12/11/11

VALLE DE LÁGRIMAS, VALLE DE AMOR

Es muy posible que sea la Salve la que haya tenido la culpa, ya que lo invoca así directamente, pero es verdad que al hablar de esta vida como un valle automáticamente lo asociamos con un valle de lágrimas. Pues yo creo que es una visión errónea.

Es verdad que en esta vida hay muchos momentos difíciles en los que sufrimos. Es verdad que hay muchas cosas que no son fáciles de comprender y que hay muchas situaciones injustas. Porqué mueren personas en la flor de la vida mientras otros, ya mayores y sufrientes, siguen padeciendo; porqué las catástrofes naturales como terremotos, tornados, o simples lluvias pueden destrozar la vida de una familia haciendo que lo pierdan todo; porqué a los buenos los castiga tanto la vida, mientras a otros les sonríe cuando no hacen más que hacer daño a sus hermanos… Éstas y otras muchas pueden ser las cosas que nos hagan pensar que esta vida es un auténtico valle de lágrimas.

Pero porqué no mirar las cosas de otra forma. Porqué no verlas en el lugar que desde la desgracia y la dificultad que ésta nos trae en algunos momentos, desde el amor que esas situaciones provocan, desde la generosidad que despiertan, desde la entrega gratuita que surge ante ellas. O no es también verdad que en mitad de todas esas desgracias es cuando más se manifiesta el amor. Personas capaces de renunciar a sus deseos por acompañar a los que sufren y dedicarles, mejor dicho consagrarle, sus vidas. Personas que comparten y se preocupan, personas que lloran con los que lloran y se alegran de nuestras alegrías. En definitiva, personas que aman, que se ofrecen y se regalan y hacen que el dolor sea vencido por la generosidad.


María es para nosotros modelo de lo que estamos hablando. María es madre, mejor dicho nuestra Madre y quiere a sus hijos, a todos nosotros. María transforma con el amor de sus manos nuestras tristezas, nos apoya en los momentos duros, ante el dolor y el sufrimiento. María nos sostiene. María acompañó a su Hijo Jesús siempre que Él la necesitó. Lo cuidó y educó en su infancia, lo acompaña como su primera seguidora y vive junto a Él su pasión hasta el último momento al pie de la cruz. Su Hijo ha muerto, ha resucitado y ascendido a los cielos, todo ha terminado, también ella puede abandonar.

Pero no, nada más lejos de la realidad, María continúa junto a sus discípulos, no los deja solos. Comparte con ellos sus experiencias, los acoge, los escucha, los anima, no permite que desfallezcan ni abandonen, les da fuerzas. María tampoco acaba su tarea ahí. Ella sigue con sus manos abiertas para aquellos que quieren depositar en ellas sus cargas. María nos mira con ojos tiernos cuando la vida nos castiga y sufre por nosotros y con nosotros. María amortigua nuestro dolor, nos conforta, nos alivia e intercede por nosotros. María nos recuerda que su Hijo ha muerto en la cruz, pero que ha resucitado y nos ha abierto las puertas de su Reino de par en par, que la muerte ha sido vencida, que siempre y para todo hay esperanza. María, sobre todo, nos invita a ayudarla en su tarea, a imitarla, a ponernos al servicio de los demás, a compartir nuestras vidas con ellos en la alegría y la felicidad, pero también en la angustia y la tristeza. María nos enseña a ofrecernos sin descanso, a servir, a acompañar a escuchar a consolar a todos los que nos puedan necesitar. En definitiva, María nos ofrece la posibilidad de transformar junto a ella este mundo, este valle de lágrimas en un verdadero valle de amor.

D. Ginés González de la Bandera Romero
Director Espiritual Hdad. de los Estudiantes
Boletín Los Estudiantes 2011

Fotografía: MarLy Cofrade Fotografía