16/4/13

150 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL CONTINUADOR DE LA DISNASTÍA DE LOS FONT, MANUEL FONT FERNÁNDEZ DE LA HERRÁN (1862-1943)


De seis hijos de José Font Marimón, tan sólo dos se dedicaron a la música. Manuel, su primogénito, y Carlos, que llegaría que ser un excelente clarinetista aunque nunca alcanzó la notoriedad de Manuel. Carlos Font formó parte de la banda municipal hispalense, que como se sabe, fundó y dirigió su hermano. La niñez de Manuel Font Fernández de la Herrán, teniendo en cuenta la vida nómada que la carrera militar obligó a llevar a su padre hasta que se sentó en Sevilla, puede fácilmente imaginarse como transcurrió.

De un lado para otro, ora en Barcelona, ora en Palma de Mallorca, ora en Málaga con los abuelos maternos y ora, por fin, en Sevilla. Malagueño de nacimiento – Manuel vio la luz primera en la capital de la Costa del Sol l 22 de diciembre de 1862 – se consideraba sevillano de corazón, ya que desde los trece años residió en la ciudad hispalense donde falleció en 1943.

Manuel Font Fernández sintió desde muy pequeño una fuerte atracción por la música a pesar de que su padre no promocionó en demasía su afición. Quizás, por defecto de las enfermedades contraídas en la segunda guerra carlista, por el triste panorama que presidía la vida del artista – siempre erizada de escollos y dificultades – o en evitación de que continuara el trillado camino de músico de teatro.

Sus estudios musicales los inició en el Conservatorio María Cristina de su Málaga natal, continuándolos posteriormente en Barcelona y completándolos en Sevilla bajo la dirección de su padre y del maestro de capilla de la catedral hispalense, Evaristo García Torres, con quien estudiaría armonía y composición.

El primogénito de Font Marimón llegó a convertirse en un aventajado violinista, instrumento para el que estaba dotado de innatas cualidades y a cuyo aprendizaje se entregó con la mayor dedicación. Por tal motivo no le preocupó en absoluto desplazarse varias veces al mes desde Ceuta hasta Algeciras – durante el período de su permanencia con la banda de Soria 9 en la plaza africana – con el fin de recibir lecciones del prestigioso violinista francés Courtier. Es situación se mantuvo durante meses obteniendo Manuel Font un gran aprovechamiento.

Como solista actuó durante muchos años en compañías de óperas y zarzuelas, así como en la renombrada sala Piazza de la capital hispalense. Sin embargo, su mayor logro se cifra en la fundación de la Banda Municipal de Sevilla la cual tuvo sus orígenes en el último cuarto de siglo pasando con oportunidad de una visita que el eminente músico giró al Asilo Hogar San Fernando, conocido en la ciudad como el hospicio.

Dicho establecimiento, que funcionaba bajo el patrocinio municipal, se encontraba ubicado por aquella época en un edificio con salida a la calle Alhóndiga y a la plaza de San Leandro, según testimonio escrito de Manuel Rodríguez Ruiz, “Campolo”, que perteneció a la Banda Municipal de Sevilla desde 1929 a 1972. Hombre de nobles sentimientos y de carácter amable y bondadoso. Manuel Font se ofreció enseguida a impartir clases de música de forma y manera gratuita para aquellos niños tan desheredados de la fortuna que allí se hallaban acogidos.

Aceptada su proposición al hospicio sevillano puede considerarse como el primer conservatorio de la ciudad. Fruto de su abnegada tarea y producto de sus elevadas dotes pedagógicas, a no tardar mucho la benéfica institución contaba con una banda infantil que causaba admiración a quienes la escuchaban tocar. Incluso se asegura que fue el bueno don Manuel quien costeó los instrumentos, lo que conociendo su gran corazón a nadie puede extrañar en absoluto.

Poco a poco el distinguido benefactor continuó su labor sintiéndose muy feliz por estar dedicándose a lo que más le agradaba y teniendo por discípulos a unos seres que lo necesitaban más que nadie. Como era lógico y previsible tanto esfuerzo y dedicación tenían forzosamente que producir ubérrimos frutos lo que así terminó por ocurrir. Con el paso de los años y ante la admiración de todos aquellos que habían sido testigos de su entrega y abnegación, una gran banda fue naciendo en el hospicio sevillano.

Se municipaliza la banda

La banda que el maestro Font Fernández había logrado organizar era ya una cosa tan seria que fue necesario proveerla de director, cargo que recayó el 4 de marzo de 1895 en la persona de su fundador tras la celebración de las reglamentarias oposiciones. A partir de ahí la banda fue creciendo en calidad por lo que en 1910 el Ayuntamiento acordó su municipalización.

No obstante, y hasta que dicha determinación fue aprobada, el maestro Font se dedicó a reorganizarla formando la plantilla adecuada cuyo número fue aumentado gradualmente. Durante lo 37 años, 9 meses y 21 días que permaneció a su frente, el destacado músico dedicó todos sus afanes en conseguir que la ciudad contara con la banda que su prestigio y categoría demandaban, lo que al final consiguió con creces. De ahí que llegada la fecha de su jubilación, hecho que se produjo el 25 de diciembre de 1932, la banda, que contaba con sesenta profesores, hubiese alcanzado una categoría extraordinaria.

El maestro Font consideraba que el empaste y sonoridad de una banda debía lograrse dotando a las instrumentaciones de carácter orquestal, lo que sólo era posible conseguir contando con profesores e instrumentación que se ajustaran a dicha técnica. Por tal causa rechazaba las instrumentaciones genéricas y gracias a sus grandes cualidades de instrumentistas arreglaba todas las obras del repertorio ya fuesen sinfónicas, orquestales, de óperas, zarzuelas, religiosas, procesionales, etcétera. De tal guisa puede afirmarse que el repertorio de la banda que dirigía estaba instrumentado por él.

En su labor al frente de la misma puede asegurarse que la mayoría de los que en Sevilla se dedicaron a la música por aquel tiempo fueron discípulos suyos. De sus clases del Asilo de San Fernando salió una destacada pléyade de alumnos, como el gran Joaquín Turina, ocuparon cargos relevantes en otras ciudades españolas o en el extranjero.

Como queda dicho una de sus principales preocupaciones fue la aumentar el repertorio autóctono de la Semana Santa sevillana. Por tal causa, nada más que adquirió los conocimientos necesarios, comenzó a componer las obras que legaría a la Semana Mayor hispalense. Cuál no sería su obsesión en ese aspecto, que, un día, observando que el aria principal de la ópera de Enrique Petrella Jone reunía las condiciones musicales necesarias para ser adaptada a marcha procesional, no tardó en prepararla. Posteriormente, los hechos le dieron la razón, pues desde entonces no ha dejado de interpretarse.

A los pocos meses de fallecer su progenitor compuso en su honor la marcha que titularía con el expresivo nombre de A la memoria de mi padre, escrita en 1889. Esa obra, como la de todos los Font, se distingue por su calidad semejándose más a un poema sinfónico que a una marcha procesional. En 1928 finalizó la composición de Sagrada Lanzada dedicada a la hermandad del mismo nombre y en cuya terminación su hijo José tuvo un especial protagonismo.

José, que a la sazón contaba treinta y seis años de edad, al observar las dificultades que se le planteaba a su padre para rematar adecuadamente la marcha se ofreció a terminarla, lo que realizó con la absoluta complacencia de su progenitor. Su obra póstuma en el género procesional la compuso en 1941. Se titula Expiración y está dedicada al Cristo del Museo. Manuel Font Fernández, a parte de las numerosas instrumentaciones, adaptaciones y transcripciones que dejó en los archivos de la Banda Municipal, compuso un gran número de obras entre las que figuran las siguientes:



En el género de la música religiosa fue autor de unas coplas tituladas Virgen de Todos los Santos (1926), Cantata al Santísimo Cristo de Burgos (1896), tres Alabados (1935 y 1936), Motete a la Santísima Virgen para cuatro voces y coro (1935), un Ave María en Do menor (1941), Cristus Factus est (1936), Benedictus para tenor compuesto con la colaboración de su hijo Manuel, dos Ave María antiguas para el Rosario, el motete Bone Pastor (1902), dos andantes religiosos para la hermandad de Santa Cruz y otros dos para el Silencio y Lágrimas de san Pedro para oboe, clarinete y fagot.

En la música orquestal y de piano compuso siete títulos entre los que pueden citarse: Violeta (mazurca), Torres de Granada y Embrujo de Málaga (danzas) y Ecos de Turquía (marcha). En el Género populista-andaluz están sus Sevillanerías, Recuerdos del barrio de Triana (colección de seis seguidillas), El garrotín,…

Un buen número de zarzuelas son debidas a su ingenio, entre ellas podemos citar las siguientes: La perla del mar, con libreto de L. Álvarez García; Los Palomos, con libreto de Manuel Chávez; La partía del Vivillo, con letra de A. G. González Rendón y M. Domínguez; La Pastora, con libreto de A. P. Giráldez y Santos L. Asencio; El rey de la Martingala, con libreto de Torres y Asenjo; Ríe Payaso, original de R. Rendón; Sevilla 1914, con libreto de Montoto y Leonis, en colaboración con su hijo Manuel; La buena sociedad, con libreto de L. Pascual Frutos y A. Fernández Arias; Concha la lamparillera, con libreto de Torres y Asenjo; Maravilla, con libreto de R. A. Ruano; La última aventura, con letra de G. Montero, La baraja española, La casa del duende, La perla del mar, La buena sociedad, Maravilla y La Pastora las compuso en colaboración con López del Toro.

También compuso dos himnos, el titulado Himno al Ejército Español, en honor de la Cruzada Nacional (1936), y un buen número de pasodobles, pasacalles y marchas como por ejemplo Alfonso XIII, Vuelta al ruedo, Columna de honor, Y Olé, Recuerdos de la Feria de Sevilla, Salga el toro, Triana en Fiestas, Fígaro, Hispalis (marcha dedicada al Ayuntamiento de Sevilla), Aragón y España,…

Manuel Font Fernández contrajo matrimonio con una joven de ascendencia gallega de reconocidas virtudes llamada Encarnación de Anta y Álvarez, que en todo momento animó a su esposo en su fructífera labor musical. Fruto de ese matrimonio nacería siete hijos de los que dos continuaron la labor musical de sus antecesores.

Un golpe aterrador y sumamente doloroso supuso para el matrimonio la trágica muerte de su hijo Manuel que falleció asesinado en Madrid el 20 de noviembre de 1936. La pena y tristeza más honda se abatió sobre toda la familia cuando la fatal noticia llegó procedente de la capital de España, a los pocos meses de estallar la guerra civil. En junio de 1940 el dolor volvió a reproducirse con oportunidad del hallazgo del cadáver en una fosa común del cementerio madrileño de la Almudena y su posterior traslado a Sevilla donde, en olor de multitud, los restos del inolvidable compositor de Cruz de Mayo y Amarguras recibieron definitivamente sepultura.

Manuel Font Fernández de la Herrán falleció el 5 de marzo de 1943 constituyendo su entierro una gran manifestación de duelo. Su cadáver fue conducido en medio de una multitudinaria asistencia al cementerio de San Fernando donde recibió cristiana sepultura.

Sus obras póstumas fueron una marcha titulada En columna de honor y la instrumentación para orquesta de Amarguras, por encargo de la hermandad de San Juan de la Palma, trabajo que entregó unos días antes de su muerte, que se produjo a la edad de ochenta años en la ciudad que él aceptó como propia y a la que tanto demostró querer en vida.



Juan Antonio Carmona Páez
Historia y Ciencias de la Música
Universidad de Granada
Boletín Blanca y Colorá. 2012. Hdad. del Dulce Nombre