19/3/11

MARÍA, MADRE, REINA… MUJER


Dadas las múltiples representaciones a través del arte de la Madre de Dios, podemos concretar como definir a María con la ternura de una Madre, el poder y grandeza de una Reina, pero sobre todo con la expresión más elegante y preciosa su representación como mujer.

En nuestra tierra andaluza y especialmente sevillana, cariñosamente llama tierra de María Santísima, podemos ver la grandeza y tradición de las distintas muestras de devoción hacia la Madre de Dios.

En esta tierra donde a la Santísima Virgen se le trata y habla como a una Mujer llena de gracia, se le concede el trato de Reina con todos los atributos que le pertenecen, aún llena de infinito dolor, se le representa con su atuendo hebreo como una mujer más de la ciudad, sencilla, con el escueto ropaje de una mujer de diario en su quehaceres cotidianos, pero siempre con el respeto y elegancia que siempre merece la Madre del Altísimo.

María a quien esta tierra se atreve a ponerla bajo palio, honor siempre reservado a su divino Hijo en al augusto Sacramento del Altar, es Reina y primer sagrario del mundo, y nos bastamos sólo con esta razón para tocarla de Corona de realeza y cobijarla en trono Real de grandeza.

María además de ser Reina, es mujer, en los tiempos litúrgicos en que la austeridad de las preparaciones de una gran celebración, llámese Cuaresma, llámese adviento, María es piedra angular como mujer elegida para la manifestación de Dios, pero no como real señora, sino como una mujer sencilla y humilde de Nazaret, una mujer que para la celebración de esas preparaciones no ostenta signos de realeza ni posesión de riqueza material, sino es espejo donde todos y cada uno de nosotros debemos vernos reflejados con nuestras actitudes.

La celebración de un Triduo de Regla inmersos en una cuaresma, no es la situación propicia para representar a María con la Realeza que le otorga la Trinidad, sino la más perfecta ocasión para representar a María como lo que es, Mujer y ante todo Madre.

La vestimenta de hebrea no debe de considerarse un atuendo cualquiera sino el mejor signo de la grandeza humana tocada por la elección de Dios, sencillez y humildad de una mujer como nuestras Madres, esposas…

Después vendrá el culmen de la grandiosidad, venerar a María como ostentadora del poder Real concedido por Dios y medianera universal de la Divina prodigalidad.

Veneremos sin vacilación alguna a María como Madre, rindámosle pleitesía como Reina, y mirémosla como Mujer mensajera de paz sin ofensa alguna con apelativos derogantes y vacíos de contextos cristianos.

Boletín “Blanca y Colorá”
Foto: J. Vázquez