1/4/22

A TI, CRISTO DEL CALVARIO


El reo de muerte, alcanza por fin el Calvario; lugar del suplicio. Los soldados encargados de llevar a cabo la ejecución, son expertos y preparan al condenado tumbándolo desnudo con la espalda herida, sangrando, apoyada sobre el áspero madero.

Los clavos fijan el cuerpo a la cruz con precisos golpes fuertes y secos que hieren los oídos, y retumban en el aire de Jerusalén, que llora. Así atraviesan sus pies y manos, y la sangre vuelve a brotar acompañada de los gritos de angustia y dolor que salen de la garganta del crucificado, tras cada martillazo en los hierros que desgarran su carne.

Alzan luego la cruz, y allí lo dejan a la espera de la lenta muerte del Cristo, por asfixia y agotamiento.

 “Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y se repartieron sus vestidos a suertes”.

Además de otras personas amigas y mujeres que lo seguían, en el Calvario acompañándolo estaban con Él su madre y Juan; el discípulo amado. La Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud, Nuestra Señora de la Amargura y San Juan Evangelista, con sus imágenes titulares que van sobre el paso, nos representa muy fielmente esta parte del Evangelio donde se relata la crucifixión de Jesús en el Calvario.

“El Calvario”, así se conoce en Estepa popularmente, a esta Cofradía.

Desde muy joven, sentía cierta atracción por esa Hermandad, pero veía en ella a hombres todos muy serios y mayores, y por tal motivo, tenía alguna duda a la hora de acercarme a formar parte de ella. Hace años lo hice, y desde entonces, soy hermano de la Cofradía del Cristo de la Salud, en el Calvario.

La imponente imagen, el realismo en su anatomía, plasma con bastante exactitud el momento de la muerte de Cristo, e impresiona verlo con el pecho henchido, tratando de inspirar el aire que le falta por estar suspendido de unos clavos que lo sujetan al madero.

Hace mucho tiempo, hubo unos años que cada miércoles Santo por la tarde, después de haber sido cargadas las baterías en el taller donde trabajaba, yo las llevaba calle arriba en un carrillo hasta la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, para después iluminar el paso en su salida procesional.

La iglesia solía estar vacía a esas horas, y aprovechaba la ausencia de personas para contemplar en la quietud del momento, aquella figura gigantesca en la soledad del templo de la Virgen del Carmelo.

Me atrajo ese Cristo con la expresión de la muerte en su rostro, y desde hace unos años, soy cofrade de esa congregación de hermanos. Desde entonces, casi todos los miércoles Santos hago la estación de penitencia acompañándolo hasta el Convento de San Francisco.

Nos congregamos todos para salir de la iglesia del Carmen, donde el barroco de su estilo, ha creado en tan soberbio pórtico, esa primorosa exuberancia de filigranas en la pétrea belleza de su fachada, dando tan hermosa forma a la entrada de uno de los templos más bellos de nuestra ciudad. En su interior, además de la Virgen del Carmen, está el Cristo del Calvario acompañado por la Virgen de la Amargura, que confortada por Juan el Apóstol amado, llora su sufrimiento al pie de la cruz esperando que el cercano reloj, marque con sus doce campanadas la hora en que acompañados de sus hermanos, en largas filas y en el más absoluto silencio, darán comienzo a su salida procesional hasta el Cerro de San Cristóbal, en la madrugada del jueves Santo.

Son momentos los del inicio de la Estación de Penitencia, en los que enmudecen las bocas, y rezan por Él las almas, mientras la gente piadosa contempla la salida del Cristo con respetuosa actitud, llenando con su presencia los alrededores del Salón y del templo.


Cuando la puerta se abre
Al sonar de la campana,
Ya no es miércoles, es jueves,
Y el silencio invade el alma.
Sale el Cristo del Calvario,
Va su cabeza inclinada,
Está muerto y va desnudo;
¡Qué fría, la madrugada!

*
Comienza un largo camino
De frías piedras pisadas, 
Y de túnicas de negro 
Como la noche cerrada. 
Llevan hábito de duelo, 
Luz del farol en la mano 
Y a la cintura va atado 
Blanco cordón franciscano. 

*
¡Padre…! Al cielo le grita y clama: 
¿Por qué, me has abandonado? 
A tus manos va mi alma, 
 Mi espíritu encomendado. 
Clavado en su cruz vencido, 
Detrás el pueblo le reza 
Recorriendo su camino, 
Hasta llegar a la Cuesta. 

Es tan dura la subida, 
Que van faltando las fuerzas. 
Padre, si me abandona la vida, 
Ayuda a los que me llevan. 

¿No ves que el paso les pesa? 
Y que padezcan no quiero, 
Aunque cumpliendo promesas, 
Sufran como costaleros. 

*
Cuando llegan a la cima 
De su Calvario en el Cerro, 
Lentamente se camina, 
Ante el atrio del convento. 

¡Quien tenga oídos que oiga! 
Que todo el pueblo lo sepa; 
Cristo murió en el Calvario, 
¡Pero hoy, vive en Estepa!

Sí, pasamos por delante de esta puerta de Santa María, y por la del cercano convento de Santa Clara de Jesús, y en algunas madrugadas cuando el cielo está claro, la luna es testigo de esa noche luctuosa, y se asoma para verlo iluminado por su resplandor, en su tránsito junto a este templo, y al monasterio de las Clarisas.

Después de dejar atrás estos muros que han visto pasar tanta Historia, el Cristo de la Salud sigue avanzando despacio portado sobre los duros hombros de sus costaleros, por los bellos senderos del Cerro de San Cristóbal. Sólo se oyen en el silencio de la noche los golpes del llamador del capataz, y el seco sonido de los crótalos de madera.

La hermosa torre del Homenaje desde su altura, en la oscuridad de la noche parecería que llora al verlo pasar, y mira su cabeza clavada de espinas, y la calma de su rostro que ya ha dejado de sufrir, ahora, que está invadido por la impavidez de la muerte.

En la franciscana iglesia 
Dormirá quieto, muy quieto, 
Y allí, el pobrecillo de Asís, 
Colmará sus pies de besos. 

Igual que Francisco, Antonio, 
De su altar bajará al suelo 
Y al pie de la cruz los dos, 
Velarán a Cristo muerto. 
¡Cuánto quisiera aliviarte!-dicen- 
Haciendo Tu dolor nuestro. 

El de Padua y el de Asís 
Lloran rezando el rosario; 
Él nos bendiga y nos guarde, 
Vuelva a nosotros su rostro, 
Dénos la paz a diario 
Y esté siempre con nosotros… 
¡Nuestro Cristo del Calvario!

(Fragmento del Pregón de la Semana Santa de Estepa de 2010, pronunciado por D. Antonio Rodríguez Crujera y publicado por su autor en las redes sociales en 2022)