9/3/10

EL CIELO, EN UNAS PUPILAS

Que la Cuaresma está salpicada por el agua es algo que a la vista salta, a diario tomamos “la tostaita” con aceite y el café tertuliando en la barra del bar sobre la lluvia y lo poco que por Andalucía estamos acostumbrados a ella, haciendo hincapié en que ya más que en bendición se está convirtiendo en condena y pronosticando con la sabiduría propia de la calle cuando nos dará una tregua; a todo esto no tardaremos nada en quejarnos del calor (que llegará en cuanto salga el sol), por aquí somos así, tenemos la particular manía de protestar por todo (o por casi todo); aunque esta vez el caso es este: no deja de llover.

Que no, que no, que se nos hace extrañísimo levantarnos y no ver el sol; eso de contemplar como las tardes se alargan a la vez que la espera de los días del gozo se acortan es la cosa más bonita del mundo; hacer un “marcaje” al naranjo que tenemos en la puerta de casa o bajo el balcón comprobando como lentamente nace el olor que perfumará la llegada de Jesús de Nazaret es esencia de vida; pasear, pasear por el centro de la ciudad de iglesia en iglesia, que se nos quede impregnado el jersey de incienso; comer una "madalena" o un “ochío” charlando de cofradías a la dulce brisa que anuncia la primavera; o tomar la cervecita con los amigos comentando que tal van los ensayos o si ya tenemos las túnicas esperando en casa. Cuaresma… ¿Dónde estás que no te veo?

Nos cuesta ver la Cuaresma de la misma forma que la imaginamos durante el resto del año porque no recordamos de que color es el cielo; en estos días dicen que hasta la Victoria perdió su sombra y no destaca en el horizonte, aunque sabemos que encontraremos ese azul cuando se abran las puertas de San Sebastián y la Señora asome en su palio azul a la plaza; somos conscientes de que le están sacando brillo por Castillejos, en el Barrio Nuevo, San Sebastián, San Francisco y en la Coracha, y que es por ello por lo que las nubes toman ahora un protagonismo consentido; sabemos que dará matiz al olivo de La Borriquita y que estará cuando el Cristo de la Salud estrene la madrugada del Jueves Santo; el cielo que ahora no vemos quedará reflejado en el rostro del dulce Niño en su plazuela y apurará su brillo en la tarde del Lunes Santo para ser vigía allá por Santa Ana.

Por eso son días en los que necesitamos en azul, un azul de los antifaces de los nazarenos que acompañan al pescador, y por supuesto disfrutar, por siempre; los días grises quedan relegados a un segundo plano al situarnos ante la mirada de una Virgen que es cielo pleno, bálsamo que alivia las enfermedades, tristezas y adversidades que todos padecemos; Virgen de la Soledad. Si ansían ver el cielo cuaresmal no lo duden, pasen por su capilla y dedíquenle una oración a esa Virgen de pupilas inmaculadas, les aseguro lo encontrarán.


(Versión adaptada del artículo publicado en el blog Suspiros Cofrades de J. A. Martín Pereira)