27/9/13
COSAS DE MONAGUILLOS
Cuando Antonio Ruiz entró de monaguillo en Santa María tal vez no conociera la historia de San Tarsicio. Su primer acto, una vez acogido al servicio de curas, diáconos y sacristanes, fue un ejercicio de atrevimiento; tomó un viejo misal, abrió sus descoloridas guardas y escribió: “Entró de acólito Antonio Ruiz. Año 1860”.
No fue el primero que estampó su firma sobre los libros de rezos de Santa María; antes lo habían hecho fray Manuel de Almagro, que anotó su nombre en un misal romano de 1751, y fray Jerónimo de Guadalupe, que lo hizo sobre el mismo que utilizó nuestro Antonio Ruiz.
Por aquellos años era teniente de vicario o vicario interino D. Joaquín Téllez de la Torre, y tal vez sería él quien se encargaría de la preparación del aspirante. A él le correspondería instruirle sobre la vida de San Tarsicio, mártir de la eucaristía y patrón de los acólitos, un chico que vivió en el siglo III y que prefirió morir antes que entregar “el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo” a los paganos. Al menos esto es lo que cuenta, con carácter hagiográfico, el Martirologio Romano, ese gran catálogo de mártires y santos antiguos reunido y enmendado en 1583 bajo la tutela de Gregorio XIII. El Martirologio recoge tradiciones y testimonios más o menos creíbles desde el siglo IV, en fechas cercanas a los acontecimientos citados. Para el caso de San Tarsicio contamos además con el refrendo de una lápida mandada esculpir por el papa Dámaso I, obispo de Roma entre el 366 y 384. La inscripción debía colocarse en la Via Appia, en el mismo lugar en el que unos jóvenes apedrearon hasta la muerte a Tarsicio cuando llevaba la eucaristía a los cristianos prisioneros en las cárceles romanas. Decía así:
“Tarsicium sanctum Christi acramenta gerentem cum male sana manus remeret vulgare profanes, ipse animam potius voluit dimittere caesus prodere quam canibus rabidis caelestia membra”.
Como Antonio Ruiz, D. Joaquín también dejó constancia de su paso por Santa María en un misal sin fecha: “D. Joaquín Téllez de la Torre –escribió -, cura que fue de Santa María la Mayor y Matriz de esta villa de Estepa”. Algo de nostalgia desprenden sus palabras, quizá porque le tocó vivir la desaparición efectiva de la Vicaría en 1874. Igual lo había hecho su predecesor en el cargo, don Francisco de Llamas, que afirma además ser: “… cura párroco, año de 1822”. Mucho antes, entre 1777 y 1780 también habían firmado ejemplares fray Francisco Morales y fray Eugenio Romeral.
De todos ellos, y de otros que les sucedieron y cuyo nombre no ha trascendido, se seguirían sirviendo generaciones de monaguillos para ampliar sus conocimientos. Así José Rico Rodríguez, que sobre un misal romano de 1886 dejó constancia de la fecha de su entrada. “Entró en 1863 –escribió-“. Y lo propio hicieron Rafael González Gómez y Mariano Muñoz Reina en 1866 y 1872.
Más o menos coetáneas son las notas sobre otro misal. Las escribió José Reina que para sancionar su nombramiento no dudó en aportar una fórmula protocolaria de su invención: “Entró de acólito José Reina el 20 de diciembre de 1862. Amén. Jesús”. Su sucesor, más circunspecto, se limita a informarnos sobre las fechas de su ejercicio: “Hermenegildo Rico entró en Santa María el año de 1870 y salió el año de 1877”.
A ambos habrían llegado las noticias de Santo Dominguito del Val, monaguillo como ellos y mártir, cuyo culto había sido autorizado por Pío V en 1807. Santo Dominguito comparte patronazgo con San Tarsicio y su historia, desazonadora, habría abrumado sin duda la imaginación desbocada de aquellos críos: cuenta la leyenda que allá por 1250 Santo Dominguito ejercía como infante de coro en la Seo de Zaragoza. Secuestrado por los judíos de la aljama de la ciudad, terminó sus días crucificado sobre una pared y con el costado abierto como Nuestro Señor Jesucristo. No ahorra la historia detalles escabrosos: el judío que llevaba la voz cantante, Albayucet de nombre, era un usurero de cara apergaminada y nariz ganchuda que, ávido de sangre cristiana para sus abyectos ritos, terminó cortándole la cabeza y los miembros al tierno Dominguito antes de enterrarlos a orillas del Ebro.
El caso no sería único, la historia recoge los del santo niño de la Guardia y los del santo niño de Sepúlveda, que perecieron en parecidas circunstancias. Incluso fuera de la Península acontecieron hechos similares, como los de San Guillermo de Inglaterra y San Ricardo de París. Alfonso X se hace eco de estos sucesos en sus Partidas:
“E porque oymos decir que en algunos logares los judíos fizieron e fazen el día del Viernes Santo remembrança de la pasión de Nuestro Señor Jesú Cristo en manera de escarnio, furtando los niños e poniéndolos en cruz o faziendo imágenes de cera e crucificándolas quando los niños non pueden aver, mandamos, que si fame fuere a’aquí adelante que en algund logar de nuestro señorío tal case sea y fecha, si se podiere averiguar, que en todas aquéllos que se acertaren en aquel fecho que sean presos e recabdados e aduchos ante’l rey, e después que él sopiere la verdad, debe los mandar matar aviltadamientre quantos quier que sean”.
Sin embargo, poco podían sospechar aquellos monaguillos de Santa María el final inopinado que tendría estas historias con el paso del tiempo: Santo Dominguito y los demás protagonistas serían considerados parte de los llamados “libelos o calumnias de sangre”; acusaciones falsas dirigidas contra los judíos y otras comunidades para desprestigiarles a los ojos del pueblo llano. El empleo de estas patrañas, que bajo variadas formas ha llegado hasta nuestros días, fue objeto de revisión incluso por la iglesia católica. El concilio Vaticano II retiró del santoral todos los casos de “libelos de sangre”, bien es verdad que con carácter local continúa rindiéndose culto a algunos de estos personajes. Santo Dominguito sigue dando su nombre a una parroquia zaragozana y a la capilla de la propia Seo donde reposan sus supuestos restos. En la iglesia de San Nicolás de Bari, en Sevilla, también recibe culto santo Dominguito: bajo su imagen crucificada se puede leer en un epitafio “… martirizado por los judíos en el año 1250, en Zaragoza, su patria, a la edad de siete años…”
En Santa María, párrocos y otros cargos siguen plasmando sus nombres en misales y breviarios, así lo hacen fray Eusebio de la Cuesta, fray Bartolomé de San Juan, fray Antonio Conde y fray Víctor Villar. A veces añaden alguna que otra información, como Juan Mª Muñoz: “Juan Mª Muñoz de León. Pbro. Estepa. Junio, 18 de 1862”. El que más se extiende es sin embargo, Francisco Manzano, que anota en la última página de su llamado “Misal de santos hispalenses”: “Recuerdo para la parroquia de Santa María la Asunción de Estepa, mi patria”. Enero, 24 de 1896. Francisco de S. Manzano y Alés. Pbro.”
También disponen sus notas los monaguillos, como Antonio Borrego, que anuncia con cierta rimbombancia: “Entró de acólito en Santa María la Mayor, Matriz de Estepa y de su Estado, Antonio Borrego Reina en el año de 1871 y salió en el año de 1873”. Más lacónico, el siguiente se limita a decir: “Ídem. Manuel Torres González. 1881-1888”.
Le sigue Francisco Gómez Galindo, que también de forma solemne escribe en un misal de 1776: “Francisco Gómez Galindo, entró de acólito en Santa María de la Asunción la Mayor y matriz de esta villa de Estepa el año 1881 y salió en 1886”. Sus ansias de pasar a la posteridad se manifiestan en un misal de 1758 donde plasma de modo sentencioso: “Al Papa y Emperador ba [sic] la muerte a su mandado, como el más pobre pastor que vive con el ganado”. Y firma Currillo, quizá para moderar su atrevimiento. Con él coincidió su hermano Antonio, que fue monaguillo entre 1882 y 1885. Anterior fue un Enrique Torres, que en nota de 1865 cita que ejerció su asistencia siendo vicario don Joaquín Téllez de la Torre.
La lista de acólitos se completa con cuatro más: Rafael Torres González, que escribe con precisión que entró el 19 de agosto de 1880 y salió el 6 de marzo de 1886; Manuel Torres, el tercero de la saga, que anuncia que entró de acólito el año de 1889, siendo arcipreste don José Ramos y Mejías; Rafael Marcelo, que entró en el año 1880 y salió en 1884, y ya en el siglo XX, Manuel Jiménez, que, con estudiada precisión, nos informa: “Entró de acólito Manuel Jiménez Castro, llamado por Perindeo, en el año de 1917 en Santa María la Mayor, Matriz de Estepa, siendo párroco don Víctor Gancedo Gutiérrez”. Claro que su madre no se queda atrás, y anota también: “La madre de Perindeo, que fue santera en Santa María en el año 1919”.
En estas fechas ya se conocería la historia de Santo Domingo Savio, el tercer patrón de los monaguillos. Aunque su beatificación no se produciría hasta 1950, la causa ya se había introducido en 1914 y su fama de santo correría de boca en boca por los mentideros parroquiales. Adicto a la mortificaciones corporales e iluminado con experiencias espirituales sobrenaturales, cuentan que sus últimas palabras, acechado ya por la muerte inminente a sus escasos quince años, habían sido: “Adiós papá… El padre me dijo una cosa … pero no puedo recordarla”. Y luego, transfigurado su rostro con una sonrisa de gozo: “¡Estoy viendo cosas maravillosas…!”.
Finalizando nuestro recorrido por Santa María, quizás el hallazgo más gratificante sean unas hojillas manuscritas insertas en un libro de teología de 1874. No aportan mención alguna sobre su autor o la fecha en la que fueron escritas, y contienen unos versos de de arte menor en rima asonante que tratan sobre los pecados que atentan directamente sobre la jerarquía eclesiástica. Ésta es su transcripción:
Pecados reservados “speciale modo” al R.P.
1. Los apóstatas y herejes
y también sus defensores,
los que creen en la herejía
también sus cooperadores
2. Los que leen sin permiso
sus libros tan depravados
y los libros por la Iglesia
“nominatim condenados”.
3. Los cismáticos rebeldes,
los que al Papa no obedecen
los que acuden a un concilio
cuando el Papa los reprende
4. Los que arrojan y maltratan
a los Obispos y Nuncios.
El que impide el ejercicio
de la Iglesia en sus asuntos.
5. Los que obligan a los jueces
traer a los tribunales
a personas eclesiásticas
faltando a sus dignidades
6. Los que acuden a los jueces
para llegar a impedir
que los decretos del Papa
no se publiquen allí.
7. También los que falsifican
Breves del Pontificado,
los que a sabiendas publican
estos Breves alterados.
8. Los que absuelven a su cómplice,
los que usurpan y retienen
de la Madre Iglesia
la jurisdicción y bienes.
9. Los que invaden los estados.
Los canónigos que incautos
llegan a dar posesión
al Obispo que aún electo
la Bulla no recibió,
y al Obispo que se atreve
tomarse esta atribución.
Laus Deo
José Mª Juárez
Revista de Feria 2013