2/4/11

ABRIL


Es abril, y… de nuevo un dulce salmo sonoro nacerá en las galerías del alma, y un leve azur ingrave en esta blanca ciudad, en sus calles, esquinas y perfiles. Una luz vibrátil rozará su aire en el trasluz de tardes nuevas arropando tornasoles; tibias tardes de soles detenidos por los rojizos confines que palpan el horizonte, o salpican de luz argenta albas inciertas en el desvelo y la pureza del instante. 

Es abril, y… de nuevo el astro rey entra en las estancias de sus casas largas y abiertas, donde se vivifica el aire nuevo cuando la luz sublima la cal, y enseñorea los campos y sus montañas. 

Es abril, y… de nuevo la vida germinará sus auroras con júbilo misterioso; grande será, al fin, la dicha, el ensueño que nos llevará al dulce recorrido de la vida y la muerte. 

¿Qué muerte es esa que engendra la vida? Luz cegadora y contraluz, mosaico que trasmina el crisol abierto de la primavera. Es abril, y… de nuevo poema, rezo, sangre y cielo; santuario de brazos abiertos y temblor de lágrimas. ¿Es el alma la vida? ¿Y qué importa la muerte si ella es la certeza que a una vida aguarda? 

Es abril, y… de nuevo los días se conjugan como si fuese reposo del recuerdo, emoción clavada aquí y ahora, y deseo que se confía; es abril, y … de nuevo un firmamento abierto de par en par; es abril, y… de nuevo el corazón un arca de amores que se anuncia en una semana plenilunio que siendo efímera, se sueña como eterna. 

Un costal de matices se teje entre las sombras, cuando la luna sublima su redondez con cristal de plata, y el cantar amarillo de brillantes trompetas va marcando el sendero peregrino. El aire se deleita en un bello aria de amor; se amontonan cadencias que edifican silencios en la paz caudalosa del dolor ennochecido. Es el momento malva de lo gozosamente sentido en esa dulce soledumbre de un rostro que mira tan despacio bajo su humilde cansancio. Una mirada que imanta y enamora, un caminar lento entre el blancor de los tapiales, unos ojos de sándalo remansando en los párpados, una voz callada en la hermosura amatista de unos labios. 

Todo son unos pies descalzos y el poderoso amor que en el pecho habita. Del aire, el vuelo ligero de la brisa en la frente y, en la tierra, la llegada gozosa de las gotas redentoras de su rostro relumbrante. Escucha atentamente las más sinceras historias de la gente, y un rumor de intriga que va creciendo en las venas ante el mundo ardid que tras las puertas le espera. 

Al llegar el momento, sólo la mañana sabrá el destino en una exhausta madrugada de sombras como fauces. Fácil es la captura del instante. En silencio, hermosamente inmóvil, como un cordero entregado frente a la muralla. La cruz alzada es el patíbulo, y… de nuevo volver a entonar el callado universo de las horas hasta su regreso. Pero en el pecho arde aquel estigma añil, aquella claridad, aquel hondo secreto desvelado; y ya siempre la Luz se alza como esperanza para los siglos.