21/7/09

CORAZÓN BLANQUILLO

Manuel González Juárez
El hijo del mudo


Fiel a su cita, Manuel llegó puntual a la plaza de Santa Ana. De hecho, ya estaba allí cuando yo llegué con la intención de saber algo más sobre aquel personaje estepeño. De mediana estatura y piel rojiza, se mostró reservado, preguntándose del porqué de aquel encuentro. No es de extrañar que ya me esperara, porque la mayoría de los días acude diligentemente a cumplir con sus tareas de santero, cargo que tan bien ostenta desde que dejó de ser Hermano Mayor de la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias. Por cierto, la Hermandad, que es su casa, su vida, su gran pasión.

Manuel González Juárez (Estepa, 10 de marzo de 1930) nació en la Rinconá, otro de esos recovecos que se dibujan en nuestro pueblo, situado al final de la calle Saladillo. Hijo de Manuel y Matilde, todos le llaman el mudo, aunque él puntualiza no sin insistencia que es el hijo del mudo. De familia de tradición panadera, humilde, “corriente” como le gusta calificarla, desde muy pequeño ayudaba a su abuelo en las tareas de Horno de la Cuesta. Además, acudía todas las mañanas al colegio. De hecho, admite que fueron sus abuelos quienes prácticamente le criaron. Por aquel entonces, lo que más le gustaba era jugar a la patineta, al aro, o dar largos paseos con su tía más chica por el Cerro de San Cristóbal. Cumplidos 15 años, su abuelo cerró el horno. Sin trabajo, Manuel acudió al campo con su tío José. Algo circunstancial que duró apenas un par de años, cuando ya empezó a trabajar en la obra con don Luis Martín, otro de esos personajes de nuestra historia doméstica más reciente. En su empresa trabajó hasta los 60 como encargado, momento en que dio de quiebra. El hijo del mudo recuerda su ocupación diaria con cariño y agradecimiento, aunque reconoce lo duro que fue.
Y es que Manuel siempre estuvo entregado a su familia. Casado con Manuela, a quien sólo mencionar es motivo para que se le iluminen sus ojos, tiene seis hijos (Manuel, José Antonio, Francisco, Mª del Pilar, Lourdes y Margarita), y trece nietos. Trabajó siempre por y para ellos, y su orgullo impidió que también lo hiciera su mujer. Así tuvo que compaginar sus tareas en la obra con campañas de mantecados, chiringuitos de verano o casetas de feria. Todavía se recuerda en el pueblo aquellos puestecitos de bebidas que con Rafael ‘Manta al hombro’ puso en el Cerro, junto a los frailes y bajo los árboles.

A su mujer la conoció ya de muy pequeño cuando la visitaba en el cortijo que sus padres regentaban en Puente Genil. “Era una niña, y me gustaba, digo que si me gustaba”. Pero su relación no fue formal hasta cumplir los 19, edad con la vino del servicio militar en la aviación, en Tablada (Sevilla). Ella tenía entonces 16 y mantuvieron un noviazgo a la antigua, “sin poder rozarse” como recuerda sonriendo. Largos paseos por la carretera, el Cerro, eso sí, casi siempre con ‘carabina’, por si las moscas. Manuel todavía se emociona cuando piensa en la primera vez que fue con su novia a tomarse una cervecita. Fue en Casa Lechuga, en la actual calle Padre Alfonso, bar donde por entonces empezaron los domingos a entrar las mujeres del pueblo, que lo hacían por la calle Antonio Álvarez directamente al piso de arriba y que siempre recordaremos por su alta barra y sus tapitas de calamares. Ay, que calamares aquellos… Manuel y Manuela se casaron con 25 y 22 años respectivamente, en la Iglesia de los Remedios.

Además de su familia, tiene una gran pasión: la Semana Santa. Churretero de nacimiento, mondonguero de adopción y blanquillo de corazón. Por encima de todo, blanquillo. Apelativo por el que se conoce a los miembros de la Hermandad de las Angustias, Manuel fue Hermano Mayor durante 20 años, desde 1962. Pese a no vivir en primera persona su fundación, el hijo del mudo recuerda perfectamente cómo se produjo. En 1955 un grupo de obreros estaba trabajando en uno de los muros de la Victoria y recibieron la visita de don Manuel Lassaleta y Muñoz Seca, párroco por aquel entonces de San Sebastián, personaje estepeño con pleno derecho, que le alentó a crear una nueva hermandad. Una cofradía de obreros que procesionarían ya en 1954 con la Virgen de las Angustias, imagen que se encontraba en San Sebastián pero que había permanecido a la Iglesia de la Victoria. Cuando su amigo Juan Borrego fue nombrado Hermano Mayor en 1957 le convenció para que se hiciera miembro. Y así lo hizo. Cinco años más tarde Manuel se convirtió en Hermano Mayor. Él ya era encargado de obra con don Luis Martín, “su jefe”, quien ayudaba económicamente a la Hermandad. Al ser pocos miembros se encargó de ir reclutando más. Las normas de aquella incipiente cofradía fueron rígidas, por otro lado algo muy propio de la época. Los candidatos debían ser mayores de edad, hombres, que no fueran empresarios o no tuvieran carrera. Existieron excepciones aunque éstas en un principio para hermanos sin voz ni voto. Años más tarde, sin ningún tipo de exclusión o restricción.

Manuel renunció a su cargo de Hermano Mayor en 1982, ya muy cansado. Designio del destino, su hijo José Antonio le relevó tras unas elecciones internas y ocuparía el puesto otros 18 años. Tras su desistimiento, el hijo del mudo no consintió que de la iglesia se hiciera cargo nadie más. La ermita de Sta. Ana se había recuperado durante los años de su mandato y ya había calado hondo en su corazón y en el de su familia. “Aquí estaré de santero hasta que me muera”, pese a que en un par de ocasiones intentó sin éxito delegar su ocupación. Una de ellas y “el peor momento de mi vida” fue con las desavenencias entre la Hermandad de Santa Ana y la de las Angustias por la llave del templo. De nuevo, y años después también agotado, fue a ver a don Manuel Santos Ortega, párroco de San Sebastián, a quien le pidió que le relevara en el cargo. El cura, muy acertado entonces, le pidió que siguiera allí mientras él viviera. Y así será.


Manuel González, quien fue también concejal del Ayuntamiento de Estepa justo antes de la llegada de la democracia a nuestro país y que todavía recuerda aquella primera excursión que se organizó en el pueblo a Granada en la década de los 60, humildemente afirma que le hubiera gustado hacer más cosas por Estepa. Ahora, un día normal, se levanta pronto y acude a su ermita, a “darle una vueltecita”, a pasear por las calles, a charlar con la gente. Y regresa a casa como siempre, a estar con los suyos, con su mujer, con sus hijos, y en su huerto, otra de sus aficiones actuales. Él, a quien le gustaría que le recordaran por lo poquito o mucho que hizo por sus Angustias ha recibido ya tres merecidos homenajes. Uno de su hermandad, otro del Coro de Sta. Ana y el último de la Hermandad de Santa Ana. “De verdad que no sé por qué me los han dado”.

Manuel vive desde hace ya casi cuarenta años en la carretera del Saucejo. Allí se siente feliz, especialmente el día de año nuevo, cuando su familia se reúne para celebrar su onomástica y la de su mujer. “Y es que no falta ninguno”, se emociona con ternura. Hombre cabal, desprendido, bueno, humilde, honrado, de fe y entrega, sin ningún afán de protagonismo. Manuel González Juárez, el hijo del mudo, es eso y algunas cosas más. Una gran persona con la que Estepa y su historia tiene una deuda, aunque él poco se lo crea.


German Rodríguez
Revista de Feria de Estepa, Agosto 2004