Las epidemias o peste que desolaron Europa durante la Edad Media y hasta avanzado el siglo XVIII se transmitía a través de la picadura de las pulgas que estaban contagiadas con la enfermedad infecto-contagiosa, conocida como Yersinia pestis, y eran transportadas de un lugar a otro principalmente por las ratas. La enfermedad provocaba fiebre, dolor de cabeza, hinchazón, escalofríos y la aparición de manchas en la piel, pero principalmente afectaba al sistema respiratorio y al nervioso llegando a provocar la muerte.
Las relaciones comerciales entre los países europeos y los intereses que existían en los demás continentes (Asia, África y América) hicieron que la epidemia se expandiera con rapidez. Los barcos se convirtieron, de esta forma, en portadores de las epidemias, llegando incluso a encontrarse barcos que no llevaban a nadie vivo en su interior cuando llegaban a las costas. La baja productividad de los campos, la creciente malnutrición, el hambre, la falta de higiene y la debilidad del sistema inmunitario de las personas hicieron que la epidemia se convirtiera en un arma letal que acabó con la vida de miles de personas y miles de animales.
La epidemia de peste de 1649 devastó Sevilla y diezmó la población, ya que supuso la muerte de al menos 60.000 personas (el 46% de la población de la ciudad).La peste de 1649 en Sevilla forma parte de la epidemia de peste bubónica, que procedente de África, se pudo iniciar el algunos puertos de Andalucía, atacó fuertemente Valencia en junio de 1647 y se extendió posteriormente por Aragón, Murcia y el resto de Andalucía.
Aquella primavera había sido muy lluviosa en Sevilla, produciéndose inundaciones en barrios enteros de la ciudad, en particular la Alameda de Hércules, por la que se navegaba con barcos. Las grandes avenidas del Guadalquivir habían dificultado el abastecimiento de la ciudad, este desabastecimiento produjo por un lado un fuerte incremento de los precios de los alimentos y que mucha gente padeciera hambre.
Miles de personas perdían la vida todos los días y, aunque el contagio afectó a toda la ciudad, alcanzó la mayor virulencia en los barrios más pobres y hacinados como el de Triana.
Para enterrar la cantidad de cadáveres que se producían, comenzaron a abrirse por toda la ciudad carneros (en sitios como afueras de la Puerta Real, el Baratillo, el convento de San Jacinto, Macarena, Osario y el Prado de San Sebastián) para sepultar los cadáveres con mayor rapidez.
No existen datos confiables acerca del número de fallecidos; se han barajado datos que elevaban la mortandad hasta las 200.000 personas. Actualmente se acepta que la cifra más probable de víctimas debió estar en alrededor de 60.000 muertos, esto es el 46% del total de la población.
Cronistas como Ortiz de Zúñiga, Caldera Heredia o el anónimo autor de las Memorias de Sevilla, publicadas por Morales Padrón, relataron el suceso.
Las relaciones comerciales entre los países europeos y los intereses que existían en los demás continentes (Asia, África y América) hicieron que la epidemia se expandiera con rapidez. Los barcos se convirtieron, de esta forma, en portadores de las epidemias, llegando incluso a encontrarse barcos que no llevaban a nadie vivo en su interior cuando llegaban a las costas. La baja productividad de los campos, la creciente malnutrición, el hambre, la falta de higiene y la debilidad del sistema inmunitario de las personas hicieron que la epidemia se convirtiera en un arma letal que acabó con la vida de miles de personas y miles de animales.
La epidemia de peste de 1649 devastó Sevilla y diezmó la población, ya que supuso la muerte de al menos 60.000 personas (el 46% de la población de la ciudad).La peste de 1649 en Sevilla forma parte de la epidemia de peste bubónica, que procedente de África, se pudo iniciar el algunos puertos de Andalucía, atacó fuertemente Valencia en junio de 1647 y se extendió posteriormente por Aragón, Murcia y el resto de Andalucía.
Aquella primavera había sido muy lluviosa en Sevilla, produciéndose inundaciones en barrios enteros de la ciudad, en particular la Alameda de Hércules, por la que se navegaba con barcos. Las grandes avenidas del Guadalquivir habían dificultado el abastecimiento de la ciudad, este desabastecimiento produjo por un lado un fuerte incremento de los precios de los alimentos y que mucha gente padeciera hambre.
Miles de personas perdían la vida todos los días y, aunque el contagio afectó a toda la ciudad, alcanzó la mayor virulencia en los barrios más pobres y hacinados como el de Triana.
Para enterrar la cantidad de cadáveres que se producían, comenzaron a abrirse por toda la ciudad carneros (en sitios como afueras de la Puerta Real, el Baratillo, el convento de San Jacinto, Macarena, Osario y el Prado de San Sebastián) para sepultar los cadáveres con mayor rapidez.
No existen datos confiables acerca del número de fallecidos; se han barajado datos que elevaban la mortandad hasta las 200.000 personas. Actualmente se acepta que la cifra más probable de víctimas debió estar en alrededor de 60.000 muertos, esto es el 46% del total de la población.
Cronistas como Ortiz de Zúñiga, Caldera Heredia o el anónimo autor de las Memorias de Sevilla, publicadas por Morales Padrón, relataron el suceso.
Según Ortiz de Zúñiga, fue el
"más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida",
ya que,
"quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes;... todas las contribuciones públicas en gran baja;... los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores... y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad".
"Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, dellos murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a quatro mil. De los Ministros que servían faltaron más de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso del contagio, de seis solo quedo uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron veinte y dos".
La epidemia supuso un golpe muy duro para la ciudad. Ni su población ni su economía lograrían alcanzar los valores previos a la epidemia hasta décadas o incluso siglos después. Sin embargo, la epidemia no impide que Sevilla viva una de sus épocas doradas en el arte y la cultura en general en el siglo XVII. Cervantes escribe el Quijote en la cárcel de Sevilla y sitúa en esta ciudad una de sus novelas ejemplares más conocidas: Rinconete y Cortadillo. Hay un renacer pictórico de la mano de Velázquez, Murillo, Zurbarán y Valdés Leal, que es paralelo al de la escultura religiosa, la que hoy perdura en las cofradías sevillanas gracias a artistas de la importancia de Montañés. Mesa, Roldán o Gijón. En el terreno musical destaca la figura del compositor y organista de la Catedral, Correa de Arauxo. Las epidemias también afectaron al sector artístico y como renombrada víctima de la epidemia se encuentra el escultor Juan Martínez Montañés, que murió el 18 de junio de 1649.
La epidemia también afectó gravemente a los pueblos de la comarca de Estepa y a los pueblos cercanos en las provincias de Sevilla, Córdoba o Málaga como Puente Genil, Rute, Pedroches, Villanueva, Alcaracejos, Belalcázar o Benamejí.
La epidemia de 1649 en Estepa
En la villa de Estepa se daban las condiciones oportunas para que se expandiera la epidemia. Principalmente, la pobreza y el hambre de la zona, entre otras calamidades, a pesar de contar con un creciente desarrollo del sector de la ganadería en el siglo XVII. En el cabildo de la villa del 16 de junio de 1658 se recoge:
“que se hallaba esta villa sumamente pobre, sin propios de que valerse, así por la estrechez de los tiempos como por los alojamientos que había tenido de los tercios de la armada real del mar Océano; que se había disminuido la vecindad de suerte que en los últimos dos años, sin contar la que hubo en los antecedentes, había la falta de 150 vecinos, y que en las epidemias de peste de los años 1648, 1649 y 1650, si bien se había librado esta villa gastó mucha suma de maravedises en las cercas y guardias”
La villa de Estepa, como este documento nos indica, se protegió contra las epidemias con cercas y guardias para evitar la expansión de la epidemia. Sin embargo, en aquella época no se conocía con exactitud cual era el motivo de la expansión pensando en las ratas y en los animales muertos, mientras que las pulgas si podían atravesar estas cercas con facilidad. La reclusión de los enfermos no evitaba la enfermedad, ya que muchas personas cercanas por aquel momento ya estaban incubando la enfermedad, picadas a su vez por pulgas infectadas. La higiene y el fuego eran la única forma que podía librarlos de la enfermedad, y aquellas ciudades que incineraron a cadáveres de las personas y animales infectados consiguieron controlar la expansión.
No se sabe con exactitud por qué Estepa se libró de la peste durante los años 1648, 1649 y 1650. En numerosas ciudades y villas se dedicaron actos, cultos, votos y juramentos a sus santos por la protección de la villa o el fin de las epidemias, aunque muchas hermandades desaparecían y se vieron seriamente afectadas por la pérdida de sus hermanos. Como ejemplo, en Sevilla se dedicaron cultos al Stmo. Cristo de San Agustín y a la Virgen de la Hiniesta Gloriosa, o en Utrera fue el origen de la hermandad de Ntra. Sra. de la Consolación, o en Málaga donde se relaciona con la aparición del Stmo. Cristo de la Salud. Tras la epidemia de 1649 aumentó la devoción de los fieles a las imágenes, se fundaron nuevas hermandades y tomaron gran impulso las instituciones hospitalarias.
En Estepa, tal milagro se atribuyó a la intervención de la Patrona de Estepa, Ntra. Sra. de la Asunción, y con tal motivo se celebraron fiestas en honor de la patrona el 20 de octubre de 1650. En ellas se desplegó cuanto lujo permitía el estado de la población y en la víspera hubo fuegos artificiales.
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