22/9/11
ESTEPA, CAMINO DE SANTIAGO
Los caminos que se dirigen a Santiago de Compostela se han ido forjando desde el siglo IX en episodios históricos, culturales y comerciales que se han desarrollado. Pero se trata además de un camino vivo al que van sumándose otras rutas que los nuevos y modernos peregrinos van forjando cada año, aprovechando los trazados históricos a los que añaden nuevas rutas de singular encanto.
La ciudad de Estepa se encuentra integrada dentro de la Ruta jacobea que parte desde Antequera y converge en la ciudad de Sevilla, desde donde parte la Vía de la Plata. La Ruta de Antequera trascurre por las ciudades de Antequera, Fuente de Piedra, Estepa, Osuna y Alcalá de Guadaira con unos aproximadamente 159 km. Actualmente la ruta antequerana conecta el Camino Mozárabe que parte desde Málaga a su paso por Antequera en dirección a Córdoba con el inicio de la Vía de la Plata en la ciudad de Sevilla.
Esta ruta se enlaza dentro de las rutas mozárabes que seguían los cristianos para llegar a Santiago a través de los territorios musulmanes de la península, partiendo desde la ciudad musulmana de Antequera para atravesar los territorios fronterizos y llegar hasta la cristianizada Sevilla. En esta ruta se comunican la Andalucía oriental (Granada, Almería, Málaga), con su histórica influencia islámica, y la Andalucía occidental, que fue reconquistada para el cristianismo con anterioridad, convirtiéndose en un enlace de culturas.
La realidad fronteriza que tuvieron estos territorios durante casi tres siglos hizo que se crearan rutas comerciales y de intercambio entre los territorios musulmanes y los cristianos, aunque el peligro estaba siempre presente y en numerosas ocasiones estos negocios se convertían en emboscadas preparadas por ambos lados. También era cierta la inestabilidad existente en los territorios que hacía que una misma fortaleza pudiera pasar de un lado a otro en varias ocasiones según los resultados que se obtenían en las batallas. A pesar de la conflictividad entre los bandos, no se impidió que se mantuvieran relaciones comerciales y que se establecieran rutas propicias para tal comercio entre los reinos musulmanes y las ciudades de Córdoba o Sevilla. Estas rutas se convirtieron también en el acceso que tenía los mozárabes, es decir, los cristianos que vivían en tierras musulmanas, para llegar a las regiones cristianas, y así poder manifestar sus sentimientos religiosos, como por ejemplo buscar la ciudad de Sevilla para iniciar la peregrinación hacia la tumba del apóstol Santiago en la ciudad de Compostela.
Estepa se ve desde muchos kilómetros de distancia, destacando por su espectacular escenografía arquitectónica, derramándose la ciudad perezosamente por las faldas del Cerro de San Cristóbal. Hay impresiones únicas que el viajero graba inexorablemente en su retina, como cuando el sol estalla arrancando un bello contraste cromático ente el color del terreno en que se asienta la ciudad, con su caserío, y el firmamento, con tonalidades cambiantes a lo largo de las distintas estaciones del año.
El carácter de acrópolis convierte a la ciudad en un excepcional observatorio natural de la campiña del Guadalquivir, con el Sierra Morena dibujándose a lo lejos. No en vano, en la ciudad vieja se asienta el llamado Balcón de Andalucía, auténtico mirador de tierras andaluzas, justo en su centro geográfico.
Al Cerro de San Cristóbal se puede acceder desde distintos puntos de la ciudad, bien por la Avenida de Los Centurión, por la carretera del Saucejo, o desde el interior de la ciudad tomando los carriles de San Francisco, Santa Clara o los antiguos carriles del castillo. Son varios los itinerarios o las áreas temáticas que nos ofrece el Cerro: el monumental-religioso, el civil castrense, el arqueológico y el paisajístico, aunque todos ellos se encuentran entrelazados entre sí, y es la posición estratégica de este promontorio lo que da cohesión y la razón de ser a todos ellos.
El itinerario militar se ha de iniciar por la visita al resto de muralla correspondiente a época tartésica. Son lienzos de muralla de 2 metros de altura y una anchura entre 1,50 y 2,20 metros en la base. Esta parte se encuentra ubicada en el interior del antiguo alcázar. Los restos de muralla musulmana se puede rastrear en los torreones de planta cuadrada, en la puerta de acceso a la ciudad en la cara este. Los almohades dejaron su impronta en la torre ochavada, usada como mausoleo-familiar, que actualmente se encuentra cerca de la iglesia de Santa María. Las torres de planta circular o ultrasemicircular corresponden al periodo cristiano, exactamente a la época de dominio santiaguista. La construcción cumbre de la arquitectura militar es, sin duda, la Torre del Homenaje, correspondiente al gótico tardío.
-El Castillo de Estepa: El Castillo de Estepa era conocido en el periodo islámico como Hisn Istabba. Fue tomado por las huestes de Fernando III el Santo, según la tradición, el 15 de agosto de 1241 día de la Asunción de la Virgen motivo por el que fue elegida como patrona de la ciudad. Una vez tomada la fortaleza pasó a la Corona, en concreto al Infante D. Alfonso de Molina, tío de Alfonso X el Sabio y hermano de Rey Santo. Al parecer participó de manera activa en dicha toma la Orden de Santiago, lo que hizo que en 1267 le fuese entregada por parte de Alfonso X el Sabio la ciudad de Estepa y sus anexos. La pervivencia de la Encomienda Santiaguista duró casi tres siglos en concreto hasta 1559, año en el que la villa y su término fueron vendidos a la casa nobiliaria de los Centuriones, procedente de Génova, creándose así el Marquesado de Estepa.
-El recinto amurallado: Los restos de la fortaleza y de la villa medieval amurallada erizan la meseta superior del cerro de San Cristóbal. El conjunto defensivo fue levantado básicamente por los musulmanes en torno al siglo X. Fue reconstruida en el siglo XII por los almohades y nuevamente retocada en época de la Orden de Santiago, recubriendo los muros de piedra y añadiendo torres. Durante el periodo de la “Reconquista” cristiana en la baja Andalucía este enclave fortificado fue uno de los más importantes de la banda morisca, delimitando la frontera entre musulmanes y cristianos hasta la conquista de Antequera en 1410. Esta fortaleza conoció numerosos asedios de una y otra parte, como la de Yussef, Rey de Granada, la de Enrique IV hacia 1456 o la de Muley Albohacen (h. 1460) durante la batalla del Madroño.
-La Torre del Homenaje: Se trata de una torre albarrana dispuesta para defender el flanco más débil y accesible del otero fortificado que custodia. Fue erigida por el Maestre de la Orden de Santiago D. Lorenzo Suárez de Figueroa en el siglo XIV. Poseía una inscripción que decía: Esta Torre mando facer Lorenzo Suárez de Figueroa Maestre de Santiago, quien quisiere saber lo que costo, faga otra como ella y saberlo ha. Es una gran mole arquitectónica de 26 metros de altura que tiene en su interior una sala octogonal con bóveda gótica nervada en cuya clave aparece el escudo de la Encomienda Santiaguista. Cada pinjante que soporta los nervios de la bóveda se decora con hojas de higuera, emblema de los Suárez de Figueroa.
El itinerario religioso se ha de iniciar en la actual iglesia de Santa María, donde primitivamente se ubicó la mezquita musulmana, y posteriormente la iglesia mudéjar; de ambas se conservan algunos restos condicionando la estructura de la planta actual. Adosada a ellos se levantó Santa María la Mayor (s. XV-XVI), de estilo gótico tardío. La actual torre de Santa María corresponde al estilo neogótico, y se erigió a finales del XIX, sustituyendo a la primitiva torre. Santa María es un claro ejemplo de la superposición y de la mezcla de estilos artísticos, y debido a su largo proceso de construcción y reformas nos permiten reconstruir y datar parte de los acontecimientos del Cerro de San Cristóbal. El Convento de Santa Clara de Jesús y el Convento de San Francisco forman parte de este itinerario religioso. Ambos de época barroca completan el recorrido y son de obligada visita. La escultura de San Francisco de Luis Salvador Carmona en la iglesia del convento de los franciscanos, bien merece ella sola una visita a Estepa.
-La Iglesia de Santa María: Cerca del torreón, en medio de lápidas y vestigios de la villa vieja, se alza la iglesia mayor y matriz consagrada sobre una mezquita y dedicada a la Asunción por Fernando III, al haber ganado Estepa, según la leyenda, el 15 de agosto, día de la Virgen. El aspecto de fortaleza de este templo encaja bien con sus constructores, los monjes-guerreros de la orden de Santiago. El sector de la entrada corresponde a la obra más primitiva, del siglo XIV, un área por donde se han rastreado indicios de la mezquita anterior y de la iglesia mudéjar en la que se transformó tras la conquista; sigue a éste otro cuerpo gótico de mayor amplitud, de tres naves con bóvedas estrelladas, ejecutado a comienzos del XVI. La Iglesia de Santa María acoge el Museo de Arte Sacro que guarda obras de gran importancia como por ejemplo un Lignum Crucis bizantino del siglo XII donado por el Marqués de Almunia en 1640, la reliquia del cráneo de Santa Inés de estilo plateresco realizado hacia 1590 o el San Juan Evangelista de Juan de Mesa.
La topografía, el solano, la insolación, la búsqueda del líquido elemento y de la llanura que no acaba de encontrar la ciudad, da origen a una trama urbana singular. La panorámica nos obliga a adentrarnos para descubrir las distintas secuencias visuales que nos reservan sus plazas y rincones. La vista nos invita a adentrarnos en la ciudad antigua, y nos iniciamos en el desarrollo de los sentidos al impregnarnos por las distintas sensaciones que el entorno emite. El tacto al deambular por las calles empedradas, o al posar las manos en las piedras milenarias, huellas del pasado. Pasear por la ciudad dormida, el silencio rasgado por el teñir de las campanas de San Sebastián o de Los Remedios, cuyo eco te hace volver a épocas pasadas, o el revoloteo de las palomas en torno a la esbelta y coqueta Torre de la Victoria, señalando siempre, siempre el firmamento. En su casco urbano buscaremos las huellas que los caballeros de la Orden dejaron en sus ermitas.
-Las Ermitas Santiaguistas: Cuando la población comienza a sentarse en las faldas del cerro, a pesar de la seguridad precaria que suponía vivir fuera de la muralla y la proximidad aún de la frontera con el territorio bajo control musulmán, comenzaron a consolidarse los distintos arrabales de la ciudad nueva, mientras la Villa intramuros se iba despoblando. Los arrabales estepeños tenían en común que se encontraban en una encrucijada de caminos, proximidad de agua (manantiales, pozos, etc.) y la existencia de un lugar de culto.
La consolidación de los arrabales llegaría con la conquista de Archidona (1468) y de Granada (1492), alejándose definitivamente el peligro de la zona fronteriza de Estepa. La población comenzó a asentarse en el Arrabal de la calle Ancha, cerca de las murallas de la villa, donde surgieron las ermitas de San Sebastián, Concepción y del Cristo de la Sangre. Al oeste de la ciudad la población se asentó en torno a la ermita del Cristo de la Vera-Cruz, arrabal que contaba con un manantial y del que algunos historiadores afirman que en la época musulmana existía una población, baños e incluso una mezquita. Al este la ermita de Santa Ana y su manantial aglutinó a la población que se asentó a espaldas de las murallas. La otra ermita extramuros se situó en el cerro cercana al camino que dirigía a Gilena para recibir a los viajeros bajo la advocación de San Cristóbal. La villa intramuros contaba desde la conquista cristiana con ermitas dedicadas a los patronos de la villa, Santa María de la Asunción y Santiago Apóstol. Las ermitas fueron reedificadas a mediados del siglo XVII y redecoradas en el siglo XVIII, desplegando en su interior todo un alarde de recursos ornamentales: fastuosos camarines, sacristías de deslumbrante y abigarrada decoración, yeserías, pinturas, relieves, jaspes, retablos e imágenes de arraigada devoción en la ciudad.
El paisaje es, sin duda, otro de los atractivos del Cerro de San Cristóbal junto con el itinerario arqueológico. Recordemos que nos encontramos en la cota de los 600 metros de altura y no en vano a la parte norte se le conoce como el Balcón de Andalucía. El promontorio es un mirador natural que domina la campiña del Genil, teniendo como límites la cuenca visual de Sierra Morena y la Subbética cordobesa. La situación privilegiada nos permite estudiar la evolución y las transformaciones que se están produciendo en el paisaje y las aceleradas intervenciones del ser humano. La presencia de los Canterones al norte, cantera de época romana y refugio de bandoleros, nos permite comparar esta cantera con las actuales donde la intervención de la tecnología humana no deja respiro a la naturaleza. El entorno paisajístico, que podemos contemplar está lleno de nombres sugerentes y evocadores que hacen referencia a un pago o a un cortijo. Balcón de Pilatos, El Indiano, El Apretao, Cerro Mingo, La Senda… Al sur se levanta el Becerrero, alcanzando la cota de 800 metros de altura.
Cuando se atraviesa la Comarca de Estepa, la imagen que percibe el viajero es la de una zona monopaisaje, un mar de olivos. El olivar da origen a un paisaje rico en colorido, condicionado por las variedades de la planta, por el tipo de marco, y por las condiciones topográficas del terreno. Matices cromáticos, que a lo largo de las distintas estaciones anuales, van modificando sus tonalidades.
Pero frente a esta primera percepción la realidad es bien distinta. El paisaje estepeño reserva agradables sorpresas para el amante de la naturaleza y es una oportunidad para perderse y descubrir la riqueza natural de este territorio. La localización de Estepa en una zona de transición entre la sierra y la vega del Genil da origen a una gran diversidad de paisajes. La sierra; el piedemonte y ojos, las herrizas y olivar; la campiña; y el río Genil son distintas unidades paisajísticas, con personalidad propia, donde a pesar de la intervención humana se configuran espacios de enorme interés y de gran calidad ambiental. Perderse y descubrir los parajes de una Estepa Natural es romper con la rutina del lugar habitual de residencia y convertir el paisaje en uno de los elementos primordiales de atracción.
Las herrizas son un conjunto de cerros que rodean la Sierra de Estepa, que conservan restos de una importante vegetación natural del bosque bajo mediterráneo. Por su situación han jugado un importante papel de atalaya visual y control del territorio, por lo cual han sido utilizadas como zona de refugio y control por los bandoleros estepeños.
Los “ojos” (sugerencias de agua) que se encuentran diseminados a lo largo del piedemonte de la sierra, son espacios que han condicionado el asentamiento humano y en algunos casos ha posibilitado la presencia de molinos y de huerta en algunos cortijos o cortijadas. El Manantial de Roya es un bello ejemplo de arquitectura del agua, con sus caños y pilas que cumplían la función de abastecimiento a los habitantes de la ciudad, y calmar la sed del ganado. Por otro lado, en su comarca, el río Genil ha dado origen a un rico paisaje formado por meandros, madres viejas, y bosques de galería con una rica fauna vinculada a estos paisajes.
Todos los ingredientes sociales y culturales que ya hemos comentado dan como resultado, sin que pueda ser de otra forma, una cocina sencilla, sobria pero sabia y excelente. En los restaurantes de la ciudad se pueden paladear platos típicos de la zona que tienen como base el aceite de oliva virgen con Denominación de Origen, sin olvidar la cocina de creación de nuestros cocineros.
Saborear la gastronomía estepeña es una forma inteligente de culminar un día de visitas monumentales. Una cocina que está a la altura de una ciudad declarada Conjunto Histórico Monumental en 1965. Estepa ha sido y es cruce de caminos, y secularmente parada y fonda obligada donde el viajero reponía fuerzas. La fama de nuestra cocina no es fama de un día, sino algo que viene de lejos.
Si tuviéramos que destacar algunos de los platos más característicos de Estepa, sin duda estarían representados por los cocidos, los potajes, las cazuelas, los espárragos de campo y, sobre todo, por el salmorejo. Aunque eso sí, Estepa es ante todo muy repostera. Destaca una extensa variedad de dulces caseros que se elaboran periódicamente en muchas de las casas de esta ciudad para las celebraciones y para las fiestas. Los más representativos son las magdalenas de huevo o leche, los rosquitos de almendra trenzados, galletas, cocochas, flores de miel, pestiños o torrijas de miel o azúcar, tirabuzones o los típicos estepeños ochíos. Pero principalmente Estepa es conocida por sus dulces navideños, los afamados mantecados, polvorones, roscos de vino, alfajores, delicias y diversas especialidades que salen de sus fábricas y obradores artesanos. Su fórmula incluye harina, manteca de cerdo, azúcar, canela, ajonjolí, anís y otras especias, entre sus ingredientes, y grandes dosis de destreza e ingenio en su elaboración, bajo una Indicación Geográfica Protegida.
Estepa, integrada en la Ruta jacobea de Antequera y en la Ruta jacobea de la Frontera, invita al peregrino a adentrarse en las tierras que la Orden de Santiago estuvo defendiendo durante la Reconquista. Tierras que han estado bajo el patronazgo de Santiago Apóstol desde 1267 cuando Alfonso X el Sabio entregó la custodia de la villa a los caballeros de la Orden. Su fortaleza y murallas, su torre defensiva, la religiosidad en su iglesia medieval, las huellas en sus antiguas ermitas, y los templos dedicados al apóstol en su comarca así lo atestiguan. La milenaria Estepa ofrece al peregrino un emplazamiento mágico y único donde historia, tradición, naturaleza, gastronomía y religiosidad convergen para retomar fuerzas en su caminar hacia Santiago.