Esta desolada panorámica de las tierras, y este dolor de las almas, impulsaba hacia la iglesia de los Remedios a todas las familias de Estepa que en oración multitudinaria de ansioso plebiscito popular, derramaba lágrimas cuando rogábamos a Dios, el anhelado oreo de las calcinadas tierras, cocidas y asoladas a la sed prolija. Llegó la última noche del Quinario Magno, y la atmósfera se mantenía impertérrita. Las noches eran dolientes y calladas. Las estrellas lucían brillantes como burlándose de la angustia de los mortales. Los corazones sentían la huella opresora del azote… La última súplica duró diez minutos. Una de las veces el predicador miró hacia el pueblo, pudo ver las luces del Altar Mayor reflejadas en los centenares de rostros en los que habían aparecido llantos de perdón y lágrimas de piadosa sinceridad. El Cristo amarrado recogió aquella gigante antífona de fe y se produjo lo inesperado e insólito… A las doce de la noche despiertan el predicador, quien estremecido contempla cómo llueve sobre la Ciudad, en forma de espesa cortina, y por las cuestas corre la canción del agua que devuelve la vida y sacia los campos. Resuelta emocionante cuando se recuerda…”
Relato escrito en 1954 bajo el título "Nocturno Milagroso" por el R. P. Bernardo Martínez Grande para la publicación de la revista realizada en conmemoración del Santo Entierro Magno del año 1954 sobre un acontecimiento que el pueblo recordaba y que pasó en 1945. Tras varios meses de dura sequía los feligreses asisten masivamente al quinario cuaresmal de la Hermandad de Paz y Caridad para rogar al Señor que vuelva la lluvia pronto. El milagro ocurre el último día del quinario.