Según un trabajo realizado por el catedrático D. José Sánchez Herrero, apoyándose en varios documentos de finales del siglo XVII y principios del XVIII, podemos conocer una relación bastante completa sobre las hermandades que conformaban la Semana Santa en Estepa. Comenzaban las procesiones el Miércoles Santo por la tarde en que salía la Cofradía de las Lágrimas de San Pedro o del Dulce Señor San Pedro, como se le conoce en algunos documentos, acompañado por una Dolorosa y por un Señor de las Penas.
El Jueves Santo por la tarde, después del Mandato (ceremonia del lavatorio de pies), salía la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús desde la Iglesia de Santa María la Mayor, acompañado de chirimías y de escolanía.
A esta misma hora de la noche salía de la ermita de la Vera Cruz la procesión de la Vera Cruz que estaba integrada por tres cofradías: la Santa Vera Cruz, la del Santo Cristo de los Azotes y la de Ntra. Sra. de los Remedios. De la cofradía del Santo Cristo se dice que en la procesión tomaban parte disciplinantes, el paso del Cristo cubierto de centeno, una trompeta y se iluminaba con un candil. La cofradía de la Veracruz sacaba un Jesús con la Cruz a cuestas. Según una serie de inventarios fechados entre 1636 y 1716 se hallaban en la ermita de la Veracruz otras imágenes pertenecientes a estas cofradías distinguiéndose la de Jesús Resucitado, pero no hay evidencia de que saliera en procesión, aunque sí se celebraba el día de la Pascua de Resurrección con una danza de gitanas.
El Viernes Santo de madrugada salía de la Iglesia de San Sebastián la cofradía de Jesús Nazareno, fundada en 1626, acompañada de la pronunciación de un sermón. Salía un Jesús Nazareno acompañado en sendas parihuelas por la Dolorosa, San Juan y la Verónica, todas de vestir. Una vez recogida la cofradía en su templo, se celebraban a continuación los Oficios Divinos de este día.
Terminados los Oficios, salía del Convento de Santa Clara la Cofradía de la Vía Sacra que se recogía a las dos de la tarde. Recogida la anterior, salía del Convento de Ntra. Sra. de la Victoria la Hermandad del Santo Entierro. De estas dos procesiones no tenemos datos porque las fuentes se muestran parcas en detalles. La única referencia cierta sobre un Vía Crucis en Estepa era el que partía desde la ermita de San Antonio Abad hasta Santa María, emulando la ascensión de Jesús al Gólgota. Restos del citado Vía Crucis son los vestigios en piedra diseminados por el cerro de San Cristóbal así como una lápida aparecida en San Marcos. En cuanto al Santo Entierro, la antigüedad de la imagen contemporánea no nos permite dudar que sea la misma que procesionaba en el siglo XVII e incluso antes. Tampoco nos informan los archivos que hubiera alguna representación del Descendimiento, pero el tener al Cristo los brazos articulados hace suponer que sí se hiciera.
Muchos eclesiásticos de Estepa eran hermanos de las cofradías y salían en las procesiones en hábito de penitentes por lo que las autoridades eclesiásticas vetaron esta conducta, ya que su deber era vestir con sus hábitos clericales. Estos sacerdotes iban junto a los hermanos mayores, con sotana y manteo. A su vez, había hermandades constituidas por sacerdotes, como la originaria de San Pedro de la que tienen noticias desde 1564, aunque no sabemos si guardaba alguna relación con la que se fundó en la Iglesia de la Asunción en 1674, bajo la advocación de las Lágrimas de San Pedro.
El siglo XVIII supone la consolidación de la Semana Santa estepeña, favorecida por un aumento inusitado de las devociones. Esto se traduce en la fundación de nuevas cofradías, especialmente las del Rosario que proliferaron en la década de los 30. Expansión que provocará numerosos enfrentamientos entre las congregaciones recién creadas y las de más tradición que se traducen en pleitos, muy abundantes en el Setecientos, dando una sensación de crisis de las cofradías, que no es tal, ya que si hubo conflictos se debieron precisamente al formidable desarrollo que experimentaron y a la rivalidad que nació entre ellas. La opulencia de las cofradías tiene su reflejo en la copiosa producción artística que durante casi todo el siglo va a enriquecer los templos estepeños a través de retablos, esculturas, pinturas y, sobre todo, los tres camarines de las Vírgenes de Gloria. En su ejecución participaron de forma decisiva las cofradías.
A su vez, algunas hermandades se beneficiaron de esta vorágine estética al encargar imágenes a los escultores más brillantes del momento que sustituyen a las antiguas, como el Jesús Nazareno de Luis Salvador Carmona o el Cristo Amarrado a la Columna del antequerano Carvajal y Campos.
El proceso de desarrollo de las cofradías quedó cortado de raíz por la política regalista de los Borbones emprendida por Carlos III hacia 1789, y continuada por Carlos IV después; esta medida intentaba suprimir aquellas hermandades que no tuvieran una reconocida utilidad (Patronales, Sacramentales y de Ánimas) en todo el ámbito nacional y emplazándolas a redactar nuevos estatutos en los que debían incluir obligatoriamente la aprobación Real a través del Consejo de Castilla, ya que, en el caso concreto de Estepa, hasta ahora sólo tenían el beneplácito eclesiástico del Vicario de la Villa, y la obligación de dedicarse a obras piadosas que fueran beneficiosas para la humanidad. En Estepa se libraron de esta medida, obviamente, la cofradía de la Asunción por hacerse cargo del hospital de pobres enfermos, la de Ánimas y la Sacramental. Muchas, como casi todas las del Rosario, desaparecieron, mientras que otras, las que podríamos llamar las tradicionales, se aprestan a redactar unas nuevas ordenanzas presentándolas al Consejo de Castilla durante la última década del siglo XVIII.
La Hermandad de San Pedro en la Semana Santa del Barroco. José Javier Mateos Llamas.
Lº Aniversario de la reorganización de la Hermandad de San Pedro, Estepa. 2003