1/3/16

EL ORIGEN DE LA DEVOCIÓN A JESÚS CAUTIVO


Jesús Medinaceli (Madrid)

Como suele suceder con las devociones, el origen de ésta se desarrolla a caballo entre la leyenda y la historia, pero, a diferencia de otros casos, podemos afirmar con rotundidad que sus origen es netamente español; en las líneas que siguen procuraremos ceñirnos a los datos históricos, dejando de lado en lo posible los aspectos legendarios.

En agosto de 1614 las tropas españolas de Felipe III conquistaron la plaza de La Mámora, situada en el norte de África, en la desembocadura del río Sebú, territorio que en la actualidad pertenece al reino de Marruecos; allí edificaron los españoles una fortaleza llamada de San Felipe, alrededor de la cual fue desarrollándose la población, al mismo tiempo que se rebautizaba el lugar como San Miguel de Ultramar. Según nos cuenta un misionero trinitario la santa, devota y milagrosa Imagen de Jesús Nazareno estaba colocada en la iglesia de la fortaleza o castillo de La Mámora, en la África, que se llamaba por otro nombre San Miguel ultramar, añadiendo este religioso que no se sabe de donde fue llevada allí: lo cierto es que representa venerable antigüedad y que había muchos años que estaba con grande veneración.
La Mámora, 1621

Castillo de La Mámora

La Mámora (Mehdía)
De dicha iglesia apenas sabemos gran cosa, sino que al principio estuvo regida por los frailes menores de San Francisco, como nos relata un historiador capuchino: los cristianos bautizaron la plaza conquistada con el nombre de Puerto de San Miguel, y los religiosos de la observancia se encargaron de asistir espiritualmente a los españoles que allí moraban, tanto militares como paisanos; andando el tiempo, y con motivo de serios disgustos entre las autoridades eclesiásticas y militares, los franciscanos observantes abandonaron la plaza, siendo encomendada la tarea del pasto espiritual a los religiosos capuchinos en 1645, por expreso deseo y mandato del rey Felipe IV, quienes enviaron a La Mámora seis frailes de su orden, que fueron recibidos con verdadero júbilo por la necesidad que tenían de auxilios espirituales; a esta tarea se dedicaron los religiosos capuchinos hasta que al poco tiempo, en 1646, la iglesia voló por los aires debido a la explosión fortuita de unos barriles de pólvora que estaban colocados en una sala junto a la iglesia: por descuido de un soldado se incendió la pólvora y al estallar, no sólo destruyó la sala, sino también la iglesia, nos cuenta dicho historiador. Ante tal desastre, los capuchinos recurrieron al Consejo de Guerra suplicándole mandase proveer de algún sitio competente y aseado donde se dispusiese iglesia en con más decencia y veneración se diese culto a Dios; el Consejo determinó a tal fin que se dispusiese de la casa del gobernador de la plaza para iglesia y residencia de los religiosos, encargando al duque de Medinaceli, a la sazón Capitán General de las costas del mar Océano, la ejecución de estas disposiciones del Consejo.

Hemos leído en varias fuentes actuales que la imagen del Nazareno fue llevada a La Mámora por los frailes capuchinos; nos inclinamos a pensar que esta afirmación no responde más que a una reelaboración posterior pues nos extraña que, de ser cierta, no fuera conocida de un historiador tan mirado para con las cosas de su instituto religioso como lo fue el capuchino P. Ambrosio de Valenciana, a quien hemos seguido en el párrafo antecedente, máxime teniendo en cuenta que para cuando escribió su obra histórica, los capuchinos ya se habían convertido en los nuevos custodios de la imagen del Nazareno Cautivo, lo que sucedió en el año 1895. Nos quedamos, pues, con la versión del padre trinitario citado al principio, quien afirmaba desconocerse el origen de la imagen y cómo ésta llegó a la fortaleza de San Miguel de Ultramar.

Lo cierto es que en abril de 1681, las huestes moras del sultán Muley Ismael pusieron sitio a la fortaleza de San Miguel de Ultramar hasta que consiguieron la rendición de sus moradores el último día de dicho mes; los moros no sólo hicieron prisioneros a los supervivientes, entre los que se encontraban dos religiosos capuchinos, sino que, al parecer, también se llevaron la imagen del Nazareno, junto con otras, todos los cuales, personas e imágenes, fueron conducidos a Mequínez (Meknés). Allí, en la corte del sultán, los prisioneros y las imágenes sufrieron todo tipo de vejaciones, siendo especialmente sentidas las que recibió la imagen de Jesús Nazareno, según nos cuenta un testigo de las mismas.

Al año siguiente, esto es, en 1692, los frailes descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, que tenían como especial misión fundacional la redención de los cautivos cristianos, organizaron desde Ceuta una misión para rescatar a estos cautivos y a las imágenes, consiguiendo el rescate de 211 personas y de 17 imágenes, entre ellas, la de Jesús Nazareno, a costa de grandes trabajos y cuidados, ayudando Dios con raros prodigios. Tras pasar por varias ciudades españolas, las imágenes rescatadas llegaron a Madrid, haciéndose con ellas una solemne procesión y después fueron repartidas por los trinitarios descalzos a algunos príncipes y señores, quedándose la orden descalza de los trinitarios con la de Jesús Nazareno para su convento en la Corte, que la comenzó a venerar desde luego con grandísima devoción, creciendo cada día más el número y afecto de sus devotos, devoción que los propios religiosos extendieron a todos los dominios de España y a otros reinos por medio de sus retratos de escultura, pintura, estampas y medallas; siendo conocida a partir de entonces la imagen como la de Jesús Nazareno Cautivo y Rescatado, identificable por lucir en el pecho el escapulario trinitario como señal de su rescate. Pocos años después, hacia 1689, los duques de Medinaceli hicieron donación al convento de los trinitarios descalzos de Madrid de un sitio para labrar capilla propia donde venerar la imagen del Cautivo, convirtiéndose desde entonces en patronos de la misma; de aquí que también se conozca a la imagen con el nombre de Jesús de Medinaceli.

Con la exclaustración general de los regulares en España llevaba a cabo entre 1835 y 1836, los trinitarios descalzos abandonaron el convento de Madrid, quedando algunos de ellos como capellanes de su iglesia en los años posteriores al cierre. La imagen de Jesús Cautivo fu trasladada entonces a la madrileña parroquia de San Martín a requerimiento de la hermandad encargada de su culto, donde permaneció hasta el año 1846, en que volvió a su antiguo emplazamiento, entonces ocupado por las religiosas concepcionistas, nuevas moradoras del antiguo cenobio trinitario. A las concepcionistas sucedieron en la antigua residencia trinitaria las monjas agustinas y después las carmelitas. En 1895, los duques de Medinaceli, que durante todo este tiempo no había perdido el patronazgo de la capilla de Jesús Cautivo, dispusieron que ésta fuera regentada por los frailes menores capuchinos, quienes desde entonces se dedicaron a renovar con nuevos bríos el culto a dicha imagen, que había decaído bastante en los años anteriores; los capuchinos edificaron una nueva iglesia sobre el solar del antiguo templo trinitario en los años treinta del pasado siglo y continúan hoy sosteniendo el culto a Jesús de Medinaceli.

Basílica de Jesús de Medinaceli (Madrid)

Texto de:
-La devoción de Jesús Cautivo y Rescatado en Estepa. Jorge Alberto Jordán Fernández. Doctor en Historia. Boletín de los Estudiantes. Cuaresma 2014