27/4/15

LA INVENCIÓN DE LA VERA CRUZ



En la fecha del 3 de mayo la Iglesia conmemora la festividad del hallazgo de la Santa Cruz por Elena, esposa de un oficial romano llamado Constancio Cloro y que llegarían a ser progenitores del Emperador romano Constantino.

Este último derrotó a Marcus Aurelius Valerius Maxentius, hijo de Maximiano Hercúleo, emperador de Occidente entre los años 306-312 d.C. en la batalla del Pons Milvius de Roma, el 28 de octubre de 312 d.C. en la que el Crismón, una cruz con una leyenda que anunciaba “In Hoc Signo Vinces” (con este signo vencerás), se convirtió en el arma más poderosa en el combate.

Años después, Elena decidió peregrinar a Tierra Santa tras haber tenido una revelación celestial. Movida por un presentimiento llegó a Jerusalén, donde una antigua tradición que corría de boca en boca decía que no habiendo tenido los discípulos de Cristo ni el valor ni los medios para llevarse con ellos el leño de la Santa Cruz, ésta había sido enterrada. Desde el momento en que santa Elena conoció la leyenda sintió el impulso de encontrar ella misma la Santa Cruz. Se inició la labor de búsqueda. Recurrió a la oración, consultó a los cristianos, hizo venir a sabios judíos, y todos convinieron unánimemente en que la cruz se hallaba en el mismo lugar en que Jesucristo había sido crucificado.

Cuando Elena llegó a Jerusalén acababan de ser demolidos los templos paganos situados en el Gólgota, de modo que la Emperatriz pudo cumplir su sueño de arrodillarse en la tierra sobre la que Nuestro Salvador había sido levantado en la Cruz y de rezar en la roca del Santo Sepulcro. Sin embargo, allí mismo reparó en que no se había hallado todavía la más importante de las reliquias. San Ambrosio nos la describe con gran viveza, caminando entre las ruinas de los templos romanos acompañada de soldados y obreros. Y preguntándose: He aquí el lugar de la batalla: ¿pero dónde está el trofeo de la victoria? ¿Yo estoy en un trono y la cruz del Señor enterrada en el polvo? ¿Yo estoy rodeada de oro y el triunfo de Cristo entre las ruinas? (...). Veo que has hecho todo lo posible, diablo, para que fuese sepultada la espada que te ha reducido a la nada.

Las nuevas excavaciones que la Emperatriz mandó hacer a la legión romana tuvieron fruto cuando, al remover un terreno cercano al Gólgota, se encontraron tres cruces, y la tabla sobre la que se había escrito en hebreo, griego y latín: Jesús Nazareno Rey de los Judíos. Así se produjo la invención -el descubrimiento: inventio en latín significa venir hasta algo, encontrar- de la Santa Cruz del Señor, que había permanecido oculta durante tres siglos.

La alegría que tuvo al efectuar el hallazgo se empañó por la imposibilidad de distinguir cuál era la Cruz de Cristo. Ante la dificultad que se planteó recurrió a la sabiduría de san Macario, obispo de Jerusalén, quien propuso llevar las tres cruces a casa de una mujer enferma de gravedad. Todo el pueblo acompañó la prueba con oraciones, y el obispo hizo que la mujer tocase cada una de las cruces; las dos primeras no produjeron ningún efecto, pero cuando la enferma tocó la tercera quedó curada de su enfermedad. Todo esto hace que se considere a santa Elena una de las primeras arqueólogas reconocidas por la historia. A su paso por Tierra Santa se debe la construcción de las primitivas basílicas de la Natividad, en Belén, y de la Ascensión, en el Monte de los Olivos.

La Santa Emperatriz dejó la mayor parte de las reliquias en Jerusalén, pero llevó consigo a Roma tres fragmentos de la Vera Crux -de la cruz del Señor-, el título de la condena, uno de los clavos y algunas espinas de la corona que sus verdugos impusieron a Jesús. También hizo trasladar una gran cantidad de tierra del Gólgota y las gradas de piedra de la escalera que el Señor recorrió cuatro veces el día de su pasión, para comparecer ante Pilatos en el Pretorio.


Relicarios de la Basílica Sessoriana
Existen numerosos documentos de los siglos IV y V que describen cómo a partir de la visita de Santa Elena los cristianos veneraban las reliquias de la Pasión que habían quedado en Jesuralén. Así lo atestiguan Eusebio, Rufino, Teodoreto y San Cirilo de Jerusalén. Egeria, una mujer que peregrinó a los Santos Lugares en el siglo IV, habla de multitudes de fieles que ya por entonces acudían de todo el Oriente cristiano para tomar parte en las solemnidades en honor de la Cruz. Otro historiador, Sócrates el Escolástico, recogió a mediados del siglo V una piadosa tradición según la cual, durante la travesía marítima que realizó la emperatriz para volver a Roma desde Jerusalén, habría sobrevenido una fuerte tempestad. La nave se debatía entre las olas a punto de naufragar, hasta que Santa Elena -después de atarlo con una cuerda para echarlo por la borda- hizo que tocara las aguas el Santo Clavo que llevaba consigo, y el mar se calmó al instante. Ese Clavo, los tres fragmentos de la Cruz y el INRI fueron piadosamente custodiados por Santa Elena en su residencia imperial: el palacio Sessoriano. Al cabo de algunos años, posiblemente después de la muerte de su madre, Constantino quiso que se construyera allí una basílica que tomó el nombre del palacio, Basílica Sessoriana, aunque también era llamada Sancta Hierusalem.

Como cimiento simbólico de esta construcción se puso la tierra del Gólgota que la Emperatriz había traído desde Palestina, y los preciosos fragmentos de la Santa Cruz se ofrecían a la vista de los fieles en un relicario de oro adornado con gemas. De la primitiva basílica constantiniana sólo se conservan algunos restos pertenecientes a los muros exteriores. A esa edificación siguió otra del siglo XII, a su vez sustituida por el templo de estilo barroco tardío, terminado en 1744, que puede contemplarse actualmente. A pesar de estos cambios arquitectónicos y de otras vicisitudes históricas, como las invasiones padecidas por Roma, toda una colección de documentos atestigua que las reliquias que se veneran en esta basílica son las mismas que trajo Santa Elena desde Tierra Santa. Es del todo natural que este lugar se convirtiese enseguida en meta de la piedad del pueblo cristiano. Muy pronto se empezó a celebrar allí la liturgia del Viernes Santo. Hasta el siglo XIV, el Papa en persona, con los pies descalzos, encabezaba la procesión que iba desde la Basílica del Laterano hasta la Basílica de la Santa Cruz, para adorar el vexillum crucis, la bandera de la Cruz, el estandarte de la salvación.

Artículo de:
-Lignum Crucis