obra:
Se trataba de recrear un efecto escénico en torno a la puerta de la ermita, como salido de un acto de una obra teatral de renombre que se hacían en los teatros de la época. La planta estaba movida y organizada en diversos planos. Sería cóncava, pero los elementos estarían dispuestos en diagonal como si estuvieran girados. Era claramente un retablo organizado en diversos cuerpos de línea ascendente para dar un mayor énfasis a su verticalidad. La puerta estaba custodiada por columnas corintias sobre pedestales bulbosos que avanzaban en los inmediatos a la puerta y en el segundo cuerpo se mantienen las líneas fundamentales del primero. Tendría una hornacina sobre la puerta con la imagen de la Virgen del Carmen y dos óculos superpuestos, y a ambos lados unas columnas y estípites. La cornisa estaría quebrada y sobre ella se levantaría una pequeña espadaña en donde se encontraría la campana. Se utilizaría la piedra blanca, la típica piedra estepeña que le había traído a la villa, y la combinaría con incrustaciones de mármol negro, reservándose esa piedra oscura para los fondos y los adornos. Se decoraría con rombos y círculos en negro, hojarascas y rocallas, simulacros de textiles, frutos colgantes, jarrones y vasos en el cuerpo superior.
La composición era tan maravillosa que los propios hermanos dudaron si se podría hacer realidad, pero les convenció de que con el trabajo de varios años la hermandad tendría una portada sin comparación en la villa y que podría rivalizar con cualquiera de las obras que se habían realizado en las ciudades más importantes. Una vez que el cantero terminó de explicar cómo se llevaría a cabo su realización se dispusieron a plasmarlo por escrito.
Firmado en Estepa, entre don Andrés Zabala, artífice de obras en arquitectura y Don Andrés Sevillano Sepúlveda, presbítero de esta villa y hermano mayor de la Hermandad del Rosario de Ntra. Sra. del Carmen, llevado a cabo el 22 de Noviembre de 1763, para la realización de la portada de su iglesia, la llamada ermita del Santo Cristo de la Sangre. En esta escritura de obligación de obra se especificaba que formó el otorgante un diseño con su plano y alzado según se requiere en buena arquitectura, en cuya explicación y detalle quedaban bien pormenorizados todos los elementos que acabarían configurando la portada. También se contempló en la realización de la obra todo lo dispuesto en cuanto a material y se fijó el precio en veintidós mil reales de vellón. El plazo de terminación se fijó para el 1 de septiembre de 1765, lubricándose la firma de los asistentes al final del documento.
Zabala dejó la iglesia contento de que su proyecto más deseado se conseguiría levantar en la villa, y quizás la majestuosidad de la obra le permitiría abrirse las puertas de otras villas en cuanto llegara a los oídos de los párrocos y de las cofradías lo que había hecho en la villa de Estepa. Zabala se quedó en la villa durante una década y pusieron en sus manos la conclusión de la emblemática torre de la Victoria. Su situación le permitió trabajar para Écija y conocer el estilo antequerano de la mano de Francisco Primo. La portada asombró a sus contemporáneos cuando quedó finalizada en 1768, tres años después de lo acordado por los numerosos encargos que tuvo que realizar durante este período.
Sin embargo, Zabala había realizado un retablo inconcluso cuya hornacina central estaba vacía. No sabía que el toque de las campanadas de un reloj haría que su obra se completase cada noche del Miércoles Santo. El barroco en la piedra de su boceto daría paso a la madera y a la policromía, al terciopelo y al bordado, a las flores y a la cera, a la orfebrería y a la pintura, entre el incienso penetrante de las más puras esencias de Tierra Santa. El barroco se reformaría y renovaría para protegerse en un altar neogótico, en cuya hornacina se situaría el misterio de la muerte de Cristo en el Calvario con María en su Amargura, San Juan y María Magdalena a los pies de Cristo. Mientras, la gloriosa Virgen del Carmen desde su ático contemplaría como la villa de Estepa espera a su Hijo en la cruz para acompañarlo por las calles estepeñas.