10/9/09

HUNDIMIENTO DE LA TORRE DE SANTA MARÍA (1887)


“Después de escrito e impreso el capítulo referente a la citada parroquia, al mediar la noche del 30 al 31 de diciembre de 1887, se hundió la torre de aquel antiguo templo, sin que, afortunadamente, por la hora y situación apartada de aquel edificio, ocurriera desgracia alguna personal. La ruina material fue grande; de la torre no quedaron más que escombros; el reloj de la ciudad, arrastrado en la caída al fondo del pozo donde entraban las pesas, sufrió grandes desperfectos; extravióse un campanillo; se hundió la capilla del bautisterio, contigua a la torre y, por milagro, se salvó, levantada por los escombros y movida de su sitio, la histórica pila bautismal a que hemos hecho alusión en algún lugar de esta obra. La causa del siniestro, claramente averiguada, fue la de haber construido una sólida y pesadísima torre sobre un antiquísimo cubo de sillaretes, que probablemente perteneció a la mezquita que allí hubo; faltaban en absoluto los cimientos y, reblandecida la obra vieja con la abundancia de aguas, cedió al peso de lo que sobre ella se había construido.

La atribución del celoso párroco don José de Ramos y Mejías y su teniente, don José Maximino Téllez, fue grande, pero templada por la participación que en ella tomaron los vecinos todos de Estepa y por las espontáneas y numerosas ofertas que se les hiciera para contribuir a la reconstrucción.

Comunicada la noticia al eminentísimo señor cardenal arzobispo de la diócesis, dio orden para que se instruyese el expediente necesario a fin de que las obras se efectuasen por cuenta del Estado; ofreciéndose a coadyuvar con su gestión para lograrlo al diputado a Cortes por este distrito Excmo. Señor don Pablo Cruz y el actual marqués de Estepa, en quien radican, ya que no los derechos, al menos los honores de patrono de la antigua vicaría. Consultada la tramitación del expediente y la forma de ejecución de las obras, si llegaba a obtenerse la subvención, vióse que el medio propuesto era dificilísimo, de laboriosa gestión, poco menos que imposible. En junta general de vecinos, celebrada a llamamiento del señor cura, en la iglesia de la Concepción, se acordó prescindir, al menos por entonces y en la forma que impone la Administración, del auxilio del Estado y fiarlo todo a la caridad de los fieles, cuyos donativos se aceptarían y solicitarían.

En dicha junta se nombró un concejo de administración compuesto de gran número de vecinos, presididos por el señor cura don José Ramos, e inmediatamente comenzaron a realizar su cometido tomando importantísimos acuerdos para organizar la suscripción pública y dar comienzo a las obras.

Encargándose los planes al maestro don Francisco Torres, eligiese uno de dos proyectos que presentó, y reducidas sus proporciones y alterada la clase de materiales, se abrieron los cimientos en el mismo lugar que ocupaba la derruida torre y continuaron con actividad las obras hasta que, por conveniencia, se han suspendido durante la estación de invierno, quedando lo edificado a más de seis varas de altura sobre el nivel del suelo.

De lamentar es que personas piadosísimas, de excelente y rica posesión, hayan dejado de contribuir con su limosna por entender que debió acudirse al Estado para obtener recursos, sin reparar las casi invencibles dificultades del expediente. Abrigamos la esperanza de que más o menos pronto asociarán su nombre a esa obra, que es cuestión de amor propio y de honra para los hijos de Estepa.”


Antonio Aguilar y Cano
Memorial Ostipense, 1886

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