Cuando contar los días que faltan o que hacen se convierte en costumbre, podemos decir que ha pasado algo importante o que esperamos con muchas ganas que llegue. Si miráramos hacia atrás diríamos que hace ya 40 días, y hacia delante todo un año por vivir u otros 333 días, uno más si fuera el año bisiesto. 40 días se cumplen del nacimiento del niño que nació en un humilde pesebre allá por Belén. Y una cuarentena que cumplió su madre, y que para purificarse acudió al Templo junto a su hijo recién nacido. 40, los días que aquel niño hecho hombre anduvo en el árido desierto, y 40, los días que nos apresuramos a descontar para contar la espera de su muerte. Más 40 para difundir su palabra entre todos. ¿No se deberían contar los meses en cuarentenas?
Dicen que un tal Simeón al ver a aquel infante por primera vez en el templo, le dijo que sería la Luz del mundo. Luz que arrancaría de este mundo las tinieblas e iluminaría los senderos que las personas debían andar. Luz que traería la esperanza y que daría motivos cuando no se encuentran. Luz que no se apaga y que brilla con fuerza, pero que nunca ciega los ojos de los que se niegan a verla. Palabras que se atravesaron en el corazón de la madre porque requería un gran sacrificio, como el de las dos tórtolas que derramaron su sangre aquel día siguiendo la costumbre de los judíos.
Vida y muerte en un mismo instante, contradicción grande pero verdadera. Luz y oscuridad que presentan sus armas para la batalla, pero eso sí, solo una podrá levantar su espada en la victoria. Y ya 40 días de aquella Luz.
Dicen que por las calles la chavalería se prepara para una noche larga. Su objeto de deseo es un leño o un mueble viejo con el que poder preparar una hoguera. Noche de piras callejeras, de cohetes, de buena comida y bebida. Noche de amistad y familia. Noche en el que recordar los buenos momentos y preparar las nuevas aventuras del año. Noche especial, no cabe en sí duda. Y qué nombre es mejor para la fiesta que el de aquella Luz que Simeón llamaba, que el de esa hoguera que arde entre la familia y los amigos, Candelaria. La casualidad no es aquí una respuesta.
Y en aquel convento en el recuerdo, aquella Virgen de la Candelaria esperaría el beso de sus hermanos mínimos, y quizás alguna madre deseara presentarle su nuevo infante como ocurre en los demás pueblos cercanos.
Fíjese, parece que los días comienzan a alargarse con esta nueva Luz. Tardes más largas, días más luminosos, primavera que se anticipa justo un mes y medio antes. Recuerde, salga a disfrutar de esta noche y acérquese a alguna candela con la misma ilusión con la que acarrean nuestros niños los palos en los días previos.